A Sala Llena

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DOSSIER

Sobre 12 Años de Esclavitud

(Advertencia: el siguiente texto contiene spoilers)

Pornotortura.

En un momento de la extraordinaria El Color Púrpura de Steven Spielberg, Miss Sofía (Oprah Winfrey) tiene un altercado con el alcalde del pueblo y su mujer. El sheriff la noquea de un culatazo en la cabeza y vemos un plano cenital de Miss Sofía tirada en el piso. Corte, elipsis de ocho años y, luego de un breve plano del buzón de la casa donde transcurre buena parte de la película, vemos a Miss Sofia siendo escoltada por un guardia cárcel. La habitación está oscura, pero notamos que renguea. Sin cortar el plano, Spielberg nos muestra al alcalde firmando su liberación (un decir; Miss Sofia seguirá cumpliendo su condena como mucama del alcalde) y, acto seguido, apuntando un velador hacia la cara de ella, que mira hacia abajo, descubrimos que su cabello está lleno de canas. La cámara se va acercando hacia Miss Sopía mientras ella levanta la cabeza y vemos su cara completamente desencajada, como en estado de shock permanente, y un ojo entrecerrado, todo esto producto de las torturas que sufrió durante esos ocho años. En la novela original, Alice Walker describe aquellos años de cárcel, pero a Spielberg le basta apenas una elipsis y un movimiento de cámara para que entendamos perfectamente el tormento de este personaje.

Eso que Spielberg elige no mostrar -aunque lo narra con maestría- es el centro de la tercera película de Steve McQueen, quien esta vez eligió contar la historia real de Solomon Northup, un “hombre libre” quien, tras ser secuestrado, es vendido como esclavo y pasa los doce años del título en cautiverio. Y “mostrar” es lo que más le gusta hacer a este señor McQueen: mostrar todo, absolutamente todo y de la manera más explícita posible. McQueen parece desconocer aquella gran herramienta que tiene el cine y que se ha dando en llamar “fuera de campo”, e inunda la película con escenas gráficas donde se regodea una y otra vez con el sufrimiento de los personajes. Y si dicen que con esto McQueen busca algún tipo de realismo, bueno, no; McQueen estetiza e interviene todos y cada uno de los planos de la película.

Uno de los tantos ejemplos del proceder de McQueen es aquella escena en la que Solomon queda colgado en un árbol, apenas haciendo pie en el barro que hay debajo, mientras van a buscar al primero de sus “dueños” para que lo baje (de lo rebuscado de toda esta situación mejor no hablemos). McQueen planta la cámara en plano general y, sin escrúpulo alguno, alarga el plano infinitamente mientras vemos el sufrimiento y la humillación de este pobre tipo intentando no morirse. De repente, en profundidad de campo, comienza a aparecer el resto de los esclavos haciendo sus tareas de todos los días, uno por uno. Esta escena tiene su correlato en Hunger, la opera prima de McQueen: uno de los guardias de la prisión donde transcurre buena parte de la película va a visitar a su madre a un geriátrico. La madre sufre de Alzheimer, y es prácticamente un ente imperturbable que mira hacia un punto fijo. De repente, de la nada, aparece un terrorista de la IRA y le pega un tiro al guardia. El resto de los presentes sale corriendo salvo la madre, que queda ahí, en toda su imperturbabilidad y mirando a un punto fijo con la cara y la ropa cubierta con la sangre de su hijo, y McQueen alarga ese plano durante varios segundos.

Los antagonistas en la película son de una unidimensionalidad y un nivel de subrayado y trazo grueso que recuerdan a los “nazis vociferantes” de las películas sobre la Segunda Guerra Mundial o a aquellos árabes malvadísimos de la gran Team America: World Police de Trey Parker y Matt Stone, aunque aquí en lugar de “Derka, derka, derka, Muhammad Jihad” dicen “Nigger, nigger, nigger”. El hecho de que estos personajes sean “malos”, sin medias tintas (salvo por un “esclavista bueno” que recuerda un poco al “judío bueno” que aparecía en La Pasión de Cristo de Mel Gibson, película con la que, obviamente, 12 Años de Esclavitud se emparienta), hace imposible que el espectador sienta algún tipo de empatía por ellos y los deshumaniza, lo cual resulta peligroso porque lo más terrible de esta gente es que, en efecto, eran seres humanos. Dicho esto, y si bien es horrible que así sea, se nota a todas luces que hay una intencionalidad en esta construcción burda de “los malos”, ya que el hecho de que sea imposible empatizar resulta tranquilizador para la “target audience” de esta película, que son los blancos culposos.

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