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#SSIFF70 | Tercera crónica

#SSIFF70 | Tercera crónica

Es raro que el cine europeo aborde la figura de la inmigración desde una perspectiva que no sea la del otro, la del cineasta europeo que contempla con más o menos condescendencia los problemas del inmigrante. Great Yarmouth – Provisional Figures (en la Sección Oficial) es la excepción. En pleno siglo XXI y sin salir de las fronteras de Europa, Marco Martins retrata a sus compatriotas portugueses intentando asentarse en el Reino Unido, sufriendo los mismos problemas burocráticos y la explotación que padecen el resto de inmigrantes, sea cual sea su procedencia. Estamos en el otoño de 2019 en Great Yarmouth, en el área de Norfolk, cuando las autoridades británicas se han inventado un eufemismo, esas “provisional figures”, para definir a los solicitantes de trabajo que se encuentran en un limbo ante la inminencia del brexit. La denominación tiene algo de aquel lenguaje que los nazis aplicaban a todo aquello que tenía que ver con la Solución Final. Martins se sirve también de uno de esos personajes que trabajan en la zona gris, una portuguesa, Tânia, que es la intermediaria entre sus compatriotas y los propietarios de granjas de procesado de carne de pavo. Ella acoge a los primeros en el destartalado y maloliente hotel propiedad de su marido y les proporciona a los segundos mano de obra barata, siendo la primera en explotarlos. Great Yarmouth – Provisional Figures es una película nocturna, claustrofóbica y opresiva, tanto por sus imágenes (oscuras, intensas), como por los sonidos, una de las grandes virtudes del cine de Martins. Pero no le vendría mal darles un resquicio de esperanza a sus personajes y algo de aire a sus espectadores.

La segunda película japonesa que compite en New Directors, Nagisa, no es menos oscura, pero su oscuridad es más estética e intimista, derivada de los tormentos que sufre un joven, Fummy, que ha perdido a su hermana pequeña en un accidente de autobús en el interior de un túnel. Como otros familiares de las víctimas, Fummy acude a ese túnel buscando reencontrarse con el fantasma de su hermana, la Nagisa del título. Para Takeshi Kogahara ese fantasma lo nutren los recuerdos que pueblan la memoria de Fummy, su infancia compartida con su hermana y un padre que apenas les hacía caso y a la que, de algún modo, abandonó cuando se marchó a la universidad. Nagisa se construye como un puzzle narrativo, con contínuos saltos temporales y unas imágenes nocturnas en las que apenas vislumbramos unas pequeñas luces, unos destellos fantasmales que iluminan la pantalla y que parecen guiar a su protagonista en su intento de expiar lo que considera su culpa. 

Ese trabajo con la imagen, con la pantalla convertida en un lienzo, también está presente en la colombiana Los reyes del mundo, segundo largometraje de Laura Mora, sobre todo en la secuencia en la que los protagonistas apedrean las farolas de una carretera y se quedan en la oscuridad más absoluta, solo rota por las chispas intermitentes que provocan con sus machetes al rozar el asfalto. Los reyes del mundo es una película repleta de estos momentos a lo largo del viaje que emprenden cinco jóvenes de las calles de Medellín para reclamar unas tierras en la otra punta del país. Quizás el más bello de todos esos momentos sea aquel en el que se lanzan a tumba abierta con sus bicicletas por la carretera que desciende por las montañas. Y Mora lo sabe y por eso privilegia estos instantes de euforia, particularmente en la primera parte de la película, cuando el viaje está lleno de esperanzas y aún no se ha convertido en una huída para escapar de la muerte. Pero en el tercio final se deja llevar por esa retórica que abusa del ralentí y de la acumulación de momentos extáticos, también porque quiere llevar a sus personajes hasta un final que todos intuimos. Con todo, esta es una película que, como sucede con La jauría (aquí en Horizontes Latinos y mejor película en la última Semana de la Crítica de Cannes), sabe filmar la jungla como una amalgama abstracta de belleza, misterios y peligros, como si ya se percibiese el poso dejado por el rodaje de Memoria de Apichatpong Weerasethakul en tierras colombianas (la verdad es que no creo en esta influencia tan inmediata, pero tengo que reconocer que es una idea que me resulta muy sugerente).

Por supuesto, Walk Up, la segunda película de Hong Sangsoo de 2022 (estrenada al menos en festivales, pues seguro que ya habrá rodado alguna más), es más luminosa; mucho más y en todos los sentidos, a pesar de su blanco y negro. Como ya es habitual, el protagonista es un reputado cineasta, Byungsoo, que visita junto a su hija veinteañera a una vieja amiga, Ms Kim, diseñadora de interiores, precisamente la carrera que quiere estudiar su hija. Las situaciones no difieren de otras películas de Hong, monopolizadas por largas comidas en las que se bebe mucho y que crean ese ambiente característico de sinceridad y opiniones no siempre oportunas. Pero en Walk Up el verdadero protagonismo recae en el pequeño edificio de Ms Kim, en el que hay también un restaurante, además de varios apartamentos alquilados, y su estructura narrativa deriva de esta distribución arquitectónica ascendente: a la primera parte sigue una segunda en el restaurante, con su propietaria, Sunhee, que sucede aparentemente unos meses después, y una tercera y una cuarta que se podrían interpretar como dos bifurcaciones o alternativas para el final de la historia de Byungsoo (la vegetariana y la carnívora, por así decir), antes de la coda final, una pirueta narrativa que nos devuelve al final de la primera parte, en toda una serie de permutaciones entre los espacios y los tres personajes principales. Hacía muchos años, y muchas películas, que Hong no se decantaba por un manierismo tan acusado, jugando siempre con las expectativas que su cine acostumbra a levantar entre sus espectadores: ese segundo episodio que por momentos parece una revisión del primero, la confusión interesada del tercero y el cuarto, el giro especular del final. Desde esta perspectiva, nos encontramos ante un Hong muy festivo, pero he de reconocer que, sin irnos más lejos, prefiero el Hong de In Front of Your Face o The Novelist’s Film. Menudencias, en todo caso, cuando nos encontramos ante otro notable trabajo de unos de los cineastas incuestionables de este siglo.

Si la de Hong es una película concentrada en una única localización y en muy pocos personajes, un mundo en miniatura, Trenque Lauquen, cuarto largometraje de Laura Citarella (en la sección Zabaltegi-Tabakalera), es justo lo contrario, una película expansiva que acumula personajes, historias e historias dentro de las historias; eso sí, también un único espacio, aunque este lo sea en de la pequeña ciudad de Trenque Lauquen y sus alrededores. Es un territorio narrativo que recuerda, inevitablemente, al cine de Mariano Llinás y, dada su ambientación en la provincia de Buenos Aires, más a Historias extraordinarias que a La flor, por mas que la de Citarella sea una película que prioriza el relato sobre el narrador.

Estructurada en doce capítulos (y, según el caso, dividida en dos partes), el primero se titula muy significativamente “La aventura” y se centra en dos hombres que buscan en Trenque Lauquen a una mujer de la que están enamorados y que ha desaparecido, en un sentido muy antoniniano: aparentemente por su propia elección. Esa mujer es Laura (Laura Paredes) y había llegado a la ciudad contratada por la municipalidad para realizar un catálogo de las plantas de la zona. Viajamos entonces al pasado, a esa etapa en la que Laura acaba enfrascada en otras investigaciones. Si Nagisa se sirve del puzzle como metáfora de los recuerdos fragmentarios de su protagonista y Walk Up como mera estrategia metanarrativa, en Trenque Lauquen el puzzle se va abismando hasta el infinito, ramificándose en múltiples historias. En la primera parte, Laura y Ezequiel (Ezequiel Pierri) investigan la correspondencia epistolar entre una maestra que vivió en Trenque Lauquen (Carmen Zuna, la propia Citarella) en los años sesenta y un italiano que residía en una hacienda de la municipalidad. Las cartas, de alto contenido erótico, las descubre Laura escondidas entre las páginas de varios libros que se conservan en la biblioteca, en lo que constituye la más perfecta metáfora de la misma estructura de la película. Ya en la segunda parte, Ezequial escucha una grabación radiofónica en la que Laura, justo antes de desaparecer, narra su relación con una extraña doctora que interpreta Elisa Carricajo y que alude a un misterio que ha conmovido a la sociedad de Trenque Lauquen, la aparición de una “criatura de la laguna negra” sobre la que se discute si es humana o un yacaré. Este descubrimiento lo muestra Citarella con un plano fijo muy lejano que solo nos permite aventurar sobre los muchos misterios que guarda en la recamara una película tan fascinante y gozosa como Trenque Lauquen, digna continuadora de La flor y uno de los títulos indiscutibles de este año (ahora mismo creo que solo Pacifiction está a su altura).

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