Hace quince años que no pasaba esto. El nivel de expectativas que despierta cada nueva película en la saga de Star Wars, sólo puede ser comparada consigo misma. Lo de El Despertar de la Fuerza (Star Wars: The Force Awakens, 2015) fue un evento sin precedentes, Disney había comprado Lucasfilm y las más grandes fantasías (junto con los peores miedos) de todos los fans se hicieron realidad. Pero J.J. Abrams tomó la batuta y supimos que todo estaría bien. Con Rian Johnson, no es tan seguro.
No sólo recae en sus hombros la enorme responsabilidad de darle continuidad a este universo tan complejo y querido, sino que además lleva la carga emocional de ser la última película de Carrie Fisher, quien falleció durante el proceso de post-producción de la película. Todas sus escenas ya estaban filmadas y desde la producción aseguraron que el arco argumental de su personaje, la General (ex-Princesa) Leia, se mantuvo sin modificaciones.
En el medio estrenó Rogue One: Una historia de Star Wars (Rogue One, 2016), la primera película stand-alone de la saga. O sea, la primera que no pertenecía a una de las trilogías, ya que contaba una historia independiente sin integrantes de la familia Skywalker. En este caso, cómo los rebeldes consiguieron los infames planos de la Estrella de la Muerte que vemos al principio de Episodio IV, cuando empezó todo. Ahora ya tenemos confirmado otro spin-off contando la historia del joven Han Solo –Solo: A Star Wars Story (2018)- y en teoría también el de Obi-Wan Kenobi.
A esta altura, Disney está planificando las expansiones de Star Wars casi como lo hace con Marvel, con muchísima anticipación y un plan de acción que anuncian en público y dispara los niveles de expectativa (y las ventas) por los cielos. Incluso confirmó hace apenas semanas que el mismo Rian Johnson sería el encargado de crear una nueva trilogía de esta saga intergaláctica amada por generaciones, lo cual levantó aún más las expectativas para con la nueva entrega.
Star Wars: Los Últimos Jedi (Star Wars: The Last Jedi, 2017) es distinta. No sigue el diseño estructural de ninguna película de la franquicia hasta el momento. Para alivio de muchos, no repite la fórmula de Episodio V: El Imperio Contraataca (The Empire Strikes Back, 1980), una de las cuestiones más temidas por la similitud de Episodio VII con la primera película de la saga: Una Nueva Esperanza (A New Hope, 1977). Si bien el mismo patrón se puede reconocer claramente en ambas, no es algo necesariamente malo, ya que le dio a los fans de todo el mundo un sentido de continuidad, mientras introducía a los nuevos personajes para el público neófito.
Pero repetir la fórmula se hubiera vuelto predecible. Sin embargo, este cambio drástico no es algo necesariamente bueno. La película resulta larga por momentos, de a ratos poco orgánica, hasta fuera de tema. Y es que mientras El Despertar de la Fuerza era la fórmula Disney por excelencia, el camino del héroe, el entretenimiento perfecto, esta nueva entrega rompe con todo eso, lo cual tal vez traiga cierto alivio a los seguidores old school, pero será un poco más difícil de asimilar para los fans de la nueva era.
Lo importante es que el espíritu está. La Fuerza que todo lo une y todo lo atraviesa. Las marionetas y animatrónicos que remiten a la era clásica, tan amada por todos, y los efectos visuales en CGI, con la tecnología de punta de Industrias Light and Magic. Lo viejo y lo nuevo, otra vez buscando el equilibrio. Como la luz y la oscuridad, lo que se juega en la película es justamente ese balance tan delicado y difícil de lograr, tanto dentro como fuera de la historia. Cabe destacar que en este sentido, es totalmente impredecible. Y es ahí donde reside la mayor fortaleza de esta ópera espacial de Rian Johnson.
Como espectadores, estaremos permanentemente dudando entre lo que creemos que sabemos y lo que no, así como Rey y Kylo Ren luchan entre el lado de la luz y el lado oscuro. Si creíamos haber resuelto algún misterio a base de fan theories, podemos ir dejando las suposiciones de lado porque en esta entrega casi nada es lo que parece, y todos los personajes revelarán más dimensiones de las que cabría desarrollar en una sola película. Del mismo modo, la historia se divide en dos arcos argumentales, que casi hacia la mitad pasan a ser tres, para seguir a cada uno de los nuevos protagonistas en una misión diferente, todos con el mismo objetivo pero con distintas metodologías.
En esta película se define el pasaje de la herencia que despuntaba en Episodio VII. Lo viejo y lo nuevo en permanente tensión y los personajes luchando por no repetir la historia, por no caer en un círculo vicioso de errores del pasado y destinos predeterminados. Todo lo que planteó su antecesora se pone en duda, mientras que en pocas cosas la supera. Una de ellas es su propia estética particular, que le da a este episodio una personalidad única dentro de la saga, entregando además algunas de las mejores batallas que hemos visto en Star Wars hasta el momento.
Hasta acá, todo lo que se puede decir sin caer en spoilers. A partir de ahora, cada uno puede verla en el cine y sacar sus propias conclusiones. Que sin duda generarán un diálogo a largo plazo e interesantes debate entre cualquiera que se sienta apasionado por este mundo fascinante de galaxias lejanas.
© Ana Manson, 2017 | @CapitAnna
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