Por estos tiempos puedo decir sin temor a faltar a la verdad, que mi hábito, mi vicio inconfesable, mi placer culposo de ver telenovelas de la tarde, se había retirado bastante sin causarme ningún tipo de síndrome de abstinencia. Parecía que los malos días habían quedado finalmente atrás. Estaba comiendo más sano, las uñas habían recuperado su espesor natural, el pelo me había crecido unos cuantos centímetros, las bolsas debajo de los ojos habían desaparecido e incluso había ganado un par de kilitos, que no me venían nada mal. Parecía que el orden natural se había restablecido exitosamente en mi vida y las adicciones fundadas en traumas de la infancia, iban dejando el nido abriéndole paso a actividades más provechosas. Me puse las pilas con la depilación y el manicure, y aproveché para tomar decisiones importantísimas como quitarme el flequillo de la cara, acomodar la ropa limpia que se acumuló arriba de la cama del cuarto de huéspedes, meter los zapatos en sus respectivas cajas, cambiar las sábanas, meditar sobre el sentido de la vida, empezar a hacer las paces con la muerte y memorizar la nueva grilla de canales.
Todo parecía ir viento en popa, hasta que mi amiga Luján me habló de esta nueva telenovela brasilera que estaban pasando por Telefé.
“¿No la viste? Estaba segura de que vos te ibas a enganchar…” me dijo. Para qué… Al día siguiente TUVE que verla. Obviamente quería saber qué era eso con lo que todo el mundo estaba enloquecido y que había subido el rating vespertino del canal a quince puntos.
Así que, contra todo buen consejo, la miré. Y, como era de esperarse con alguien con un carácter tan proclive a las adicciones: me enganché como loca. Qué puedo decir, Avenida Brasil me está llevando de la nariz y con mocheta y todo.
Hemos hablado poco del género “telenovela” en esta columna, pero hay cosas que son de conocimiento general y que no vale la pena andar enumerando como si fueran neófitos en el asunto. Así que no se hagan los tontos, que bien que con alguna se engancharon alguna vez y no se perdían un capítulo ni que vinieran degollando.
Pero no se preocupen, que no los voy a buchonear con nadie y van a seguir siendo los lectores copantes de siempre…
Particularmente, me encanta el fenómeno Hombreenganchadocontelenovela. Me causa mucha, pero mucha gracia y ternura. Me gusta el HOMBRE que se hace cargo de que se envició con un melodrama diario. Son una especie exótica, que no abunda, pero que es verdaderamente despampanante. Por suerte, en mi vida me he topado con algunos con los que me he podido sentar a hablar del género de igual a igual, y que se han apasionado a lo grande con algunas de las historias maravillosas que aparecen cada tanto. Esta columna está dedicada a uno de ellos, el querido Negro Acosta, novelero viejo y romántico de los grandes. ¡Un abrazo enorme pibe!
Salvo raras excepciones, las telenovelas de pura cepa, usan un par de plantillas dramáticas que suelen acomodarse a cualquier tipo de trama. Tenemos la plantilla Romeo y Julieta: dos enamorados que tratan de sortear la adversidad y los obstáculos que les ponen delante sus respectivas familias, el mundo y la realidad. Que suele incluir mujeres vírgenes al punto de que se les ha cerrado la cachucha, y hombres mujeriegos y ricachones, ávidos de encontrar una mina que los cambie para siempre. Con esta plantilla en particular, saltaron a la fama tipitos como Raúl Taibo, Gustavo Bermúdez, Daniel Fanego, Mario Pasik, Facundo Arana, Ricardo Darín, Pablo Echarry, Segundo Cernadas, el chongo Estevanez y muchísimos especímenes más por el estilo. Todos rutilantes buenmozotes, que cosecharon bombachas a diestra y siniestra.
Por otro lado, también contamos con la plantilla Cenicienta: Chica pobre, empleada doméstica que se enamora de su empleador, con el que pasará las de Caín hasta poder ser feliz de una buena vez. Esta plantilla ha recogido éxitos rotundos alrededor del globo, dejando de a pie a más de uno. De ella emergieron niñas como Andrea del Boca (la madre de todas las treintañeras vírgenes), Natalia Oreiro, Grecia Colmenares, Cathy Fulop, Viviana Saccone etc. etc. etc. Todas nenas más que conocidas y con amplia trayectoria.
Y finalmente, pero no en importancia, nos encontramos con la plantilla Conde de Montecristo. En esta, el personaje principal regresa a vengarse luego de haber sufrido todo tipo de vejaciones a manos de los villanos de la tira y, en medio de su faena, recupera o encuentra el amor verdadero. Este formato es muy versátil, ya que permite que el protagonista sea malo y cometa excesos justificados, cosa que le agrega algo extra a todo el tono fatal del culebrón. Particularmente, tengo debilidad por este formato, y es justamente el que trae consigo Avenida Brasil, que se despliega capítulo a capítulo como una apasionante historia de traición y revancha.
A los brasileros les gusta súper producir sus telenovelas. No escatiman en gastos y logran plantar sus productos firmemente, para que se sostengan de manera imbatible en el mercado. Todos los sets son espectaculares, tanto interiores como exteriores. De hecho, los escenarios naturales dejan con la boca abierta y no se los anda regateando. El espectador recrea la vista y no tiene su atención encajonada en locaciones de obvio artificio, que atentan contra el devenir del relato. Hay dirección clara, comprometida y coherente en la fotografía, el arte, la cámara y el acting. El registro dramático se establece férreamente y nadie, ni hasta el más mentado y prestigioso de los intérpretes, puede correr salvaje por la tira. Todos están contenidos, guiados, dirigidos. De esa manera la narración se vuelve atrayente, verosímil y sustentable. La telenovela se convierte así un bloque imparable, con grandes interpretaciones que van en favor de una historia que se percibe sólida y bien construida. Un tren de frente, cuyos vagones son imprescindibles en relación con los otros y no separadamente. En Avenida Brasil hay trabajo y oficio. Prolijidad y clara estructuración dramática.
La historia de Nina, la chica que viene a vengarse de su madrastra malvada, doce años después de que esta la abandonara en un tiradero de basura a la buena de Dios, se ha convertido en un motor invencible que apoya su éxito en el compromiso de trabajo claro y verdadero, y en el respeto profundo por el espectador. Nada de lo que sucede está poco meditado o sobrevolado en la trama. No se abren líneas narrativas absurdas, ni superficialmente abordadas. Cada subtrama tiene un desarrollo sesudo, consiente y bien provisto. Todos los personajes tienen carne real y están bien anclados dentro del relato. No hay detalles dejados a la que te criaste. Pero sobre todo, se percibe un trabajo hondo y verdadero por parte de los actores, que componen sus performances desde una perspectiva integral y bien articulada con todo el resto de las áreas de la narrativa. Vale la pena verla, para poder analizar sin tapujos lo que es capaz de producir en las personas, un género considerado menor cuando es encarado con seriedad, apasionamiento, honestidad y compromiso.
Personalmente, creo que en el país se ha vapuleado un poco a las telenovelas. Con el nacimiento, apogeo y caída de las tiras naturalistas o costumbristas, se ha enmascarado al culebrón con matices que han ido es desmedro de su opulencia y generosidad. Las historias, de un tiempo a esta parte, parecen estar tocadas por la falta de gracia, de vuelo romántico y de guita. Se han abandonado las plantillas originales, cometiendo el error ultra pelotudo de ignorar que, dichas plantillas se establecieron como tales, por su capacidad de volver interesante y casi infalible a la aventura. Creo que se ha perdido el respeto por el género, por considerarlo “doñarosero” y así es como se comete la profunda e imperdonable falta de subestimar al espectador. Tal vez sea por eso, que tuvo que venir esta locomotora extranjera, a mostrarnos de nuevo como se pueden hacer las cosas. No es gratuito el hecho de que el encendido de televisión abierta en horario prime time, haya bajado tan estrepitosamente. La gente quiere buenas historias muchachos y cuando se las dan, las compra. A ver si se ponen las pilas. Después de todo, ha habido grandes e inolvidables novelas, que nos han marcado la vida a más de uno.
Corazón Salvaje, La Extraña Dama, La Señora Ordoñez, Rosa de Lejos, Amo y Señor, Café con Aroma de Mujer, Alondra, El Rey del Ganado, El Clon, María de Nadie… En fin, todos esos títulos que atesoramos a la hora de la siesta y que veíamos a escondidas, para que no se enterara papá.
¿Se acuerdan de alguno?