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CRÍTICAS - CINE

Camino a Estambul (The Water Diviner)

(Australia/ Turquía/ Estados Unidos, 2014)

Dirección: Russell Crowe. Guión: Andrew Knight y Andrew Anastasios. Elenco: Russell Crowe, Olga Kurylenko, Yilmaz Erdogan, Cem Yilmaz, Jacqueline McKenzie, Ryan Corr, Isabel Lucas, Dan Wyllie. Producción: Andrew Mason, Keith Rodger y Troy Lum. Distribuidora: Distribution Company. Duración: 111 minutos.

La prole diezmada.

Con el transcurso de los años las variantes del cine bélico se han ido amontonando en los productos actuales de una manera azarosa, como si el relativismo discursivo y formal fuese el horizonte en una época de nulo compromiso ideológico. Si bien nunca será del todo nocivo reemplazar el fundamentalismo de antaño y el cúmulo de subdivisiones tajantes con una amalgama de elementos superpuestos, tampoco deberíamos caer en el purismo de la mixtura sin ton ni son, porque equivaldría a una sustitución de términos pero conservando el andamiaje estructural de antes y para colmo vaciándolo de energía: desde hace tiempo las contradicciones a nivel del contenido dejaron de ser sinónimo de efervescencia conceptual.

Pensemos para el caso en los convites chauvinistas (aquí el ensalzamiento de un supuesto orgullo nacional suele obviar las preocupaciones mundanas referidas a las pobres almas que mueren gracias al fuego enemigo), los films más o menos superficiales (la violencia de las escaramuzas predomina por sobre la distinción de los bandos en conflicto), las epopeyas antibélicas (pueden incluir -o no- una simpática colección de golpes bajos con vistas a enfatizar una moraleja orientada a explicitar los horrores de los enfrentamientos a escala masiva), y los retratos pretendidamente despojados o ascéticos (hablamos de la categoría más reciente en términos históricos, cargada de inclinaciones de raigambre documentalista).

El debut en la dirección por parte de Russell Crowe, Camino a Estambul (The Water Diviner, 2014), arrastra una fuerte dosis de esta indecisión contemporánea en lo que respecta al devenir en cuestión y la perspectiva general de la propuesta: bajo la premisa “padre en territorio foráneo en pos de sus hijos desaparecidos”, la película juega con la épica de la construcción de la identidad patria (en esta ocasión, aplicada a Australia), la dialéctica de los alegatos contra las luchas armadas (a través de escenas redundantes sobre el sentir de los protagonistas de la batalla de Galípoli), y un arsenal de recursos complementarios de distinta índole (no pueden faltar una crisis existencial, los embates amorosos y el viejo arte de “comprender” al adversario).

Sin definirse entre el misticismo, los dramas del corazón, las aventuras vintage a la Indiana Jones o la majestuosidad de cadencia sensible en sintonía con David Lean, Crowe crea un representante soporífero aunque bienintencionado de esa tradición de obras grandilocuentes que pretenden posicionar a su responsable máximo en otra rama de la industria, hoy por suerte más cerca de la tolerancia de Danza con Lobos (Dances with Wolves, 1990) que de la belicosidad de Corazón Valiente (Braveheart, 1995). Las diatribas pacifistas y la presencia de la esplendorosa Olga Kurylenko, como el interés romántico de turno, compensan en parte el atolladero narrativo y esa andanada de clichés centrados en la cultura de Turquía…

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Por Emiliano Fernández

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