Damas y caballeros, Pixar lo ha hecho de nuevo.
Ante todo, he de aclarar que soy uno de los llamados “Fundamentalistas de Pixar”; esos que piensan que ese grupo de personas que hace cine de animación (nunca mejor usada esa palabra), representan lo mejor que se ha visto en las pantallas en los últimos 20 años.
Ya explicado esto, voy a tratar de decir lo menos posible de un film mágico (lo último que quiero es adulterarle el viaje al lector). La película es sencillamente genial. Está a la altura de las dos entregas anteriores, y supera, al menos a mi humilde criterio la media de los filmes de Pixar, tal vez quedando solamente por detrás de esa obra maestra llamada Wall E.
Como espectador, desde el anunció de la tercera emisión, hace ya un par de años, había una pregunta que me era inevitable ¿Es necesaria una tercera parte de Toy Story? No dudaba de los muchachos de la A113, es más estaba totalmente convencido de que la obra en cuestión me iba a explicar el porque. Y heme aquí escribiendo “Ahora entiendo”. Había un espacio que llenar. Tal vez porque los personajes se merecían algo mejor que ese final Agridulce de Toy Story 2, tal vez porque los que conforman el Pixar son más optimistas de lo que pensamos, tal vez sea que ese final inevitable que tarde o temprano va a llegar, no sea tal, o al menos, valga la pena mostrar un poco más del trayecto que se recorre hacia eso. La cuestión es que Woody y Buzz tenían algo más que decir.
Amistad, eso es lo primero que se me viene a la cabeza cuando pienso en la saga de los juguetes, y luego hay una pausa. Una pausa porque hay tantos temas secundarios que se han abarcado en películas que se etiquetan como infantiles, y lo son, pero también son mucho más. Creo que la primer entrega es sobre la identidad, la segunda es sobre el destino -en su significado más literal-, y la tercera sobre la libertad. Y es un tema hermoso a ser tratado, y así lo hace. Con altura, con grandeza, de una forma que respira y exhala cine en cada fotograma.
No puedo huir de algo, soy un uno de los chicos que crecieron con la saga. Fui al cine con mi mamá a ver la primera, la segunda fue la primer película que fui a ver solo al cine. Es parte de mi vida, y por lo tanto, si bien hay una veta emocional de la cual no puedo escapar, también creo ser el ojo más crítico, aquel que reclama respeto por los films que precedieron a esta tercera emisión, aquel que pide que se honre el legado. Y así es, se honra ese legado, se lo enaltece, y se hace presente más vivo que nunca. Y eso es algo que los grandes van a disfrutar, y por suerte, una nueva generación de chicos crecerá de la mano de esta reluciente, pero maravillosa trilogía.
Creo que una de las cosas que más se destaca de cada film de Toy Story (¿Y por qué no? De cada película con el sello de la lamparita) es que detrás de cada una hay una referencia cinematográfica, es cine que mira cine, y le dice algo a la industria. Para dar un ejemplo, la primera era Buzz llegando como lo nuevo, la animación 3D que viene a sacudir el mundo. Es el “chiche nuevo”. Y Woody (¿Acaso hay una imagen más cinematográfica que la de un vaquero?) es la animación en 2D, el cine más clásico. Personaje que desesperadamente le dice al otro que se baje de su ilusión de Héroe Espacial, y que se de cuenta que es “un juguete”. Por que el cine es eso, vive de la imaginación del espectador, de sus ilusiones. Tiene vida por y para el que lo ve. Sin nadie que “juegue” con la película esta, sencillamente, no existe. La película que se estrena este jueves reafirma esto, y lo hace con orgullo. Homenajeando cientos de películas que la precedieron, resucitando su magia, volviéndole a dar vida, para contar una historia sencilla, pero excelentemente escrita y narrada. Pero a su vez, demostrar que mientras haya historias por ser contadas, seguirá existiendo la fantasía. Mientras haya una persona que quiera creer, el cine estará ahí presente para acompañar la ilusión, tomar vida y ser parte de ella. Y yo, brindo por eso.
Eternamente gracias Pixar. Solo eso. Además, cuando todo termine, tendré a la vieja trilogía para que me haga compañía, en el infinito y más allá.