A Sala Llena

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Un bol de caramelos deliciosos

Un bol de caramelos deliciosos

Hay películas que no nos cansamos de ver. Películas que somos capaces de visitar y re visitar una y otra y otra vez. Que nos reconfortan cuando estamos enfermos o tristes, o cuando tenemos dudas sobre la vida, sobre el futuro, sobre al amor, sobre cómo levantarnos algunos días en que de verdad no sabemos cómo seguir. En particular tengo días de esos bastante seguido, no porque sea infeliz, sino porque a menudo me cuesta arrancar. Trabajo mucho, pero a intervalos extraños. Es decir, las personas se levantan, van a sus trabajos, toman bondis, subtes, hacen las compras, cocinan, se besan, se ignoran… y allí encuentran sentido. A mí, todo ese asunto, se me complica un poco más. Escribo mis libros, trabajo en mis películas, en nuevos proyectos, pero algunos días me la paso mirando el techo, palpándome los pechos, imaginando mutilaciones y revisándome los ganglios. Algunos dicen que la inspiración es para amateurs, y tienen razón, pero nadie habla del impulso necesario para crear y a ese sí a veces hay que esperarlo. Supongo que eso me convierte en una amateur de la vida. Yo trabajo todo el día, en mi cabeza está el próximo párrafo de mi libro permanentemente, pero tiene que tomar forma, que aparecerse por completo, de lo contrario, si me siento a trabajar, la ansiedad me aniquila. Y entonces necesito de esas películas, de esos pases de magia que me ayudan a soportar los intervalos sin hacerme quinientas colonoscopías.

Hace muchos años escribí una columna sobre Sintonía de Amor (Sleepless in Seattle, 1993). Era una columna triste y oscura, debido a acontecimientos funestos que habían tenido lugar. Hoy voy a volver a la película, porque la subieron a Netflix y está allí, como un enorme bol de caramelos, para los momentos de angustia.

¿Quė convierte a una película en clásico? Bueno, el hecho de que la protagonice Tom Hanks, mi amor eterno, seguro la acerca bastante. Pero, ¿qué más?, ¿qué hace que una película se transforme en parte de nuestra identidad, de nuestra imaginería, de nuestra forma de ver el mundo? Algunas cosas son obvias, estructurales: guión de acero, casting perfecto, diseño de producción y fotografía impecables. Otras son detalles, a veces exquisitos y otras, ridículos, pero que funcionan unidos por ese polvo de estrellas, esa magia que necesitan las películas para ser perfectas.

Hagamos una lista de esos en Sintonía

1-El protagonista es Tom Hanks, pero todos la recordamos como una historia co-protagonizada. El guión es tan perfecto que crea la ilusión de ser un dueto, cuando en realidad las escenas de Hanks construyen toda la película.

2-El personaje de Annie está compuesto tan dulcemente, que olvidamos que es una especie de acosadora y la convertimos en una romántica incurable, cuando hay detalles de su personalidad que son verdaderamente alarmantes: pone un detective privado para seguir a Sam. Su casa está íntegramente pintada de rosa “Pepto”. Su familia está rematadamente loca y su mejor amiga también. Si quisiéramos podríamos convertirla en la mala de Atracción Fatal (Fatal Attraction, 1987) (de hecho hay un chiste al respecto en el film) o en Kathy Bates en Misery (1990). Pero gracias a una actriz formidable como Ryan, todo se resume a la dulzura y la inocencia.

3-La película está espectacularmente bien contada a tal punto, que a nadie lo deja intranquilo el hecho de que un arquitecto sumido en la depresión más abyecta tras la muerte de su esposa, se mude a una casa flotante, rodeada de agua donde lanzarse. Y además junto a su hijo de ocho años, que al final de la cinta se extravía y nadie busca en el agua. Nadie jamás se preocupa de que Jonah se haya caído al agua.

4-El novio de Annie, Walter, interpretado de manera genial por Bill Pullman, toma el rompimiento de la relación con la mujer con la que prácticamente vive, de manera no sólo caballerosa, si no totalmente aplomada y dulce. Nadie se detiene jamás a reflexionar acerca de si era lógico que experimentara algún tipo de sentimiento de pérdida.

Esos son algunos detalles ( hay cientos) que dan cuenta de que cuando la narración es virtuosa, el espectador llena los espacios en blanco. Apunta lo que le faltó a la película haciendo enlaces en su mente de manera colaboradora y automática. ¡Cómo me gustaría hacer una película así de perfecta! Tanto, que el espectador corrija sus inconsistencias con la mente.

Es como cuando nos comimos un bol entero de caramelos deliciosos, pero jamás tomamos nota de que tenían papel.

Laura Dariomerlo | @lauradariomerlo

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