La bestia multiplicada
Hace apenas cuatro años temimos lo peor, creyendo que M. Night Shyamalan le había puesto el último clavo a su propio ataúd cinematográfico con Despúes de la Tierra (After Eart, 2013), ese Sci-Fi fatídico con Will Smith e hijo a la cabeza, película que sucedía a las también endebles El Último Maestro del Aire (The Last Airbender, 2010) y El Fin de los Tiempos (The Happening, 2008). Afortunadamente en 2015 retomó el camino gracias a ese relato de suspenso en clave cámara en mano llamado Los Huéspedes (The Visit, 2015), dando señales de que la redención era posible.
Parte de ese camino redentor continua en Fragmentado (Split, 2017), la nueva película que escribe y dirige el hombre que sorprendió al mundo cuando nos hizo caer en la cuenta de que Bruce Willis era un fantasma con asuntos pendientes. En esta ocasión presenta la historia de Kevin, interpretado por James McAvoy, un hombre que sufre de personalidades múltiples. Si, múltiples… 23 personalidades conviven en el mismo cuerpo. Cuando el cúmulo de ánimas se sale de control, Casey (Anya Taylor-Joy) y sus amigas se llevan la peor parte, siendo secuestradas y confinadas en un lugar sin escape aparente.
Con un planteo similar al de Avenida Cloverfield 10 (10 Cloverfield Lane, 2016), Shyamalan construye un relato claustrofóbico, en el que la tensión va en aumento y los espacios confinados se vuelven asfixiantes secuencia tras secuencia.
McAvoy vuelve a entregar una performance inobjetable, con momentos de enorme intensidad. Todo esto multiplicado por la cantidad de diferentes personalidades que interpreta. Por el lado de Anya Taylor-joy, revalida todo lo bueno que ya había demostrado en La Bruja (The Witch, 2015). Parece un personaje hecho a su medida, ya que aprovecha al máximo sus rasgos particulares para transmitir con efectividad un enorme rango de sensaciones. De esas actrices que no necesitan decir una palabra: su cara y sus gestos lo dicen todo.
Pero no caigamos en la idea reduccionista de creernos simplemente frente a una película de un chiflado que secuestra unas chicas y las hace pasar un mal rato. El guión de Shyamalan ofrece más de una lectura, ahondando en los traumas infantiles que dejan marcas profundas, el costado salvaje de la psiquis humana y la verdadera esencia de la maldad.
Al igual que con Los Huéspedes, el director vuelve a mostrarse más cómodo trabajando dentro de una historia mínima pero compuesta por varias capas de análisis, alejándose de los relatos sobredimensionados y grandilocuentes. Como si todo esto fuese poco, aquellos fans más hardcore de Shyamalan enloqueceran -en el buen sentido del término- con el guiño final.
Alejandro Turdó | @AleTurdo