Se viene el feriado y es sabido que mucha gente aprovecha los fines de semana largos para casarse. Se ha vuelto una especie de costumbre, para que los invitados que deben llegar desde fuera, tengan tiempo de viajar e instalarse. Así que, no será sorpresa para nadie, que este sábado, tenga que tomar mi baño anual, emperifollarme con vestidito decoroso y rumbear para un casorio.
A las mujeres siempre nos hacen falta más detalles que a los hombres en los menesteres del aseo personal para ocasiones como estas, así que hoy se presentaba para mí un día bastante complicado. La jornada incluía tomar una clase de danza a la mañana temprano (después de acostarme a las mil y quinientas debido a una cena con amigas), acomodar la casa completa, lavar los platos, ordenar los placares, recoger un millón de prendas de mi susodicho en la tintorería, comprar medibachas, pagar impuestos, depilarme, conseguir alimento para los gatos, comprar el regalo para los novios y escribir esta columna.
Para mí, que no estoy acostumbrada a mascar chicle y cruzar la calle, el panorama se me hacía equivalente a escalar el Aconcagua.
Traté de no desesperarme, me levanté tempranisssiiimoooo, desayuné con mi hombre, acomodé algunas cosas y salí para la escuela de danzas. Casi escupo el corazón por la boca, comprobando ampliamente lo fuera de estado que estoy, pero igualmente disfruté como una enajenada. Hacía mucho tiempo que, haciendo ejercicio, no miraba el reloj cada cinco minutos para ver cuando carajo me podía rajar. Lo cierto es que, me entusiasmé tanto, que terminé inscribiéndome en otra clase más por semana. En fin… parece que los viejos hábitos jamás nos abandonan del todo.
Volví a casa después de hacer unos mandados y me senté en la máquina. Unos minutos antes, chequeando el atuendo para la boda, me decidí a recordar con ustedes, películas sobre el casamiento. De esas que incluyen los preparativos, la ceremonia y la fiesta, y en las que se desarrollan todo tipo de conflictos ligados a esta maravillosa y esperanzada celebración.
La primera que me vino a la cabeza (por supuesto) fue La Boda de mi Mejor Amigo.
Esta película de P.J Hogan, estrenada en1997, es particularmente cercana a mi corazón. Recuerdo haber pasado horas y horas desguazándola una y otra vez, estudiando su estructura desde la secuencia de títulos, comprobando su perfecta composición. De hecho, el guión, escrito por Ronald Bass (que homenajeaba a las legendarias comedias de Rock Hudson y Doris Day) es un ejemplo perfecto de cine de fórmula y está escrito impecablemente.
Julia Roberts interpretaba a una mujer desesperada, que pergeñaba un plan maquiavélico para arruinar un casamiento, después de darse cuenta de que estaba enamorada del novio quien, hasta ese momento, había sido su mejor amigo. Llegaba a la boda decidida a robárselo, pero se topaba con una Cameron Díaz en el tope de sus habilidades como comediante, que le complicaba la tarea, en el rol de una novia adorable que no le sacaba la vista de encima a su futuro marido.
El duelo actoral entre las mujeres resultaba delicioso. Las dos terminaban siendo profundamente tiernas, cómicas, seductoramente dulces y femeninas. La Roberts estaba más hermosa que nunca y tenía una malicia tan irresistible que, de verdad, a pesar de ser la villana de la película, uno no podía más que sentir profunda simpatía y genuina compasión por ella. El novio en cuestión, estaba dignamente representado por el bombonazo de Dermot Mulroney que, cumplía con su tarea asignada (callarse y ser bonito) de forma espeluznantemente efectiva. Por otro lado, en el rol del amigo gay de Julia, Rupert Everett se llevaba los laureles redondamente, aportándole una cuota de cinismo, comedia ligera e inteligencia ácida a la historia, que le venía de perillas. Creo que, a la larga, La Boda… terminará siendo un clásico de la comedia romántica de todos los tiempos. Algo así como la representante de los noventa, del cine de estrellas súper taquillero americano. Creo, además, que se lo merece ampliamente. Pocas comedias resultan tan exquisitamente efectivas y a la vez, tan innegablemente entrañables.
Por supuesto, otra película clásica sobre el asunto (y resulta más que obvio de hecho) es Cuatro Bodas y un Funeral. Este film de 1994, dirigido por Mike Newell, catapultó a la fama al, hasta ese entonces desconocido, Hugh Grant, quien interpretaba a un soltero medio perdedor, que se enamoraba perdidamente en un casamiento, de una mina norteamericana. Enfrentémoslo, el tipo jamás volvió a hacer una película tan buena como esa y, de alguna manera, todas sus actuaciones posteriores (salvo la honrosa excepción de El Diario de Brigett Jones) son una especie de repetición patológica de aquel personaje memorable. La película era increíblemente inteligente, fresca, nueva y sensible. Ayer mismo la agarré en la tele y me la quedé viendo. El guión es excelente, pero lo mejor que tiene esta cinta, es el desarrollo asombrosamente hondo, detallado y peculiar de sus personajes. Todos, absolutamente todos, son de una humanidad tan encarnada y de una llegada tan veloz y empática con el espectador, que se vuelven simplemente inolvidables. Además, el director maneja y dosifica de manera magistral la belleza de Andie Mac Dowell, haciéndola verse como la encarnación misma del verdadero amor. Una especie de hada que, en escasos encuentros con el protagonista, logra ganarse su corazón de manera tan inequívoca que hasta resulta orgánico que el tipo decida plantar a su novia en el altar por ella, dejándola literalmente vestida y alborotada.
Con gags chispeantes (muy británicos), con grandes actuaciones y con un ritmo que, para ese entonces, resultaba más que novedoso, esta película se convierte en otro clásico indiscutido, que se merece ampliamente su lugar de privilegio dentro del género.
Perdidita por el cable y de manera periódica, podemos encontrar esta comedia romántica con temática casamentera que, debo decir, encuentro más que deliciosa. Otra vez Dermot Mulroney como protagonista, interpretando a un acompañante masculino irresistible, que es contratado por una pelirroja medio chiflada interpretada por Debra Messing (la de Will and Grace). El tipo se hace pasar por su novio, para darle celos a un ex, en la boda de la hermana menor de la protagonista, que se lleva a cabo en la campiña inglesa. Amores, Enredos y una Boda, es una comedia no tan destellante como las anteriores, pero bastante efectiva y con toques de remarcable buen gusto. En el papel de la novia, encontramos a la talentosísima Amy Adams, una rubia caprichosa, muy hermosa y mal criada, que esconde de su prometido y de su hermana, un secreto que complicará todas las cosas. Por supuesto, la pelirroja termina enamorada del joven y apuesto prostituto y las cosas se salen de control de manera desopilante.
El elenco, mitad británico y mitad americano, es excelente y se lleva gran parte del crédito del film junto con los paisajes y el tono original de la puesta. Por supuesto, no dejará ninguna huella significativa en los anales de la historia, pero se deja ver y, por algunos momentos, conmueve y emociona de manera inteligente.
Mientras escribía cayó la tarde. Si bien estaba bastante conforme con la columna hasta ese momento, decidí que saldría a despejarme un poco, a ver si me venían a la mente ideas más originales o, por lo menos, más divertidas. Afuera llovía a cántaros, así que prendí por un rato la televisión. En el canal 9, estaban pasando una telenovela que sigo de reojo. En el exacto momento en que caí en ese canal, la vieja mala de la tira le estaba diciendo al villano Rosendo Gavilán, que José Miguel era su hijo. Me puse muy nerviosa porque las telenovelas extranjeras me sacan un poco de quicio, así que me envalentoné y salí a mojarme.
Con la cabeza embutida en una gorra y las manos metidas hasta el fondo en los bolsillos, salí rumbo al Starbucks que está en 3 de febrero y Lacroze.
Entré sacudiéndome el agua y me puse en la cola mientras miraba las tazas y los paquetes de café a la venta. Finalmente pedí un té negro con limón, un bagel con manteca y mermelada y subí al segundo piso.
A penas llegué, parada aún el último escalón de la escalera, pude sentir que algo estaba raro allí arriba. Miré a mí alrededor y solo vi la cabeza de una mujer, sentada en uno de los sillones de un solo cuerpo junto a la ventana. Lo había dado vuelta de tal manera que resultaba imposible verle la cara desde donde yo estaba parada.
Caminé uno o dos pasos y me detuve nuevamente. Era de verdad raro que a esa hora no hubiera nadie allí, más que la mujer. Voy casi todos los días y sé que siempre está lleno de pendejos de colegio hablando estupideces o de estudiantes universitarios desplegando sus apuntes o de tipos con pinta de ejecutivos cool, escribiendo en sus notebooks y hablando por celular.
Tímidamente caminé silenciosa hacia una mesa que estaba cerca de la de la mujer. En el aire flotaba una especie de niebla apenas perceptible y había una fragancia maravillosa que no pude identificar. Miré una vez más a mí alrededor y comprobé que, efectivamente, no había nadie más que nosotras en el segundo piso del Starbucks de 3 de Febrero y Lacroze.
Tratando de ver quién era, me senté en la silla que estaba casi en frente de la de ella, pero no logré verle la cara.
Me senté y me dispuse a tomar el té. Cuando estaba por darle el primer bocado al bagel, la mujer giró la cabeza y me miró. A mí se me cayó el bagel de las manos y la boca me quedó abierta.
_ Podés sentarte conmigo si querés_dijo_. Estamos las dos solas y no me vendría mal un poco de compañía.
_ ¿Estoy soñando?_ le pregunté con un hilo de voz.
_Supongo que no_ respondió_. Pero yo no sé demasiadas cosas, así que, puedo estar absolutamente equivocada.
Me senté a su mesa y apoyé mi bandeja sabiendo que tanto el té como el bagel quedarían olvidados irrevocablemente.
_ ¿Seguís con la idea de escribir una columna acerca de películas sobre bodas?
_ En eso estaba, si_ balbuceé sin estar demasiado sorprendida de que supiera todo sobre mi_. Pero me resultaba un poco sosa y no se…
_Tal vez puedas escribir sobre esto entonces… Digo, sobre nuestro encuentro.
No articulé palabra alguna, me quedé mirándola embobada, completamente sometida al yugo de sus inexplicables ojos violeta.
_ ¿Sabés qué película me gustaba a mi acerca de un casamiento? ¡Gigante!
_ Pe… Pero esa no era una película sobre una boda_ dije y después tuve miedo de que se ofendiera.
_ ¡Por supuesto que es sobre una boda!_afirmó_. Es sobre un casamiento y sobre todas las decisiones que se deben tomar después de eso. Las decisiones de la vida entera de un matrimonio que arranca la película casándose.
_ Tiene razón_le dije, y ella sonrió enigmática.
_ Yo me casé muchas veces. ¿No te parece que eso sería el punto de partida para una buena historia de bodas? Digo, una mujer que se casa una y otra vez con hombres diferentes…Excepto por él, con él me casé dos veces… Hay errores que vale la pena repetir aunque le dejen a uno el corazón hecho una rueda.
_Si, creo que sería una historia excelente.
Los ruidos de la ciudad y del piso de abajo, estaban extrañamente detenidos. Reinaba el silencio, a penas intervenido por el sonido de la lluvia.
Ella miró hacia fuera y suspiró.
_Lamento que no pudiéramos conocernos, te está tomando demasiado tiempo hacerte famosa…_rió con crueldad.
_ ¿Ya tiene que irse? Es demasiado pronto…
_ No tanto querida, no tanto.
Se paró con su figura de orden divino, se encaminó y se fue. Yo me asomé a la ventana para verla salir.
Cruzó la calle y desapareció por 3 de febrero, dejando una estela brumosa que llegó hasta mi ventana y la empañó misteriosamente.
Yo solo podía pensar en que estaba viendo desvanecerse a una de las columnas fundamentales sobre las que descansaba el cine del siglo XX y que, con ella, terminábamos de enterrarlo del todo.
Volví a casa caminando, con la cabeza llena de imágenes mientras me empapaba con la lluvia. Llegué a mi edificio, subí hasta mi casa, me senté frente a la máquina de nuevo y escribí mi encuentro con Elizabeth Taylor, en el Starbucks de 3 de febrero y Lacroze, una tarde gris de Buenos Aires, mientras buscaba ideas para terminar esta columna.