Un paseo por las nominadas al Oscar 2014: dos
favoritas
Esta semana tuve la oportunidad de ver 12 años
de esclavitud y Escándalo Americano, las dos favoritas para ganar el
Oscar de este año.
12 de Años de Esclavitud es la tercera película de Steve
McQueen, cuyo tríptico conformado por Hunger, Shame y la mencionada
12 de Años de Esclavitud, constituyen un cine de un nivel de gravedad y
espíritu trágico tal que hace que Michael Haneke parezca Jim Henson. Quizás
esto sea así porque mientras Haneke suele abordar el sufrimiento físico
trabajando el fuera de campo o el tratamiento distante (esos recursos que
algunos han querido identificar, a mi entender de manera errada, como una
mirada pudorosa y reflexiva respecto de la violencia o lo terrible), en McQueen
este gusto por los cuerpos destruidos y la angustia que eso conlleva es más
bien gráfico y viene remarcado con una música grandilocuente y primeros planos
de rostros sufientes.
12 Años de Esclavitud no sólo no es la excepción
sino que es la regla más notoria, así es como la primera golpiza que recibe su
protagonista está puesta en un plano fijo interminable en el que vemos al
personaje siendo ferozmente azotado. En el transcurso del film cada tanto
McQueen nos “sorprende” con alguna nueva atrocidad: algún latigazo, un
botellazo tirado en la cabeza de una esclava o una violación. Multiplicar así
la violencia puede ser peligroso: sin la misma no está dramáticamente
justificada, si aparecen como escenas en el fondo gratuitas, no terminan
pareciendo otra cosa que recursos efectistas para el impacto, pasando así
ampliamente la línea entre el realismo comprometido y el regodeo morboso puro y
duro, como si se estuviera utilizando la denuncia histórica como excusa para
realizar una suerte de película de pornotortura para salas de cine arte. No es
muy difícil llegar a esa conclusión si tenemos en cuenta que muchos de los
momentos violentos podrían haberse quitado perfectamente de la trama sin que
esto implique ni un cambio en la historia y mucho menos una alteración en los
conceptos de la película (¿para qué mostrar por ejemplo a Fassbender violando a
la esclava si estaba más que claro que lo hacía de vez en cuando?). En todo
caso por si no quedan dudas del espíritu morboso hay un plano secuencia –en más
de un sentido- horroroso en el cual se muestra una esclava siendo salvajemente
azotada durante varios minutos. La cámara hace una serie de travellings
circulares mientras vemos por un lado la cara de la esclava siendo castigada y
la acción del azotador. La escena empieza dejando visualmente de lado la
espalda lastimada de la esclava hasta el final, cuando McQueen nos deja ver la
carne viva de la negra (que fue anunciada verbalmente por el personaje de
Fassbender cuando pedía azotes que atraviesen la piel) mientras es lastimada
con un látigo. Pasar de ese modo del “pudor” al morbo perverso con este juego
de ocultamiento y mostración shockeante es, al menos en una película como esta,
curioso. Y es raro, porque incluso deja como pudorosa a una película que quiere
ser abiertamente heredera del cine explotación y el cine violento como Django
sin Cadenas de Tarantino, en la que escenas como el emperramiento del
esclavo o la pelea Mandingo eran filmadas sólo parcialmente y tenían una
justificación dramática. Justamente hablando con un amigo sobre la comparación
entre la película de Tarantino y la de Mcqueen decíamos que más allá de sus
defectos, la película de QT por lo menos no era estúpidamente didáctica e
integraba su noción histórica de la esclavitud a una narración fluida en la que
cuestiones como la visión monetarista del esclavo y su cuerpo como valor de
mercado; el pensamiento obtuso pero también producto del entorno que le toca
vivir del esclavista aparecía acompañando un relato en lo que imperaba ante
todo era lo que le pasaba a sus personajes. En Django sin Cadenas la idea de que
los esclavos son valores de mercado se daba mediante una película marcada
narrativamente por la negociación y los códigos del spaghetti western, la
ciencia de la frenología que “explicaba” la supuesta inferioridad de los negros
era parte de un monólogo tensionante de Di Caprio y la visión extranjera de la
esclavitud puesta en el personaje de Christoph Waltz era un característica que
permitía hacer avanzar la trama y justificar el accionar de un personaje clave.
En 12 Años de Esclavitud en cambio cada momento parece ser parte de un
film obsesionado con un espíritu didáctico insultante, hecho por un cineasta
que se piensa adulto pero que trata a su espectador como si estuviese en una
clase de historia básica de la esclavitud. Si uno se pregunta qué pasaba con los
esclavos que trataban de revelarse entonces Mcqueen pone una escena de un
esclavo que es acuchillado luego de querer reaccionar contra un esclavista,
para mostrar la naturalización de la violencia Mcqueen se encarga de encuadrar
y remarcar varias veces la figura de un esclavo sufriendo mientras hay otros
negros haciendo otra cosa (tocando instrumentos, bailando, jugando), para que
nos quede claro que el personaje de Benedict Cunterbacht es “bueno” pero sigue
siendo un esclavista Mcqueen pone un personaje femenino para aclarárnoslo, y al
mismo tiempo hay decenas de planos de negros que sufren y se sienten tristes
para mostrar que los esclavos la pasaban mal. Como detalle mayor incluso
Mcqueen nos introduce a Brad Pitt, en una aparición fugaz e insoportable,
diciendo que los negros son iguales a los blancos y que no hay que pensar a
nadie como una propiedad. Todo esto en medio de una estructura dramática
caprichosa (no puedo entender sino como una arbitrariedad la idea de empezar
una película pretendidamente realista con una estructura de flashbacks que
después desaparece) y esclavistas retratados muchas veces como estereotipos de
villanos salidos de telenovelas mexicanas (véase a Paul Giamatti, Paul Dano y
sobre todo Michael Fassbender dándonos una interpretación afectada, hecha para
remarcarnos a cada rato que se trata de una persona enferma y atormentada).
No es raro que un desastre cinematográfico esté
nominado o hasta lo gane un Oscar (piénsese en El Artista, Chicago,
La Vida de Emile Zola, Gladiador, Gente como Uno, Shakespeare
Apasionado, etc…) pero no será raro tampoco que de ganarlo, la estatuilla
llegue a ser lo único por lo que pueda ser recordada una película como esta.
Algo similar podría pasar con Escándalo
Americano de ganar el premio mayor, aunque para ser justos se ubica
bastante por encima del film de McQueen y tiene al menos algún que otro momento
excelente (varios de ellos logrados gracias a Amy Adams en una actuación
soberbia). La película de David O´ Russell es –se ha dicho ya muchas veces- muy
deudora del cine de Scorsese, sobre todo a la representación que el
italoamericano ha hecho de la delincuencia en Buenos Muchachos.
Justamente si uno se pone a buscar conexiones entre las dos películas las
mismas saltan a la vista. Misma idea de mostrar delincuentes que viven en su
micromundo de códigos personales, misma idea de un protagonista que tiene que
traicionar conocidos para sobrevivir, misma utilización de la voz en off que
nos narra la película desde el lugar de un criminal y que puede cambiar de
punto de vista abruptamente (como pasaba cuando de pronto Lorraine Bracco se
ponía a contar la historia en Buenos Muchachos del mismo modo que puede
pasar en Escándalo Americano que aparezca de pronto la voz en off de Amy
Adams), misma lógica del delincuente que entra a la ilegalidad por no querer
llevar la vida de su padre, misma idea de congelar de pronto la imagen, mismo
estilo de musicalización scorsesiana hecha de grandes temas de rock y jazz que
aparecen y se interrumpen repentinamente (jugando además con la música
diegética y extradiegética) y que una que otra vez vienen acompañadas de
escenas en cámara lenta que parecen querer eternizar en el tiempo momentos
supuestamente intrascendentes. Si hasta O´Russell se permite remarcar esta
relación totalmente evidente poniendo a De Niro como un mafioso poderoso y
temido.
Sin embargo Escándalo Americano trata
también de diferenciarse de una película como Buenos Muchachos. Por
empezar tiene un tono más melancólico, despojado de todo exceso (lo que impera
acá no es la violencia y las drogas sino la estrategia) en el que lo que prima
no es el punto de vista acelerado, sino más apacible del estafador interpretado
por Bale. Por otro lado si en Scorsese la caída en la delincuencia –con todas
las ventajas y desastres que eso ofrece- es una decisión personal, acá los
estafadores no parecieran ser otra cosa que víctimas de un contexto cruel y
sobre todo de un mundo dominado por las apariencias. Hay si se quiere incluso
en Escándalo Americano una mirada también depalmiana de un mundo marcado
por los artificios y la simulación. Quizás es por esto que su vuelta de tuerca
sorpresiva no moleste en un film así, después de todo en una película dominada
por la falsedad, capaz de abrir ya de por sí con un peluquín grotesco de Bale,
el espectador no tendría porque no ser engañado en algún momento.
La narración es más bien fluida aunque molesten
algunos trucos narrativos para sorprender (como el repentino flashback de
Bradley golpeando con un teléfono a su jefe –el gran Louis C.K.) y sobre todo
las frases explicativas de Christian Bale (que a veces también vienen de la
mano de Adams: ver el comentario de los rulos de Cooper) diciendo que al fin y
al cabo todo lo que se hace es para poder seguir adelante en un mundo mezquino
donde finalmente los verdaderos delincuentes –que serían los banqueros por
ejemplo- no van presos.
Hay algo molesto en todo esto y que va más allá de
la sobreexplicación: hablo de cierto clima cínico y facilista que termina
apoderándose de toda la película. Acá no hay placer oscuro en la ganancia y en
el aprovechamiento ajeno, ni consecuencias demasiado graves y significativas en
la traición, por el contrario, acá impera la necesidad de la estafa y la ley
del más fuerte en un país donde la única arma válida es la astucia. De hecho
uno de los aspectos más oscuros de la película es que el personaje más noble
(el político interpretado por Renner, que confía en su amigo y sólo quiere
ayudar a su comunidad) es de los que peor la pasa. Desconfío mucho de esta
visión tan desencantada, no por el pesimismo en sí, sino porque se entrega a
una visión chata de un mundo fácil de entender aunque sea en su pesimismo.
Quizás el ejemplo más notorio de esto es que en el fondo sus personajes
terminan siendo unidimensionales. Cooper como el sermoneador hipócrita y
ambicioso, Amy Adams finalmente como una novia fiel, Renner como un bonachón y
Bale como antihéroe sabio. Si hasta la propia Jenifer Lawrence, que aparentaba
ser una manipuladora astuta, termina siendo meramente un comic relief de mujer
hueca y algo demente. Es algo raro de pensar, pero en su mundo supuestamente
dominado por las los engaños y las simulaciones, Russell termina realizando un
film absolutamente sencillo y transparente, con personajes con objetivos
claros, causas justificables de sus acciones, y límites perfectamente
delineables entre lo simulado y lo sincero. Nada más decepcionante que alguien
que nos propone un mundo de máscaras para sencillamente al final sacarlas a
todas y mostrarnos un mundo sencillo hasta lo tedioso.