A Sala Llena

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Una de chimentos…

Una de chimentos…

Y se nos casó George Clooney nomás.

Sí, sí, este fin de semana el legendario, talentosísimo, bellísimo, soltero empedernido, actor, productor, director, filántropo y hombre de la tierra abandonó su estatus de soltero más codiciado del mundo. Una de las más grandes y glamorosas estrellas de cine desde Cary Grant se convirtió, en Venecia, en un hombre casado.

Como ustedes saben, George y yo teníamos un pacto: él no podía casarse. Pero hace unos días, recibí una carta de su puño y letra diciéndome que, como yo estoy casada hace ya casi veinte años, le parecía lógico dejar de esperarme y atar el nudo con la reconocida abogada libanesa Amal Alamuddin (que, al lado mío, parece una cacatúa cagada a escobazos). Mi respuesta no se hizo esperar. Nuestro affaire debía terminar y yo tenía que dejarlo ir para que hiciera su vida, ya que jamás había pensado en él como otra cosa que no fuera un objeto sexual. Con todo el cariño del mundo, le dije: “Ata el nudo, George (con él hablo en neutro). No te estás haciendo más joven”. Y me hizo caso. Organizó una boda de cuatro días, invitó a todos sus amigotes “celebrities”, se calzó su mejor sonrisa irresistible y se convirtió en un respetable hombre casado.

No puedo decir que no me duele un poco, lo sentí bastante. De hecho, por estas noches, me he ido a dormir en compañía de mi whisky favorito, Tony Bennett en el IPod y un buen habano cubanito porque, a un hombre así, siempre es difícil dejarlo ir. Sobre todo cuando se le han dedicado tantos orgasmos, y si se lo lleva una cabezona con cara de arpía malvada, enfundada en Dolce y Gabbana.

No me hagan caso, estoy sangrando por la herida. Seguramente es una chica maravillosa, llena de cualidades extraordinarias, que no vomita ni una sola vez después de comer. Pero, la pregunta que me persigue, que me acosa es: ¿por qué después de tanto tiempo abogando fuertemente por su soltería, cabildeándole al mundo en favor de su estado, jurando y perjurando que jamás se casaría, George por fin sucumbió al embrujo de dar el “sí”? La respuesta, hermosos míos, debería ser que está más enamorado que nunca. Pero, como buena brujita que soy, estoy segura de que eso no tiene absolutamente nada que ver. La verdad es que el hombre ya se está poniendo viejo y eso lo aterra.

Sí. George ya tiene, si no me equivoco, 53 o 54 años y, si bien sigue siendo el potrazo que todas amamos, ya se está pareciendo peligrosamente a John Forsythe en Dinastía. Mucho glamour, mucho enigma, pero demasiadas canas. Y se despertó un día y se dio cuenta de que es tan mortal como su jardinero. Ese tipo de epifanías las tenemos todos más tarde o más temprano. Y hacen que los hombres casados se compren motocicletas, autos deportivos, saquen una membrecía en algún gimnasio o, lo más espeluznante de todo, cambien a la mujer por una más joven que les haga creer que tienen la mitad de la edad. Los solteros en cambio, se casan. A las mujeres también nos pasan algunas cositas, pero no se las voy a comentar, para no avivar a los giles. Tenemos milenios haciéndoles creer que la crisis de la mediana edad es privativa de los tipos y nos venimos saliendo bastante con la nuestra a la hora de quemar el humo por algún lado. Por supuesto, yo estoy a kilómetros de la mediana edad, así que soy totalmente inocente de todo todavía, jejejeje.

No les voy a mentir, me decepciona que George no sea inmune a toda esa plasta. Siempre pensé que iba a mantenerse incólume, y que se erigiría para las mujeres y los hombres gay del planeta como un faro de esperanza al que recurrir en caso de ser brutalmente abandonados. George era la fantasía por antonomasia. Siempre he pensado que, si el Chuchi me diera el boleo en el tujes que suelo merecerme, agarraría mi mochila, me tomaría un avión a Italia y andaría los caminitos de Como, hasta que George me encontrara y me lamiera las heridas y algunas otras partes.

Pero bueno, habrá que rebuscar otra fantasía…

Por ahora, el sueño fue la boda. Ya el escenario es maravilloso. La mítica Venecia, donde los novios se conocieron hace un año, hizo las veces de magnífico telón para el evento, al que fueron arribando las estrellas en sus botecitos, lanchitas, gondolitas y canoítas. Así aparecieron Bill Murray, Bono, Sandra Bullock, Cindy Crawford, Emily Blunt, Matt Damon, Brad Pitt y Angelina Jolie, Ana Wintour (las fotos exclusivas de la fiesta son para Vogue) y, seguramente algunos más, muy grosos. Los novios llegaron en una lancha bautizada con el nombre de AMORE y después se separaron para comenzar con los festejos, que arrancaban por las despedidas de soltero.

Teniendo en cuenta que la celebración duró cuatro días, y que casi todo tuvo lugar en el único hotel siete estrellas de Venecia, podemos decir, sin temor a equivocarnos, que los muchachos no repararon en gastos.

A George pudimos verlo lucir un maravilloso traje de día color gris al comienzo de los festejos y un smocking impoluto de estricta etiqueta, para la ceremonia. Por su parte, la novia lució vestidos de varios diseñadores. Llegó a Venecia en un Dolce y Gabbana de largo midi, blanco y negro, con gafas de Prada. La noche del casamiento, lució un Alexander McQueen de 2011, que antes había lucido la Primera Dama norteamericana, Michelle Obama, en colores fueguinos. Ya casada, optó por un vestido corto con flores bordadas en colorado y violeta, IMPRESIONANTE, de Gianbattista Valli. Qué se puede agregar, aparte de en hombres, la minita tiene muy buen gusto en couture.

La boda se llevó a cabo sin problemas y ya son marido y mujer. El señor y la señora Clooney pueden aparearse amparados por la ley, hasta que les sangren las orejas.

En fin… Es la vida.

A esta columnista, amante infatigable de George, le toca desearles suerte y esperar, pacientemente… ¡JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA!

Y vivieron felices y comieron perdices, si es que yo no salí de la bañera, con un cuchillo. 

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