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FESTIVALES

Una excursión a Yamagata (2)

Golpe al corazón 

Empezamos por el principio de Yamagata y ahora vamos al final. En la retrospectiva hay una película de 2021 que lleva el raro título de Pickles y el Club Komian cuyo tema es, en el fondo, el de muchas otras películas: el paso del tiempo, el fin de las tradiciones, la llegada de la modernidad con su efecto destructivo. Pero los japoneses, por lo que se aprende en el cine, son gente que se ríe cuando cuenta las desgracias y esta es una película jovial, llena de luz, cuyo tono es la resignación y la nostalgia más que el lamento. 

La empresa Marukachi Yatara-Zuke cerró sus puertas en 2020 después de dedicarse durante 135 años a la producción de pickles, una comida muy local y surgida de la pobreza: las verduras usadas para fabricarlos eran las que no servían para comer directamente. La empresa tenía una casona enorme que servía de fábrica, de depósito y de tienda y estaba construida en la mejor tradición de la arquitectura japonesa, con maderas nobles y técnicas artesanales. Como explica el gran personaje de la película, el presidente Nizeki Yoshinori, se vieron obligados a cerrar por dos razones. Una fue la baja en los negocios, porque la gente dejó de consumir pickles en favor de comidas más de moda y más sofisticadas. “Nuestros clientes empezaron a comer queso y aceite de oliva”, dice el presidente, un hombre que vive con un pie en el mundo moderno y otro en el tradicional: podría aparecer en una película de Ozu, con sus impecables kimonos, su cortesía profunda y su humor. Pero lo que terminó de hundir a la Marukachi fue la pandemia: sencillamente, los clientes dejaron de venir de un día para el otro y el negocio se hizo insostenible. Para no declararse en bancarrota y poder pagarles a los empleados una indemnización o sostenerlos hasta que consiguieran otro trabajo, tuvo que vender el predio. La película muestra como, en un año, tienen lugar todas las ceremonias públicas y privadas de despedida, se venden los muebles y las herramientas y se demuele la propiedad (una joya del patrimonio histórico) y el establecimiento queda reducido a la nada, a un vacío sobre la que una empresa inmobiliaria va a construir un condominio. 

Pero la Marukachi, con su imponente construcción y sus productos, no fue solo parte del corazón del barrio Hatago-Machi de Yamagata, sino también del festival de documentales. A lo largo de los años, uno de los salones de la casona se había convertido en un restaurante llamado Komian, que servía comida tradicional en un ambiente del siglo XIX. Pero a partir de 1991 se transformó también en el meeting-point del festival: no solo el restaurante, sino todo el edificio, con sus infinitos recovecos y estancias. Allí iban cada noche los cineastas, los críticos, los organizadores, los espectadores y los curiosos a beber y a hablar de cine. Como se sabe, un festival que no tiene un buen meeting point no es un festival en serio, porque como contábamos en la nota anterior, en los festivales, sobre todo en los chicos e independientes, los encuentros son tan importantes como las películas. Al menos era así hace unos años, cuando viajar era un atractivo en sí para los directores, mientras que ahora viajan para recaudar dinero para su próxima película y se concentran en las instancias de pitching y financiación. Pero, por lo que cuentan, Komian fue el meeting point por excelencia en la historia de los festivales. 

Komian siguió siendo el corazón de Yamagata hasta 2019, como se enfatiza en los testimonios de los directores que pasaron por allí y que la película recoge. Después vino la pandemia y esto se nota particularmente en la película, gracias a un efecto doble. Por un lado, la mayoría de la gente con barbijo da cuenta de una tristeza generalizada. Pero Nizeki es un optimista: ahora se concentra en organizar visitas guiadas por Yamagata, en promover la cultura local y preservar las tradiciones en lo que está a su alcance. Pero todo tiene un aire irreal. En particular porque lo que se ve en las calles de la ciudad parece territorio arrasado, con enormes espacios vacíos y muy poca belleza para ver. Hay algo muy chato en las imágenes que contrasta con lo que se cuenta de Komian, del festival y de la empresa. Es como si la película se hubiera contagiado de una mirada sobre el mundo de la que no puede escapar aunque narre otra cosa y trate de adornarla, por ejemplo, con un uso ampuloso de la música. Pero todo funciona como si hubiera dos órdenes que coexisten: el de la humanidad y el de la inhumanidad. Los japoneses parecen maestros en el arte de vivir con la inhumanidad encima tratando de no ser parte de ella, tratando de que la impronta de lo moderno no sepulte la tradición definitivamente.

Mientras muestra la reducción del viejo edificio hasta su desaparición, la película se ocupa de los recuerdos, pero también del futuro: de las visitas guiadas, de los campesinos jóvenes que cultivan los vegetales para hacer pickles, de otras empresas antiguas que lograron preservar su patrimonio arquitectónico y siguen trabajando. Hay un lugar para esa resistencia sostenida en el trabajo y la conciencia de que hay algo más que el barullo cotidiano. Esta es una película pacífica, cuyo tono se puede sintetizar en una escena en la que Nizeki habla con una clienta. Ella, con esa risa japonesa, le pregunta si es verdad que cierra y él le contesta que sí en el mismo tono, con el mismo estoicismo que atenúa la amargura.

Pero el punto más denso de la película tiene que ver con otra película llamada Living on the River Agano. Es allí donde uno puede empezar a entender la profundidad con la que el mundo japonés está atravesado por la tragedia. Entre los testimonios recogidos a propósito de Komian, aparece el de Kobayashi Sigeku, fotógrafo y director que participó de este film que no se parece a ninguno y que partió de la intención de documentar la vida de algunas víctimas del envenenamiento por mercurio del río Agano. Kobayashi era el fotógrafo y el director se llamaba Sato Makoto, que se suicidó en 2007, a los 49 años. Sato, Kobayahi y otros cinco integrantes del equipo vivieron durante más de tres años con los protagonistas y compartieron sus duras tareas. Al final, con la película medio armada, presentaron un work in progress en Yamagata ’91 y allí decidieron volver a editar la película que resultaba de 35 horas de material. El film se presentó finalmente en el 93 y ganó un premio secundario, pero es una película que debería mostrarse a cualquiera que tenga intenciones de hacer cine. Living on the River Agano forma parte de la retrospectiva y nos ocuparemos de ella en la próxima nota. 

© Quintin, 2022 | @quintinLLP

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

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