Hace unos años atrás, se proyectó en varios Festivales nacionales, el mediometraje Bosques, de Gianfranco Quattrini y José Campusano. Mientras que el primero retornó a su Perú natal para realizar la sobrevalorada superproducción Chicha Tu Madre, comedia situada en la clase baja peruana, con referentes del cine mejicano y brasilero, cuyas pretensiones son desmarginalizar a través del humor, cuando, en realidad pareciera que se están burlando de las costumbres de los pueblos, desde una mirada cenital.
Campusano en cambio forma parte de esa “marginalidad”, a la que el “nuevo cine latinoamericano” siempre retrata con una mirada crítica, cínica, lastimosa, como es la de los directores criados en cunas de oro, que pretenden hacer una observación interna de cierta “realidad”, pero que en realidad es totalmente ajena a ellos. Esto no quita que las películas sean entretenidas, correctamente filmadas, atrapantes, “conmovedoras”, publicitarias, video cliperas, demasiado pensadas intelectualmente, y sobretodo se puedan vender bien en los mercados primermundistas, que con cierta culposidad, compran estas películas y las ponen en un pedestal que no merecen siempre (véase el cine de Salles, Meirelles, Cuarón, Iñarritú, etc.)
Campusano es lo opuesto a esto. Pudiendo apreciar los posteriores trabajos del director, se denota que Bosques, pertenece más a Campusano que a Quattrini.
El cine de Campusano (también autor de libros de poemas, glosarios y leyendas del conurbano) proviene de la convivencia cotidiana en el conurbano bonaerense con personajes “llamativos” como son, por ejemplo, los motoqueros, choppers, como se prefiera denominarlos. Si en Bosques retrataba sin ningún prejuicio o marginalidad la relación entre familias integradas por traficantes de armas y drogas, Legión, su segunda película nos mete en la vida cotidiana de las tribunas urbanas motorizadas. Campusano salta de la ficción al documental con mucha comodidad, poniendo su cámara y ojo en una posición discreta, solo como observante, sin intervenir no hacerse notar con su presencia física en el lugar del documentalista, retratando a las tribus como si fueran sus amigos, así como no tiene una presencia estilística de pretencioso cine de autor.
Fuera de toda pretensión, el cine de Campusano, puede ser bruto pero honesto. Y de ese desprejuicio, sinceridad, brutalidad y desmarginalidad está compuesto su primer largometraje de ficción: Vil Romance. Si Ang Lee quiso con Secreto en la Montaña mostrar un romance entre hombres rudos, vaqueros, de la forma menos tabú que lo permite el cine hollywoodense, Campusano apunta hacia lo gráfico, directo y textual sin ningún miedo. Un joven desempleado, vagabundo, que recibe en este motoquero rudo, traficante de armas, un apoyo que va más allá del sexo y el techo, una posición paternalista. Campusano evita caer en la obviedad, en la metáfora, en la emoción, en el lugar común del cine clásico, para no conmover sino graficar la cotidianeidad de un ambiente que cualquier cineasta estadounidense no se animaría ni sabría como hacerlo. Roberto llega a su casa y ve a su madre, y hermana prostituyéndose. No se inmuta. Vuelve y se toma un mate con ellas, relatando que sufre porque le gustaría que Raúl no le pegue. Ese es el tono de Vil Romance, y eso la hace tan atrapante. Una fotografía realista, que no intenta destacarse por claroscuros demasiado elaborados, ni un estilo kitsh (mérito de Leonardo Padín), decorados que no buscan simbolismos en cosas pequeñas. El tono seudodocumental como denominaría algún teórico, funciona muy bien en el mundo Campusano, quien busca complejidad en el argumento, en el guión que abre varias subtramas (las relaciones de Roberto y Raúl por separado) cerrando todas de forma coherente, sin cabos sueltos ni de maneras forzadas o rebuscadas.
Vil Romance es gráfica sexualmente y violenta, pero no trata de acentuar estos puntos con golpes de efecto externos o realentados. La crudeza de estas escenas y la falta de juicio a los personajes, hace recordar lo mejor del cine Caetano, especialmente con Un Oso Rojo (con la cual comparte algunos puntos narrativos). Por la “discreta” producción a lo “cine de barrio” podría relacionarse con Raúl Perrone, pero las temáticas, pretensiones y búsquedas de ambos son completamente opuestas. Se podría decir que Campusano se acerca más al lenguaje clásico estadounidense, que Perrone, que apuesta más por la contemplación, acercándolo a cierta pretensión del “cine de arte” de los críticos elitistas. Campusano no pretende satisfacer esos gustos.
Se puede criticar que por momentos las interpretaciones (integrada por actores profesionales y no actores) no llegan a tener la verosimilitud de la puesta en escena, y que algunas posiciones de cámara, desconciertan porque retiran al espectador un poco de la historia (algunos planos que recuerdan a los videos clips argentinos de principios de los 90)
Más allá de esto, es realmente admirable como Campusano, puede combinar, el drama, con pequeños toques de humor, el romance apasionado, con otro más austero o apagado, y el western urbano, en una historia clásica (y previsiblemente trágica), bien construida estructural y argumentalmente, con una estética tan sencilla, pero que a la vez, extrañamente (porque los realizadores siempre tienden a agrandar la vida cotidiana) tan poco convencional.
Con Vil Romance, Campusano sigue de buena racha, ganando renombre, notoriedad, premios y adeptos. Es su segundo estreno del año (hace un mes se estrenó Legión) y el mes que viene Vikingo, su tercer largometraje, participará de la Competencia Oficial Internacional del Festival de Cine Internacional de Mar del Plata. Sería interesante que tenga mayor difusión en el cine comercial.