Las frías siestas invernales lo ponen a uno en un estado de ánimo particular. Se puede vegetar en el sofá tomando café todo el día, masticando chocolate, sin sentir un ápice de culpabilidad.
En esas estaba cuando decidí volver a meterme con Woody. Por supuesto, el hecho de estar frente a mi nuevo LCD de cuarenta y dos pulgadas, cuyo sonido surround me deja poco menos que desorejada, también tuvo algo que ver.
El asunto es que todavía no estaba de humor para encarar a Bergman así que, chicaneando un poco, me metí con Woody de nuevo. Pero la elección no fue ni arbitraria ni inocente. Emparentándolos un poco, elegí La Comedia Sexual de una Noche de Verano.
Escrita, dirigida y protagonizada por Woody Allen, con fotografía del genial Gordon Willis (El Padrino), inspirada por supuesto en Sueño de una Noche de Verano de Shakespeare y con un homenaje directo y maravilloso a Sonrisas de una Noche de Verano de Bergman y uno mas sutil a La Regla del Juego de Jean Renoir, La Comedia Sexual… de Allen se vuelve de un atractivo irresistible.
Seis personajes se encuentran en una casa de campo de ensueño para pasar un fin de semana y celebrar una boda. Los novios, un viejo y pretencioso profesor llamado Leopold (José Ferrer) y la joven y angelical Ariel (Mia Farrow), los dueños de casa, Andrew trabajador de Wall Street e inventor aficionado (Woody Allen) y Adriane, su bella esposa con la que tiene problemas sexuales (Mary Steenburgen) y los invitados, Maxwell, medico clínico y mujeriego (Tony Roberts) y su amante y enfermera ayudante, la bellísima y desinhibida Dulcy (Julie Hagerty).
Este sexteto protagonizará desde charlas filosóficas hasta cruces sexuales desopilantes, enmarcados de manera bellísima por los interiores de la casa, por la naturaleza circundante y empujados vigorosamente por la magia de los bosques.
El amor y el sexo son el eje central de la trama, contraponiéndose como fuerzas imparables a las convenciones sociales, la pretendida y hasta afectada civilización, los vínculos impuestos e incluso la guerra de géneros.
Pero, aún con su trama impecable, la factura visual de La Comedia Sexual de una Noche de Verano, se impone tan maravillosamente que deja al espectador en una especie de sueño de melancolía, muy dulce, muy tibio. El cuerpo se va acomodando solo en el sofá, casi acurrucándose, buscando aromas y sabores deliciosos, para acompañar esa especie de festín de los ojos, propuesto por Allen y compuesto, magistralmente, por la luz de Willis.
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El impresionismo en todo su esplendor. La luz, la composición de cada cuadro, en donde Woody se da una panzada de estética, utilizando planos fijos de larga duración en los que los personajes entran y salen componiendo y re componiendo, hablando desde los espacios off y dejando a la luz ser, por momentos, la protagonista completa.
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Mujer con Sombrilla. Monet.
La obsesión por la luz de los maestros impresionistas, parece dominar el estado anímico del realizador y del director de fotografía, integrando una parte crucial de la corporización de los personajes que, por momentos, parecen seres luminosos o angelicales. Sobre todo los personajes femeninos y, en especial, Ariel, interpretada por Mia Farrow.
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La Comedia Sexual de una Noche de Verano, Ariel.
El vestuario y el peinado, la colocación sensible de las voces, el tono en el que se encuentran todas las interpretaciones, se conjugan de una manera tan perfecta como intoxicante volviendo al relato imperecedero, convirtiéndolo en una buena opción para cualquier tarde de estas.
Estrenada en 1982, esta película resulta voluptuosa, placentera, opulenta y tentadora.
Y si el espectador se encuentra con ánimo para la belleza, después de ver la película tocaría cachar un libro de arte y darse una fuerte dosis de impresionismo, combinado talvez, con un un buen té con masas secas o, porqué no, con mate y facturas.