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CRÍTICAS - CINE

Las herederas

(Paraguay, Alemania, Uruguay, Brasil, Noruega, Francia, 2018)

Guion y dirección: Marcelo Martinessi. Elenco: Ana Brun, Margarita Irún, Ana Ivanova, María Martins, Alicia Guerra, Yverá Zayas. Producción: Sebastián Peña Escobar, Marcelo Martinessi. Duración: 98 minutos.

El tiempo del deseo

Chela desea. En verdad, Chela ha dejado de desear y el prodigio de Las herederas, título que desvía la atención a otra cuestión que el responsable del film elige priorizar, consiste en cómo sigue laboriosamente el renacimiento del deseo. Y si se trata de deseo, el deseo es siempre de otro. ¿Qué sucede en Las herederas? ¿Quiénes son?

En Asunción, como en otras capitales del sur, la diferencia de clase es prácticamente una naturaleza. Están los que tienen y los que no, los que se pavonean en su abundancia y quienes sirven y miran a los que pueden exhibir que gozan una bonanza, que no siempre es verdadera o duradera. Los planos iniciales de Chela espiando la venta de los valores de la casa es un buen indicio del sentimiento de vergüenza que la define. Es que a Chela y a Chiquita, quienes están juntas desde hace tres décadas y han tenido una vida sin sobresaltos, les ha llegado la hora del ajuste. Para poder vivir como antes, venden todo: muebles, cuadros, vehículo. El despojamiento no es una elección, sino una imposición.

La decadencia de clase en un universo microscópico tiene desde hace años una marca registrada en el cine: La ciénaga. Resulta cómodo asociar este film paraguayo al film más norteño de Martel; comparten una lectura inicial de clase y un interés por el deseo de sus personajes, pero esas similitudes son de segundo orden. Hay otros intereses en Martel que aquí no están invocados. Además, el sonido no se despliega como una fuerza poética de primer orden. Es que aquí, por ejemplo, el sonido no determina ni enuncia la falla de un sistema de reparto de las riquezas; en Las herederas la escena de partida manifiesta la naturaleza visual de la puesta en escena: las subjetivas materializan una posición de deshonra de la protagonista; más tarde cifrará una inquietud atravesada por un tardío erotismo. Otra contundente predilección visual se puede adivinar en la intensidad de la luz y en el empleo de esta para situar el relato. ¿No es la penumbra dominante en los interiores una expresión espiritual de la decadencia? Las herederas habla, ininterrumpidamente, por sus imágenes; los sonidos apenas acompañan.

Un hecho desafortunado pone tras las rejas a Chiquita. No hay al respecto una información cabal que detente una lógica y explique sucintamente ese destino; por fuera del imperativo del guion, no hay nada. Sucede que ese acto tiene como ventaja justificar el inicio del redescubrimiento de la protagonista. Las consecuencias inmediatas y excluyentes de esa estadía en prisión de su compañera es lo que conduce a Chela por un inesperado derrotero, el que tiene como epicentro la resurrección del derecho a desear. Lo más hermoso de Las herederas recae en el crecimiento vertiginoso del deseo. El guion aquí es de tesis: tiene en cuenta un mecanismo del relato para introducir la ecuación del deseo y un escollo conveniente para poner una prueba de último momento. Lo interesante de todo esto no está en lo que se puede escribir, planificar e ilustrar, sino en todo aquello que puede una actriz expresar, singularizando lo que la palabra escrita intentar fijar y universalizar. El cuerpo de Ana Brun, la economía gestual y el modo de desplazarse por el espacio, ni bien acepta la irrupción del deseo, suministra un plus que desconoce los dictámenes de un guion. Esto ya no depende de la inspiración de un escritorio, y es cuando el cine respira mejor que nunca.

Con Las herederas el cine llegado del hermoso país vecino abre un nuevo camino. Al minimalismo de Pablo Lamar (La última tierra) y Paz Encina (Hamaca paraguaya y Ejercicio de memoria), y los intentos de trabajar con inteligencia el cine de género por parte de Juan Carlos Maneglia y Tana Schémbori (7 cajas y Los buscadores), Martinessi suma el drama existencial y enriquece una cinematografía que prospera y seguirá creciendo. Algo está sucediendo en Paraguay, como sucede con Chela, duplicación involuntaria que iguala al personaje con el universo que habita y la constelación estética a la que pertenece. Para el cine paraguayo y también para Chela, ya nada será lo mismo. Es que el deseo de Chela es también el deseo de Martinessi por filmar. Conjeturar que ni él ni ella se traicionarán en el camino no parece ser el hiperbólico anuncio de un vidente de buen corazón.

 

 

© Roger Koza, 2018 | @rogerkoza

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

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