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FESTIVALES

3º Festival de Cine Polaco: Ciudad 44

En sus primeros minutos, el film se perfila como una divertida aventura bélica, tipo Doce del Patíbulo o Los Cañones de Navarone, aunque con un elenco que parece extraído de las revistas de moda polacas: hombres hermosos, mujeres celestiales, todos jóvenes de cuerpos esculpidos, miembros de una resistencia destinada a fracasar. Un poco de humor, mucha buena onda y algo de música moderna encauzan los días iniciales del levantamiento de Varsovia contra la ocupación nazi, en 1944. De esta manera, Jan Komasa, director y guionista, quiere mostrarnos, sin mucha sutileza, la ingenuidad y la inocencia de sus protagonistas.

Pero esta falta de delicadeza se convierte en un punto a favor cuando estalla el caos, que concluyó, como sabrán quienes hayan leído sobre el levantamiento, con la destrucción casi total de Varsovia y la victoria de los alemanes, mejor equipados y entrenados. Es que Komasa, aunque no sabe muy bien qué hacer con sus personajes, quienes apenas vehiculizan la acción entre escombros y bombas, sí entiende muy bien cómo manejar la cámara, la iluminación, la puesta en escena; cómo administrar su presupuesto para que 8 millones de dólares parezcan 50 o 100; cómo coreografiar una pesadilla que a veces recuerda a Ven y Mira, de Elem Klimov (quizás la película más espeluznante que se haya hecho sobre la Segunda Guerra Mundial).

Komasa, eso sí, no le teme a los golpes bajos. Repite una y otra vez, en distintos contextos y momentos, la misma escena: un combatiente o sobreviviente festeja alguna pequeña victoria -capaz logra matar a un nazi o piensa que será salvado por el ejército soviético- cuando de repente recibe un disparo en la cabeza o vuela por los aires. Toda esperanza es efímera, engañosa. Tras la quinta escena que reitera este mensaje, nos cansamos del terrorismo emocional de Komasa. Pero le perdonamos sus excesos. No podemos negar ni su destreza visual ni la intensidad de su película.

Los bellos protagonistas, que empezaron la batalla con tanta alegría y optimismo, no tardan en transformarse en muertos vivientes, ennegrecidos por el polvo y las cenizas, que deambulan entre ruinas y pajares de cadáveres. El vínculo con el género del terror es explícito: una escena en las alcantarillas varsovianas termina con una alucinación, en la que una de las protagonistas cree ser devorada por la tierra. Los límites entre lo real y lo fantástico se desvanecen, porque todo lo que conformaba la vida cotidiana, el resultado de décadas y siglos de cultura, es dinamitado en menos de un día.

calificacion_3

 

 

Guido Pellegrini

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