El amor en tiempos “freakies”.
Cuando terminó la función de prensa de 20.000 Besos, un reconocido crítico me dijo: “Esta película está hecha para tu generación”. Y sí, hay algo de verdad en esa afirmación. A pesar de que se trata de una comedia romántica clásica, el público al que apuntan Sebastián De Caro y Sebastián Rotstein está bien delimitado: hombres que rondan la tercera década, imbuidos en un ambiente de fanatismo “geek” y criados por la cultura popular de los años 80 y principios de los 90 (televisión, arcade, Star Wars, Monopoly). 20.000 Besos está llena de íconos, es un baúl de recuerdos, de nostalgia enraizada en una generación joven que debe decidir si entrar en una adultez con las responsabilidades sociales que esto conlleva o seguir con una vida influenciada por los juegos de la infancia.
En este sentido lúdico, donde el sexo – o la búsqueda del mismo – comparten pantalla con las pasiones de la pubertad, es donde el nuevo film de De Caro se hace fuerte, divertido y reflexivo. Hablamos del retrato de un mundo que tiene su propio lenguaje, sus propios códigos, una representación del porteño de clase media que se debate entre establecerse seriamente o regresar a su adolescencia.
Planteada como si fuera una versión argentina de 500 Días con Ella (500 Days with Summer), 20.000 Besos tiene como protagonista a Juan – excelente Walter Cornás – un oficinista que se acaba de separar de la novia y que a pedido del jefe – Eduardo Blanco, correcta elección para el personaje – debe trabajar con Luciana, una nueva empleada cuyo comportamiento cotidiano es extremadamente infantil, positivo y naif (Carla Quevedo, verosímil y simpática en el rol).
Previsiblemente, el contraste entre Juan y Luciana provoca que los opuestos se atraigan. Pero no todo el mundo de Juan gira alrededor de Luciana sino también de sus amigos, uno más freak que el otro; todos adultos en cuerpos de niños, entre los cuales se destaca notablemente Alan Sabbagh como “wingman” de Juan. Paralelamente, otro amigo del protagonista es Goldstein – un Gastón Pauls austero, demostrando notables dotes para la comedia – quien también intenta descubrir cómo llevar adelante una nueva relación. Más allá de que se trata de una subtrama que no influye demasiado en la principal, los diálogos entre Cornás y Pauls son los más ingeniosos del film.
Ahora bien, la sobreabundancia de personajes y subtramas perjudica en parte el resultado final, provocando que varias situaciones queden abiertas y sin demasiada profundidad. A pesar de ello, encontramos una cierta coherencia en la estructura general, la cual entroniza una visión melancólica donde la parodia le da pie a una mirada más cínica, oscura y pesimista sobre las relaciones amorosas. Sin duda, el final ayuda a demostrar que no se trata de la típica historia de amor hollywoodense. De Caro podría haber sido más ambicioso estéticamente, menos estático en la elección visual. El ritmo fluctúa, hay desniveles narrativos. Las referencias y diálogos relacionados con la cultura pop, los cómics, la ciencia ficción, los videos juegos y el animé se agotan rápidamente. No obstante, encontramos una mirada autorreflexiva sobre una generación particular que De Caro y Rotstein conocen e invocan.
En ese sentido, se siente un film maduro – mucho más sólido narrativamente que Recortadas, su anterior película – conciente de sus limitaciones, con un protagonista que atraviesa un camino de “anti heroísmo” aunque manteniendo el humor melancólico de principio a fin. Con algunas similitudes con la cosmovisión de Ezequiel Acuña, es probable que 20.000 Besos se convierta en un film de culto.