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[23] BAFICI | Rewind & Play

[23] BAFICI | Rewind & Play

En diciembre de 1969, el pianista estadounidense Thelonious Monk cerró su tour europeo en París. De paso, grabó un programa para la televisión francesa, Jazz Portrait (o Retrato de jazz). En el estudio, respondió las preguntas de su amigo y también pianista Henri Renaud, quien ofició de entrevistador, y luego, frente a un hermoso piano Steinway, Monk tocó varias de sus piezas emblemáticas, hoy estandartes del repertorio jazzístico, entre ellas su composición más famosa, “Round Midnight”. 

Un día más en la vida del legendario músico. Pero en Rewind & Play, ese día se vuelve eterno, mágico e insoportable. El documental de Alain Gomis rescata el material grabado (y descartado) para el programa, que incluye el viaje en taxi de Monk y su esposa Nellie desde el aeropuerto, unos tragos en un bar parisino y luego la entrevista con Renaud. 

Gomis reedita el crudo archivado, lo reinterpreta, se detiene sobre gestos y diálogos intrascendentes, momentos grabados al pasar, que el camarógrafo —imaginamos— habrá considerado irrelevantes en su momento, pero que ahora están preservados en el ámbar del documental. No hay ni voz en off ni placas explicativas, solo el material original de hace medio siglo, reordenado y resignificado por Gomis. 

La entrevista en sí —que ocupa la mayor parte del metraje— no se nos presenta como una conversación lineal. Gomis alarga los tiempos muertos entre las preguntas y respuestas, subraya los errores y pasos en falso, las pausas y los momentos incómodos, las indicaciones de Renaud para los técnicos en el estudio, los cambios de luces, la transpiración de Monk bajo los focos. Todo lo que probablemente se borró y consignó al olvido, en la versión oficial y televisada del programa, Gomis no solo lo recupera sino que lo destaca. 

El resultado es sin duda un retrato de jazz, como promete el título del programa, aunque no sea el retrato que tuvieron en mente Renaud y su equipo de producción en 1969. Pero la versión de Gomis igual nos acerca, quizás más íntimamente que el programa original, a una de las máximas figuras del género. 

El camino de Thelonious Monk al panteón del jazz fue sorprendentemente largo y tortuoso. Cultivó un estilo personalísimo: una síntesis de sus estudios formales de música en Nueva York, cuando era niño; y su experiencia como pianista en iglesias evangélicas, ya de adolescente. En los 40s, empezó a brillar en el icónico Minton’s Playhouse de Harlem, aunque alcanzó el estrellato recién a fines de los 50s.

Si Monk tardó tanto en llegar al éxito, fue por varios motivos. Uno de ellos fue un confuso episodio legal: en 1951, la policía encontró heroína en un auto donde viajaban Monk y tres personas más. El pianista quedó como único culpable y, luego de dos meses entre rejas, perdió su licencia para tocar en cabarets. Esto significó un obstáculo enorme para su carrera profesional. La droga, sin embargo, no era suya sino de un amigo. Cuando su mecenas, la baronesa Pannonica de Koenigswarter, fue a visitarlo a la cárcel, le rogó que dijera la verdad para recuperar su libertad. Monk objetó, “Tengo que salir a la calle después. No puedo delatar a nadie”. 

Otra de las razones detrás del éxito tardío de Monk fue su propia excentricidad, tanto personal como musical. Sus composiciones son únicas, atípicas y difíciles. No por nada influyeron tanto en el jazz vanguardista de los 50s y 60s. Rewind & Play ofrece un amplio muestrario de sus rasgos distintivos: los cambios abruptos de ritmo, las disonancias, los ataques imprudentes a las teclas. Para muchos de sus contemporáneos, Monk no tocaba perfectamente bien el piano: cometía errores, omitía notas. Hoy se sabe que la aparente ingenuidad de Monk era un gesto practicado y ensayado. Su sonido era una búsqueda consciente y no un movimiento automático. 

Durante años, la rareza musical de Monk se interpretó como una expresión de su salud mental. El pianista recibió todo tipo de diagnósticos a lo largo de su vida: autismo, esquizofrenia, síndrome de Tourette. (Según su biógrafo, Robin Kelley, el pianista sufría trastorno bipolar). Casi toda su carrera la atravesó medicado, con un cóctel de clorpromazina y anfetaminas. Es difícil saber hasta qué punto esto influyó en su comportamiento dentro y fuera del escenario. 

En el documental de Gomis, vemos a Monk fastidiado, con la mirada perdida. No parece entender el francés de Renaud. En un momento, se levanta de su silla y amaga con irse del estudio. Sus respuestas son escuetas cuando no monosilábicas. Y si intenta explayarse sobre algún punto, Renaud lo censura. En una escena chocante y reveladora, Monk recuerda su presentación en Francia, más de una década atrás. Y hace hincapié en el poco dinero que le pagaron. Renaud inmediatamente detiene la entrevista porque, según él, Monk le está faltando el respeto a los organizadores de aquel evento. A pesar de su amistad, el paternalismo de Renaud queda en evidencia. 

Pero la salud mental de Monk ni explica su música ni lo define como persona. La verdad es más compleja, porque el misterio de Monk es el misterio de toda genialidad creativa. ¿De dónde viene el arte? ¿Cuánto se aprende y con cuánto se nace? El mito romántico apunta a la inspiración divina; desde una postura más desmitificadora, solemos hablar de contextos históricos, influencias directas e indirectas. Siento que la cuestión no está saldada. 

El acercamiento de Gomis a este misterio es ambiguo. No nos dice mucho sobre el pianista y su entorno. Renaud aporta algunos datos biográficos, pero son breves. Rewind & Play se concentra, principalmente, en el rostro de Monk, a veces aislado y sudoroso, a veces inclinado sobre el piano. 

En esto, lo de Gomis recuerda a otro documental, Zidane: un retrato del siglo XXI, de Douglas Gordon y Philippe Parreno. En este caso, los directores no rescataron material de archivo sino que filmaron, con 17 cámaras, un partido de fútbol entre el Real Madrid y el Villarreal, aunque solo se enfocaron en un jugador, el francés Zinedine Zidane. Durante casi dos horas de documental —lo que duró el encuentro— no escuchamos ni relato ni narración, solo música electrónica (atmosférica y etérea). Seguimos el rostro del jugador, captado a través de teleobjetivos y abstraído del campo de juego. Sus ojos buscan la pelota, que no siempre le llega. Zidane apenas participó del primer tiempo y, ante las cámaras de Gordon y Parreno, parece vagar por el pasto, extraviado en un mundo interno de pensamientos ilegibles. En aquel momento, Zidane era el mejor del mundo. Pero el documental no revela ningún porqué, ninguna pista de su genio. Solo certifica que Zidane pisó aquel estadio, aquel día. 

De la misma manera, Gomis solo certifica que Monk, en 1969, pisó aquel estudio de televisión, charló con Henri Renaud y tocó el piano. Somos testigos de la presencia física del estadounidense, del hecho de su existencia. No sabemos qué pensó ni cómo se sintió aquella tarde. Tampoco llegamos a entender por qué la música de Monk suena así. 

Este tipo de propuesta, sin comentarios ni anotaciones, sin información biográfica, es un arma de doble filo. Por un lado, si solo nos guiamos por Rewind & Play, podríamos llegar a una conclusión errónea o simplista sobre Monk. Gomis no pretende enseñarnos sobre el pianista; el aprendizaje es responsabilidad del público. El valor del documental depende de nuestro esfuerzo investigativo y extracurricular. Es decir, el de Gomis es un documental deliberadamente incompleto. 

Por otro lado, Rewind & Play, por esta ausencia de explicaciones, es un documental honesto, consciente de sus límites y distancias: de tiempo y de espacio. Gomis no estuvo presente durante el rodaje del material original. (Ni siquiera había nacido en 1969). Entonces, al misterio del pianista se le suman otros: el misterio de la filmación, el del programa que eventualmente se emitió en la televisión francesa, el de la relación entre Monk y Renaud. 

Pero quizás lo más misterioso del documental sea el siguiente hallazgo: la genialidad creativa, mientras sucede, no es glamorosa. No se preanuncia como genial: ocurre. La presencia física de Monk en el estudio francés es anecdótica. Nada sugiere que, cuando interactúe con el Steinway, saldrán aquellas notas, en aquel orden. Un documental más didáctico hubiera puesto en contexto y narrativizado el momento. El de Gomis, no. Deja que el momento sea libre y que, durante una hora, no importe ni el pianista, ni el año, ni el país, ni el programa de televisión, solo la música. 

(Francia y Alemania, 2022)

Dirección, guion, edición: Alain Gomis. Producción: Arnaud Dommerc y Anouk Khelifa. Duración: 65 minutos. 

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