COLOMBIA METAL Y PUNK
En el marco competitivo del Festival Escenario Cine + Música se presentan dos películas colombianas afines al tema. Pero nada de reggaetón y salsa, todo lo contrario: metal fuerte y punk rabioso, adolescencia (tardía o no) estallando desde el aspecto hormonal, las calles de Bogotá y Cali como paisajes identificables y el objeto primordial de retratar universos donde la música (con)vive en la piel de los personajes.
La noche de la bestia de Mauricio Leiva Cook explora en el pasado, no tan lejano, en aquel día inolvidable de 2008 en el que Iron Maiden hizo lo suyo en el Parque Metropolitano Simón Bolívar en Bogotá. Pero la banda británica está fuera de campo y solo se escucharán cuatro, cinco temas de su repertorio ya que el punto de vista de la trama recae en dos de sus fans, Vargas y Chuki, en los intentos por conseguir los tickets y, luego, en contar los minutos que faltan para concurrir al recital. Esa espera adrenalínica se interrumpe con un robo inesperado, y desde allí, surge la desolación y el desconcierto, el qué hacer de ahora en más, el cómo conseguir otras entradas en reventa, tan cerca pero aún lejos del parque.
La propuesta de Leiva Cook escarba en esa adolescencia metalera y en el propósito único por ver a la bestia en el escenario. Recorre bares y calles, fusiona material de archivo de la época con la reconstrucción del acontecimiento y repara en más de una ocasión en las contrastantes personalidades de Vargas y Chuki, diferentes entre sí, pero con la cabeza y el cuerpo metidos en Iron Maiden. En ese sentido, el recorrido del atribulado Chuki pretendiendo obtener entradas a un precio carísimo, con el personaje cabizbajo y casi resignado, actúa como postal representativa de la película.
Si los jóvenes fans de Maiden fracasan en su objetivo final, pese al bienvenido intento, el trío protagonista de Fósforos mojados tiene bien a las claras qué desea hacer: grabar un videoclip y así participar en un concierto. La música punk invade los noventa minutos de la película de Sebastián Duque, no únicamente por la banda de sonido sino también desde las actitudes del trío y de una postura frente al mundo que no condice con el ámbito familiar.
Acá el film encuentro su novedad temática al momento de retratar los mundos particulares de Juan, Casta y Potro, los vínculos de entrecasa, los silencios y las recriminaciones, la búsqueda de una zona afectiva que no se encuentra en la cotidianeidad, la exploración nada complaciente de un mundo adolescente a punto de explotar frente al lugar que ocupa dentro de la sociedad. O que son destinados a ocupar.
Por eso, Fósforos mojados es una película rebelde, a su manera pero sin profundizar demasiado, donde tres jóvenes planifican su propósito musical metidos de cabeza en un territorio hostil.
Duque elabora con astucia un puente entre Juan, Casta y Potro y los respectivos ámbitos familiares del trío protagónico. No acusa con el dedito levantado las decisiones que toman los otros (donde se incluye el olvido y el silencio) ni tampoco erige a los jóvenes músicos en paladines de una revuelta familiar. Todo lo contrario: observa a los mayores con un afán protector, entendiendo el paso del tiempo, acaso imaginando que en un pasado no tan lejano también ellos fueron amantes del punk. En ese punto, la descripción social a la que alude la película triunfa por encima de las idas y vueltas del trío, que son muchas, desde aquello por filmar ese videoclip y competir en un evento acorde.
Y también subyacen cercanías entre ambas películas. Por un lado, la geografía callejera de Bogotá y Cali como contextos necesarios para la comprensión de un territorio determinado. También, esa actitud que propone el díptico por construir criaturas adolescentes o recién salidas de ese “hermoso trance”, fanáticas de la música y sobrevivientes de un paisaje. En este sentido, Vargas y Chuki en La noche de la bestia y Juan, Casta y Potro en Fósforos mojados podrían ser parientes, vecinos, amigos, más allá del metal y del punk. Son personajes que buscan un lugar en el mundo, ubicados en una etapa embrionaria, irresoluta en muchos aspectos, aferrada a la urgencia y a las motivaciones musicales presentadas desde tatuajes y remeras alusivas.
Y por otra parte, también y de manera sutil, el díptico musical originado desde Colombia deja aflorar más de una diferencia, un cariz distintivo. Mientras el mundo retratado por Leiva Cook es centrípeto, destinado a que Vargas y Chuki sean felices yendo al recital de Iron Maiden, la propuesta de Duque resulta más expansiva, describiendo no solo al trío central sino a otros personajes (familiares, amigos, rivales en la música) con el fin de construir un marco social que exprese un importante abanico de comportamientos y decisiones que se toman en el desarrollo de la película.
Y, claro está, la música como catarsis, como refugio, como salvoconducto necesario. En esa exploración que ambas películas proponen desde el “mundo metal” y el “mundo punk”, y más allá de virtudes y defectos narrativos que se traslucen desde las imágenes, La noche de la bestia y Fósforos mojados transmiten su honestidad y sinceridad estética y temática.
Y esto último resulta más que suficiente en ambos casos.
La noche de la bestia
(Colombia, 2020)
Dirección: Mauricio Leiva Cock. Guion: Benjamín Figueroa García, M. L. Cock. Elenco: Daniel Esteban Reyes, Esteban Galindo, Edna Paredes, Jairo Vargas, Verónica Mosquera, Yaima Morfa, Omar Marcelo Henao, Inés Correa, Gustavo Arenas, Miguel González. Duración: 73 minutos.
Fósforos mojados
(Colombia, 2021)
Guion, dirección: Sebastián Duque. Elenco: Steven “Sick” Rivas, Estiven Anacona, Yoy Rave, Lucero Henao, Susana Uribe, Gloria Sirelda Barahona, Luis Merino, Isavella Agudelo, Oswaldo Hernandez-Truxillo, Fabian Buenaventura. Duración: 99 minutos.