Cobertura exclusiva desde San Sebastián, por David Garrido Bazán
El Festival corona a Dans la Maison de François Ozon y rompe por fin su maldición.
Un fenómeno extraño, casi paranormal, ocurría cada año por estas fechas en San Sebastián. De manera incomprensible, durante varios años consecutivos y con Jurados distintos, cada edición del Festival de Cine Internacional de San Sebastián culminaba de manera torpe premiando con la Concha de Oro a la Mejor Película a obras menores respecto a otras joyas que gozaban del apoyo de la crítica o el público. A veces incluso de la crítica y el público, en un inusual maridaje que aun generaba una frustración mucho mayor respecto al fallo del Jurado. Así pasó con Still Walking de Kore-Eda vencida por la turca Pandora’s Box que hoy nadie recuerda, con El Secreto de sus Ojos de Campanella que se fue de vacío mientras se encumbraba a la china City of Life and Death, con la española Pa Negre que perdió ante los Neds de Peter Mullan o el año pasado en el que cualquier otra película en competencia casi parecía mejor opción que Los Pasos Dobles de Isaki Lacuesta. Es una tradición que viene de lejos: acá presentó Hitchcock una tal Vértigo en el 58 y de fue de vacío. La leyenda de la miopía de los jurados de San Sebastián, especialmente si se compara con los Festivales de Cannes, Berlin o Venecia era casi legendaria.
Esa maldición se ha roto esta noche. Estaba claro desde un primer momento que había dos películas que brillaban a gran altura en la competición, Dans La Maison de François Ozon y Blancanieves de Pablo Berger. Una se ha llevado la Concha de Oro y el mejor Guión y la otra el Premio Especial del Jurado y media Concha a la Mejor Actriz para su protagonista Macarena García, lo que puede parecer un perverso y lúbrico juego de palabras pero no lo es. Empecemos con Ozon: su guión, basado en una novela del español Juan Mayorga – ya tiene narices que tenga que venir un francés a hacer una película como ésta teniendo el material primigenio en casa – es modélico, brillante, casi perfecto. Como un escalón por debajo de los de Billy Wilder. Pero por muy poquito. La fascinante forma en la que construye un relato acerca del poder de la ficción para atrapar la imaginación del lector/espectador mezclada con la intromisión en una familia ajena de un personaje perturbador con un aire al Teorema de Pasolini es un festín de buen cine servido con inteligencia por el francés e interpretado con oficio por Fabrice Luchini y Kristin Scott Thomas. Es muy divertido cuando tiene que serlo, desolador por momentos y subyugante en su ejecución. Un Continuará perpetuo que te atrapa desde el primer al último minuto. Una película redonda, quizás lo mejor que ha hecho Ozon en su irregular filmografía.
Al otro lado del Palmarés, la fascinación es otra palabra que define bien el impactante trabajo que ha hecho Pablo Berger con su perversa Blancanieves, una película muda y en blanco y negro que es en algunos aspectos muy superior a The Artist – aunque está lejos de ser el caramelo que sí era la obra de Hazanavicious – y cuya única pega es haber llegado segunda en una carrera en la que ni siquiera sabía que competía. Pero la película que España manda a los Oscar – este cronista les apuesta lo que sea a que estará entre las cinco finalistas a la Mejor Película de Habla No Inglesa – tiene una gran baza a su favor más allá del despliegue de talento y poderío visual que hace Pablo Berger: tiene la inteligencia de saber utilizar todos y cada uno de los tópicos que cualquier extranjero asocia a España (ya saben: los toros, el flamenco, etc) y llevárselos a su terreno para acoplarlos a la perfección a una visión muy oscura del cuento de los Hermanos Grimm que, dicho sea de paso es muy superior a las dos superproducciones estadounidenses que nos han llegado este año. Y es que Maribel Verdu no tiene, en su papel de madrasta, nada que envidiar ni a Julia Roberts ni a Charlize Theron. Las puede mirar por encima del hombro. Por eso ha sorprendido un poco, aunque no es ni mucho menos injusto, que la mitad del premio a la Mejor Actriz haya sido para la luminosa presencia de Macarena García una actriz que, al igual que pasó el año pasado con María León y La Voz Dormida en este mismo festival, inicia aquí su carrera hacia el Goya a la Mejor Actriz Revelación. Su Blancanieves es hermosa y una gran demostración de talento… aunque uno con quien se queda de verdad viendo la película es con esa magnética madrastra.
La otra mitad del Premio a la Mejor Actriz ha sido para otra casi debutante en el cine, la pelirroja Katie Coseni, con mucho lo mejor de una película ciertamente fallida como Foxfire, incursión extraña del francés Laurent Cantet en el cine y el universo norteamericano en una historia sobre adolescentes rebeldes en los EEUU de los años 50. Su trabajo es sin duda destacable, pero posiblemente la película no merecía tal reconocimiento. Eso si, viendo la felicidad que inundaba su rostro esta noche, hasta parecía una buena idea habérselo dado. Seguro que Macarena y ella acaban por hacerse amigas. Aunque sea en Facebook.
El Premio a Mejor Actor le ha correspondido a Jose Sacristán por El Muerto y Ser Feliz, una road movie por Argentina en la que intepreta a un asesino a sueldo enfermo terminal de cáncer que inicia un surrealista viaje a ninguna parte de la mano de un director, Javier Rebollo, que se empeña una y otra vez en que al espectador no s ele olvide en ningún momento que está ante una película de autor, de esas que gustan tanto en Bafici y festivales similares. A algunos claro, porque los más abominan de tan modernas propuestas. A mi me parece interesante, pero en el fondo fallido el experimento. El cine español también crece con este tipo de obras que juguetean con los límites del lenguaje cinematográfico, aunque como en este caso acaben por estrellarse o peor aún, resultar insufriblemente aburridas. Pero el trabajo de Sacristán con semejante personaje es inatacable, su composición de tan peculiar moribundo divierte, emociona y desconcierta a partes iguales. Hay que ser un grande para conseguir eso. Y Pepe Sacristán hace ya mucho que es un grande.
Otro que volvió por sus fueros es Fernando Trueba, premiado como Mejor Director por El Artista y La Modelo, preciosa película que indaga sobre el arte y su proceso de creación a la que solo cabe reprocharle que se pierda en vericuetos que distraen de lo que verdaderamente importa, que no es otra cosa que la maravillosa relación entre Jean Rochefort y Aida Folch, es decir, el artista que busca inspiración y la hermosa musa que se lo sirve en bandeja en un trabajo que la obliga a desnudarse física y emocionalmente. No es una trabajo exento de debilidades pero es lo mejor que ha hecho Trueba en muchos años. Quizás nos sirva para recuperar a un grande de nuestro cine que andaba un poco en el limbo en una segunda juventud más fecunda. Será interesante ver que hace a continuación.
Nos queda el Premio a la Mejor Fotografía en la cual el Jurado no se complicó la vida: eligió al favorito más obvio, Touraj Aslani por su preciosista puesta en imágenes del poema hecho película que es Fasle Kardagan / Rhino Sessions de otro que, como Rebollo, siempre que viene a competir a San Sebastián se lleva algo, Bahman Ghobadi. Su película es harto discutible porque se embelesa y se recrea en si misma y su circunstancia hasta casi echar por la borda lo que podría haber sido una muy interesante historia que mezclara amor y denuncia política. Pero como la belleza de su protagonista Mónica Bellucci, nadie puede discutirle a Aslani que su trabajo de convertir cada plano en una hermosa obra de arte, disfrutable desde el punto de vista estético. Que te convenza o no la película es otra cosa.
Y como este excelente Jurado no daba una puntada sin hilo, se inventó una Mención Especial para premiar la otra buena película que había en el certamen que no merecía irse de vacío, El Atentado de Ziad Doueiri, interesante y novedoso enfoque sobre el inacabable conflicto entre israelíes y palestinos que tensionó a más de uno e hizo reflexionar a muchos. Es bueno que se hayan acordado de ella, aunque fuera de esta forma.
La gala se convirtió en una reivindicación del cine y la defensa de la industria frente a los recortes terribles que en el área de la cultura está haciendo este gobierno español actual al que parece importarle bien poco la supervivencia de su cine. Hasta François Ozon se encargó de darle un buen repasito a los gobiernos europeos en su discurso al recibir su Concha de Oro. El otoño se presenta calentito en el cine español. Esto ha sido solo el comienzo de las muchas reivindicaciones que vamos a ver en los próximos meses por parte de los profesionales del cine español, tan reconocidos en este festival a través de tres títulos, todos ellos premiados y que culminarán el próximo febrero en la gala de los Goya. Pero eso será otra historia y ya se la contaremos.