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60º Festival de San Sebastián – Jornada 6: All Apologies / Rhino Sessions / Días de Pesca

60º Festival de San Sebastián – Jornada 6: All Apologies / Rhino Sessions / Días de Pesca

Cobertura exclusiva desde San Sebastián, por David Garrido Bazán

Las jornadas y las películas se acumulan y este corresponsal, agotado de ver películas no solo de la Sección Oficial a Competencia, sino de atender ruedas de prensa y atender a los múltiples eventos que se suceden de forma ininterrumpida en un Festival que nunca duerme, se ve obligado a realizar esta crónica exprés para que tengan ustedes al menos una breve referencia de las mismas antes del Palmarés que se conocerá esta misma noche durante la Gala de Clausura

All Apologies

No sin mi hijo

Emily Tang ha desconcertado a todo el personal con una película discreta que sin embargo llama la atención por varios detalles. All Apologies trata una suerte de vidas cruzadas de dos parejas cuando el marido de una de ellas tiene un accidente de tráfico en el que fallece el único hijo varón de la otra pareja. No se puede subestimar la importancia que tienen en la China actual – mucho más en la rural donde está ambientada esta historia – los hijos varones. Fíjense como será la cosa que el otro marido, una vez enterado de la desgracia, regresa al pueblo y busca una solución harto imaginativa: violar a la otra esposa con el peregrino argumento de “me debes una vida” y dejarla embarazada, al tiempo que le condona la deuda contraída y le da de paso algo de plata para que pueda sacar al accidentado del Hospital. Porque esa es otra: al parecer en la China comunista la sanidad no es tan universal como podríamos pensar: si no pagas las facturas de tu operación te pueden echar a la puta calle. Y por adelantado, que si no, ni te operan y ahí te pudras. Ya les decía que la peli tiene cosas que llaman la atención. Aun más cuando la violada, efectivamente embarazada, se pira a la ciudad con el violador para que la cuide durante el embarazo dado que el otro está en el Hospital. No vaya a ser que se estropee la mercancía. Y a todo esto el justiciero padre, que pasa olímpicamente de su esposa a la que no hace el menos caso, se convierte poco a poco en una suerte de angelito según va cuidando de la incubadora, digooo, de la madre de su futuro vástago. Entre las muchas, muchísimas preguntas que cabría hacerse, uno piensa “Ché, ¿Y si sale una nena qué pasa?”

Esta especie de culebrón extraño provocó indiferencia, cuando no sonoros bostezos, entre la prensa acreditada, ya que lo único que podía salvarse de una propuesta tan demencial y extraña no ya a nuestra cultura, sino a la lógica más elemental, era la buena interpretación de su principal protagonista, Tang Shuting capaz de soportar con entereza los finos hilos de los que cuelga su personaje. Por lo demás, la rueda de prensa no aclaró la mayor parte de las dudas que se le quedaron a este cronista. En una sala mucho más vacía de lo habitual, la directora evitó dar mayores explicaciones diciendo que lo que cuenta en su película era algo “de lo más normal, un retazo de vida cotidiana”. Pues será así, pero una película necesita más, mucho más para ser convincente

Rhino Sessions

Ghobadi, el lirismo y la sublimación de Mónica Bellucci

Ghobadi tiene un porcentaje de éxito en el Festival de San Sebastián mayor que el de Usain Bolt en las Olimpiadas. Dos veces ha pasado por aquí y dos ha trincado la Concha de Oro, por Las Tortugas También Vuelan y Half Moon, las dos notables propuestas pero que mostraban, si descontamos ese paréntesis de cine guerrilla que fue Nadie Sabe Nada de Gatos Persas una progresiva inclinación del realizador kurdo iraquí por el preciosismo, la metáfora visual y el lirismo. En esta última película se ha ido directamente a abrazar la poesía hasta estrujarla y por el camino casi se carga la misma. Lo cual es una lástima porque no carece de elementos interesantes. Empezando, claro está, por la descomunal en todos los sentidos imaginables Monica Bellucci, que en cuestiones de belleza tiene mucho, pero que mucho que decir y que ha aprovechado su presencia en San Sebastián para dejar KO a todos los que hemos tenido la suerte de cruzarnos con ella y admirarla de cerca.

Pero volvamos con la película, que si empiezo con la Bellucci esta crónica se va a convertir en otra cosa. La historia de Fasle Kardagan, que es el título original farsi de Rhino Sessions, es la de un poeta kurdo que acaba de ser liberado de la prisión en la que se ha comido una condena de 30 años de nada por incitar a los malos pensamientos con su obra y ser algo afín (tampoco mucho) al régimen caído del Sha. Que ya saben ustedes a estas alturas como se las gastan estos fundamentalistas cuando se trata de estos asuntos. El tipo aguanta porque su esposa Mina (que es Mónica Bellucci y no cualquier otra) ha sido liberada y sueña con reencontrarse con ella. El problema es que Mina lo cree muerto desde hace dos décadas y se ha mudado a Estambul, así que allá que se va el poeta en su busca y por el camino piensa si tiene derecho a irrumpir de nuevo en su vida rehecha mientras vamos descubriendo con sus recuerdos los hechos de su pasado.

Lo primero que hay que decir de la película de Ghobadi es que, visualmente, resulta muy hermosa. Cada plano es casi un cuadro digno de ser admirado, aun en las partes más desagradables. Lo segundo es que con tanta poesía, tanta metáfora visual y tanto hermetismo, Ghobadi consigue que las virtudes de su propuesta se ahoguen sin remedio. La sensación es que con unas dosis menos de metáforas preciosistas y algo más de rigor narrativo, el realizador kurdo habría conseguido una obra mucho más equilibrada y atractiva para el espectador, que acaba un poco agotado de perseguir fantasmas por la pantalla, por hermosos que éstos sean. Que la fotografía digital de Touraj Aslani es una clara candidata a premio en su categoría está fuera de toda duda. Pero que la película es farragosa, que se pierde en su propio preciosismo porque Ghobadi no sabe cómo ponerle freno a su propio embelesamiento con su criatura, pues también. Eso sí, tenemos que estarle agradecidos por sacarle tanto partido por partida doble a la Bellucci: no solo luce tan estupenda como acostumbra pese a las muchas perrerías que me la hacen, sino que quizás sea uno de sus mejores trabajos a nivel interpretativo. Ya, ya sé que probablemente esto no sea decir mucho a la vista de su filmografía, pero… además, que diablos, gracias a Ghobadi la he tenido a menos de cinco metros y he entendido por fin al completo lo que ustedes los argentinos quieren decir cuando hablan de una diosa. A sus 48 años, la Bellucci es lo más parecido a una que este cronista ha tenido el privilegio de ver de cerca. Solo por eso, yo le haría hueco en el palmarés a Ghobadi. Siquiera con una Mención Especial que se sacarán de la manga…

Días de Pesca

Pequeña gran historia mínima

Y hablando de argentinos llegó Carlos Sorín a la competición. Y lo hizo con Días de Pesca, una película que tras el divertido (y notable, aunque muchos no lo entendieran así) paréntesis que supuso esa pieza de cámara que era El Gato Desaparece, nos ha devuelto al Sorín más reconocible, al de toda la vida, el que se ganó justo reconocimiento con esas Historias Mínimas que le lanzaron al comienzo de su carrera. De hecho puede que Días de Pesca sea la película que más se parece a aquella obra y, de hecho, no cuenta otra cosa que una historia diminuta en tamaño. Pero grande en recorrido humano y emocional. Como las mejores de su filmografía.

Vuelve Sorín a los parajes desolados de la Patagonia para contarnos la historia de Marco (brillante Alejandro Awada) un viajante de comercio de 52 años que viaja allá con el doble objetivo de despejarse tras un pequeño problema de salud – aunque quizás la actividad elegida, la pesca de tiburones, no sea precisamente lo que se dice algo de lo más relajado que puede hacerse – y recuperar si puede la relación casi perdida con una hija a la que hace mucho que no ve y que vive por esos pagos. Entre los preparativos de la pesca y los encuentros y desencuentos con su hija y su marido transcurre de forma apacible la propuesta de Sorín. Sin alardes, sin grandes voces, sin aspavientos… pero siendo consciente en todo momento de lo que quiere contar y de cómo contarlo, más casi con los silencios y con el off visual que con lo que se muestra en pantalla. Ha depurado Sorín su estilo aun más si cabe. Parece como si su descanso le hubiera servido para recuperar nuevas energías y una forma de insuflar un aire nuevo a su cine, quizás demasiado reiterativo en los últimos años.

Alejandro Awada está brillante en su papel. Tanto que en un año más o menos normal podrían darle directamente la Concha de Plata (ya sé que podría ahorrarles repetir la palabra Concha, pero me divierte hacerlo, aunque solo sea por provocarles una sonrisa) al Mejor Actor pero ha tenido la mala suerte de caer en una sección Oficial plagada de excelentes trabajos interpretativos masculinos e incluso con la presencia de Ricardo Darín en el Jurado que a buen seguro tirará de su encanto para tratar de conseguir que bien Awada o bien la película no se vaya de vacío, es posible que no lo consiga. Ya les digo que no es por falta de méritos: su trabajo es francamente bueno, conmovedor cuando ha de serlo, contenido en el gesto, capaz de inspirar la más profunda ternura cuando debe y generar la emoción en su punto justo de cocción, ni más ni por supuesto menos. Solo por ello ya merecería ver Días de Pesca. Pero hay más cosas aun. Les dejo a ustedes el placer de descubrirlas, reírse con su fino y sutil humor cuando procede, sentir la profunda tristeza cuando se debe y disfrutar con la que quizás sea la mejor obra de Sorín en años.

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