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61° Festival de San Sebastián – Jornada N°1: Metegol / Enemy / The Face of Love / La Vie D’Adele

61° Festival de San Sebastián – Jornada N°1: Metegol / Enemy / The Face of Love / La Vie D’Adele

Cobertura exclusiva
desde San Sebastián por David Garrido Bazán

Comencemos por el
final. Andaba el personal acreditado de este 61ª Zinemaldia pelin mosqueado ya hoy
con la distribuidora de La Vie D’Adèle,
Palma de Oro de Cannes y ganadora del Gran Premio Fipresci de la crítica
internacional, que había tomado la cuestionable decisión de limitar a un único
pase – y no de prensa – la posibilidad de ver una de las películas más
importantes del año. A las 23:30. Como quiera que la peli de Kechiche dura tres
horitas de nada eso obligaba tanto a buscarse la vida para conseguir una
entrada como a prepararse para dormir más bien poco. Sin embargo, los que
tomamos la decisión de aceptar el órdago y trasnochar nos vimos recompensados
con una obra descomunal que sin duda estará entre las propuestas más
fascinantes que podremos ver este año. Se harán a si mismos un favor si ese lógico
recelo que puedan tener a priori por los casi unánimes elogios que llegaron de
Cannes el pasado mayo lo dejan bien aparcadito y se disponen a disfrutar de la
brutalmente honesta historia de amor que nos han regalado Kechiche, Léa Seydoux
y ese animal cinematográfico de nuevo cuño que responde al nombre de  Adèle Exarchopoulos, capaz de devorar la
pantalla a bocados. En esta historia de descubrimiento de la propia sexualidad,
pasión y desgarro se produce ese raro milagro en el que todo se conjuga para
formar una de esas obras que te arañan el alma al tiempo que te noquean
visualmente. Es literalmente increíble – y no es de extrañar pues que Kechiche
comparta siempre el mérito de su creación con sus dos actrices – que una
película aguante tres horas de primerísimos planos en las que la cámara está
siempre pegada al rostro y la piel de las dos amantes hasta el punto que uno se
ve involucrado sin remedio en esa relación como si se convirtiera en un trío.
Kechiche es además coherente a todos los niveles: si una conversación resulta
relevante para explicar esa relación y tiene que extenderse diez minutos, pues
eso es lo que dura. Y si una escena sexual necesita el mismo tiempo para que
entendamos su importancia, pues allá que vamos, por más que a eso a más de uno
incomode. Se ha escrito mucho sobre la explicitud de dichas escenas y quizás
poco sobre la honestidad que supone concederles al menos la misma importancia
en tiempo y empaque visual que cualquier otra faceta de una relación. El
resultado es atrevido e impresionante. La
Vie D’Adèle
es una de las películas del año. Y lamento que éste no sea el espacio
más adecuado para hablar más de ella. Pero de eso que me libro porque tengo la
sensación de que tampoco conseguiría hacerle justicia a sus muchos méritos. Fin
del prólogo.

La jornada había
empezado con Campanella y su Metegol animado.
Este Festival de Cine de San Sebastián tiene una deuda con el argentino desde
que su magnífica El Secreto de sus Ojos
se fuera de aquí de vacío hace unos años por aquello de los designios
inexplicables de algunos Jurados que se empeñan no solo en llevarle la
contraria a la crítica y público, sino al más elemental sentido común.
Recuerden que San Sebastián es el Festival donde un tal Hitchcock presentó Vértigo y tampoco se llevó nada más a
casa que sus buenos recuerdos de la Playa de la Concha, por más que el año
pasado se rompiera la tradición con el justo premio a En La Casa. En fin, decíamos que había una deuda con Campanella y
quizás eso haya pesado en la decisión de elegir Metegol como película de inauguración de este año. Pero en San
Sebastián este año están muy comprometidos con la animación – hay toda una
suculenta retrospectiva de esas que nunca podemos disfrutar, Animatopía,
dedicada a ello – y por lo tanto resultaba una decisión coherente. Además Metegol es una de esas propuestas que a
nadie puede molestar mucho, sino más bien al contrario, así que el arranque fue
de lo más plácido.

Campanella demuestra
en Metegol haber sabido digerir bien
las lecciones de Pixar y añadirle cosas de su propia cosecha. La historia de
estos jugadores del futbolín que cobran vida tiene paralelismo más que
evidentes con Toy Story pero sin
duda hay espejos mucho peores en los que mirarse que las infalibles recetas de
la primera época de John Lasseter. Además Camapanella siente sincera pasión por
el fútbol y entre eso y los guiños cinéfilos que le mete a la mezcla lo cierto es
que Metegol funciona de forma más
que notable. Quizás chirríe un poco el doblaje: este cronista habría dado lo
que sea por escuchar la versión argentina, que imagino llena de localismos y
referencias que en algún caso no me habría importado no pillar. Cuando se
estrene correrán ríos de tinta sobre los parecidos más que razonables entre esa
egocéntrica estrella del fútbol pagada de sí misma que es el villano de la
función y cierto jugador del Real Madrid cuyo nombre les habrá venido a la
mente antes de terminar de leer esta frase pero de lo que no cabe duda es que Metegol es una película de lo más
simpática que tiene todas las papeletas para arrasar aquí tal y como ya lo ha
hecho en Argentina. Reconozco que durante la proyección sentí una gran añoranza
de aquellos futbolines con jugadores de pintura descascarillada y bolas llenas
de golpes entre los que pasé gran parte de mi infancia intentando sin éxito
dominar sus claves. Solo por eso ya compensa su visionado. Pero tiene más
virtudes por más que uno pueda anticiparse a prácticamente todo lo que cuenta.


Hablando de parecidos
razonables, coincidencias y desdoblamientos, una cosa que no se puede negar a
los programadores de San Sebastián es su sentido del humor. Si a media tarde
vimos en Perlas La Mirada del Amor donde
Annette Bening pierde el oremus por un Ed Harris que interpreta tanto a su
marido muerto como a un perfecto doble físico del mismo que aparece en su vida
cinco años después con el consabido alboroto y previsible enredo, Dennis
Villeneuve desconcertó no poco al público con la primera película a concurso de
la sección Oficial y la primera de las dos que el autor de la magnífica
Incendies presentará en esta edición, Enemy,
en la que un Jake Gyllenhaal algo pasado de vueltas se interpreta a sí mismo y a
un gemelo suyo con el que se dedica a intercambiar vidas, parejas y paranoias.
Visionar una película detrás de la otra, sobre todo teniendo en cuenta que la
segunda es según el parecer mayoritario una ralladura mental de considerable
calibre, hizo estragos entre la prensa. Especialmente después de un plano final
que será uno de los momentos más recordados de este Festival por su inusitada
capacidad de generar el desconcierto más absoluto. A fliparlo.

La Mirada del Amor
(The Face Of Love) no merece mayor comentario que el buen trabajo que hace
Annette Bening defendiendo su personaje en una historia que partiendo de una
premisa atractiva acaba por convertirse en un telefilme de sobremesa bastante
olvidable en la que dicha premisa se estira y se estira hasta que no da más de
sí y se rompe. Ed Harris y Annette Bening son intérpretes más que solventes –
alguno con no poca mala baba apuntaba que este trabajo podría llevar a esta
última a perder por quinta vez el Oscar a Mejor Actriz – pero la verdad es que
eso no es ni mucho menos suficiente para sostener una película que se va
deslizando sin remedio hacia lo grotesco por más que su final, complaciente
hasta la nausea, pueda despertar simpatías entre un público ávido de emociones
fáciles servidas con violines.


Enemy es otra cosa. Mucho más
estimulante aunque más de uno saliera con la sensación, justificada, de que
Villeneuve le había tomado el pelo. Jake Gyllenhaal, un apocado profesor de
universidad de vida gris y monótona ve un día una película y se descubre a si
mismo haciendo de botones de hotel en un papel terciario, ni siquiera secundario,
en ella. Imaginen su perplejidad. Y ahora imaginen que en lugar de esa película
hubiera alquilado Príncipe de Persia:
Las Arenas del Tiempo
. O Secreto en
la Montaña
. Le habría dado un síncope.

El caso es que el
tipo se pone a buscarse a sí mismo. Y en medio de una atmosfera opresiva y
pesadillesca repleta de ensoñaciones – muy bien construida, por cierto:
Villeneuve sabe dirigir bien y montar aun mejor – y el agobio generalizado, se
encuentra. Y el otro, que es uno, hace de espejo, tiene una moto y una novia
embarazada que le da la brasa por sus infidelidades y que a su vez descubre que
su novio actor tiene un doble que da clases en una universidad y tiene una vida
monótona. Y así sucesivamente. Por allí también hay una araña. O varias. Pero
ya volveremos a eso. O no. El caso es que los dos se encuentran, se miran, se
fascinan y analizan las posibilidades. Como si nos hubiéramos metido de lleno
en una peli de Lynch o de Cronenberg pero que se nos hubiera indigestado. Y
mientras le damos vueltas a la cabeza y nos entra ganas de darle un calmante a
un Jake Gyllenhaal que se pasa de intenso, va Villeneuve y en un par de
secuencias impactantes acaba con la película. Y nosotros nos quedamos ahí en el
vacío, dando vueltas. Decir que no se ha entendido queda fatal, así que quizás
sea mejor optar por decir que es una película abierta. Y tan abierta.
Defensores y detractores, cojan piedras y láncenlas al otro bando sin
compasión. Los desdoblamientos es lo que tienen, que uno no sabe a qué carta
quedarse. Preguntado Villeneuve en la rueda de prensa de esta mañana sobre el
plano final, el director ha hecho un Haneke y ha dicho que él no está ahí para
explicarle a nadie nada. Que cada uno saque sus conclusiones. Y se ha quedado
tan ancho.

Personalmente soy de
los que puede disfrutar de una película críptica como el que más si está bien
servida. Pero mucho me temo que a esta le faltaba un hervor de guión por alguna
parte. Quizás sea yo que voy ya teniendo telarañas en la cabeza. Sigamos
adelante, que esto no ha hecho sino empezar.

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