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#BERLINALE2018 | Styx / Jibril / Malambo, el hombre bueno

#BERLINALE2018 | Styx / Jibril / Malambo, el hombre bueno

Styx, de Wolgang Fischer (Alemania, Austria, 2018) Panorama.

Styx es una película donde se habla poco pero se cuenta un mundo.

Rike es una doctora que decide emprender un viaje en barco desde Gibraltar hasta la isla de Ascension cuando en su camino se topa con una embarcación precaria llena de refugiados. En vista de la situación europea actual uno podría temer que el film se convierta en un discurso alemán paternalista de salvataje mundial. Por suerte, Styx acierta en dirigir el conflicto hacia la duda interna de la protagonista sobre cuánto puede realmente ayudar o no a los demás. Más allá de este punto, muestra la imposibilidad de todo un sistema para brindar protección.

La mayor parte de la película está filmada en altamar, de forma tal que el espectador se siente parte de esa calma y tempestad a la vez. Una realización fílmica que asombra, especialmente en esas escenas de tormenta donde tememos ser arrastrados al fondo del mar gracias a la veracidad lograda.

Con poco diálogo pero una tensión narrativa que se mantiene hasta el último momento, Fischer consigue que resulte imposible empatizar con cualquier personaje. Con las actuaciones precisas de Susanne Wolff (Rike) y el joven Gedion Oduor Wekesa (Kingsley), la anécdota personal deviene interrogante mundial.

¿Cuánto puede la bondad de un individuo influir en un sistema? El problema de esos tantos, ¿es sólo de ellos o también, al verlo y reconocerlo, pasa a ser mío? Styx Nos interpela. Sentados en cómodas butacas, tomamos conciencia de que nada de lo humano le es ajeno a los humanos, y que lavarse las manos nos ha llevado al mundo en que vivimos hoy.

calificacion_4

 

 

Jibril, de Henrika Kull (Alemania, 2018) Panorama.

Jibril cuenta una historia de amor. Cómo todas las buenas, tiene sus temitas. Maryam y Gabriel (cuyo nombre árabe es Jibril) se conocen en una fiesta y tiempo después se encuentran de manera casual; la única diferencia es que ahora Gabriel está en la cárcel. Entre los dos surge una atracción potente, marcada por la tensión de no poder entrar en contacto más allá de un beso o un abrazo. Por su parte Maryam es madre de 3 hijas, divorciada, con lo que ello implica en el mundo árabe del cual ambos provienen. Lo que comienza como una idealización terminará ocupando un lugar importante en su vida.

Situada en Berlín, el primer acierto de la directora Henrika Kull es enmarcar una comunidad sin estereotipos ni prejuicios, plasmando una visión hogareña y humana de una familia árabe en Alemania. No hace hincapié en la diversidad cultural, pues en la película se habla alemán y árabe con la fluidez que uno podría percibir caminando por Wedding o Kotti. Por otro lado, desde la fotografía se consigue un nivel de intimidad notorio entre ambos personajes, con planos cercanos que nos hacen sentir un tercero en discordia. Siendo el primer largometraje de Kull, se nota una idea muy clara sobre cómo mostrar el amor, con su simpleza y sus complejidades. Susana Abdulmajid hace un gran trabajo al enseñarnos su dilema de enamorada/madre/alemana/árabe con una precisión y unos matices destacables. Ella lo nombra “Jibril” a Gabriel, nombre que conlleva toda su idealización y fantasía de lo que es esa relación.

calificacion_3

 

 

Malambo, El Hombre Bueno, de Santiago Loza (Argentina, 2018) Panorama.

Malambo, El Hombre Bueno tiene un título con dos partes; de esa manera se divide la película. Más allá de ser una ficción, no podemos evitar pensar que es casi un documental sobre la vida de

un bailarín de malambo. Cuando la acción arranca, nos percatamos de que veremos una competencia contra el tiempo, el cuerpo y la edad, que siempre nos ganan.

Conocemos a Gaspar, el protagonista, quien lleva consigo la pena de una dolorosa derrota ante Lugones, su enemigo y fantasma eterno. La imagen de Lugones no deja de perseguirlo en sueños, y en ella deposita todo su odio y rencor por el éxito arrebatado. Gaspar vuelve al ruedo de los ensayos para competir, pero el cuerpo comienza a fallarle y su maestro le dice que no está dando todo de sí. Callado e introvertido, no sabemos muy bien qué le ocurre, aunque podemos notar que no está pasando por un buen momento. Más allá del malambo en sí, somos testigos de la purificación de Gaspar, de cómo retoma su pasión y se sana por dentro, descubriendo que su único enemigo es él mismo y que es, en verdad, un hombre bueno.

Santiago Loza es un realizador que demuestra una sensibilidad enorme en sus producciones fílmicas y teatrales. Y uno, por más que sea ajeno al mundo del malambo y a las competencias de baile tradicionales, no puede evitar emocionarse cuando ve al Gaspar Jofre bailando como si la vida se le fuera en ello. Loza decide utilizar verdaderos bailarines de malambo en vez de actores, ya que se propone dar cuenta de la pasión y la dedicación de primera mano. Nos queda una sensación mezclada entre documental y ficción, alentada por el recurso del blanco y negro. Otro acierto, en definitiva, ha sido tener a Nubecita Vargas (artista transformista) interpretando al compañero de piso de Gabriel, un aporte de humor y calidez a la áspera historia del protagonista. La voz de Loza obra como guía narrativa, otorgándole su propia voz a los temas abordados.

calificacion_3

 

 

© Marina Ceppi, 2018 | @marceppi

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

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