FILOSOFÍA POLÍTICA
Dos películas argentinas en la sección oficial de San Sebastián y dos comedias. La práctica, de Martin Rejtman, sin duda lo es; Puan, de María Alché y Benjamín Naishat, solo en parte, hasta que quiere ser otra cosa, al fin y al cabo las-comedias-son-intrascendentes-y-son-refractarias-al-discurso-político. Su punto de partida es el de una comedia clásica, una comedia de enredo con un científico torpe, en este caso un intelectual, profesor de filosofía política, tan torpe como incapaz para las relaciones sociales, Marcelo Pena (gran nombre). Tan clásico es su arranque que nuestro profesor de filosofía acaba sentado encima de un pañal cagado, justo antes de acudir a una importante reunión social, toda una prueba de la que sale lo mejor que puede. Aquí el pantalón manchado y oloroso es como la tapa de alcantarilla de la película de Rejtman, algo que hemos visto mil veces pero que siempre resulta igual de efectivo, sobre todo cuando va acompañado de la situación ideal y de un coro de secundarios que toda comedia ha de definir a la perfección para que el protagonista choque contra ellos: la mujer sindicalista del profesor, sus compañeros de facultad, el exitoso rival recién retornado, la anciana que recibe clases particulares de filosofía… Ay, hasta que el discurso político se va imponiendo, ya no como un trasfondo (la crisis de la universidad, el menosprecio de las humanidades), y aflora como mero populismo que busca no la carcajada sino el aplauso cómplice. Para una película que empezaba homenajeando a Howard Hawks no hay peor forma de acabar que invocando a Ken Loach. De nuevo, en este festival la sombra de El realismo socialista se proyecta sobre cualquier intento de cine político y es entonces, sí, cuando no puedes evitar la carcajada.
Un amor, la adaptación por parte de Isabel Coixet de la exitosa y prestigiosa novela de Sara Mesa, ya empieza mal. O peor: la Nat de la novela es una traductora literaria; la Nat de la película es una traductora simultánea que está transcribiendo el vídeo de una intervención de una refugiada africana que narra todas las penalidades que ha sufrido. A Coixet no le interesa la novela, salvo como vehículo para insertar su discurso bienpensante, haciendo gala de su sensibilidad política. Por eso su versión de la novela de Mesa se limita a un mero trasvase cuasi literal que parece no entender la ambigüedad del original, tampoco esa frialdad analítica que, para Coixet, a quién va a sorprenderle, ha de traducirse en sufrimiento, pasión o arrebatos sentimentales. Por no faltar nada, el final impostado es otra impugnación de la novela.
A diferencia de estas dos, O corno, segundo largometraje de Jaione Camborda, es una película que se declara política desde sus primeras imágenes: la ambientación en la una pequeña población costera de la Galicia de 1971, los abortos clandestinos, Portugal como refugio de los huidos… Pero esto es solo un mero trasfondo que lo condiciona todo y que, por eso mismo, nunca es necesario poner en primer plano. En cualquier película sobre el franquismo habrá un momento en el que aparecerán dos guardias civiles, símbolo de la represión, sobre todo en el medio rural. Camborda solo los muestra un par de veces, a lo lejos, en el paso fronterizo que comunica Galicia con Portugal. Es así que O corno puede centrarse en lo que realmente le importa, el personaje extraordinario de su protagonista, que tanto puede acompañar en los partos como practicar abortos a quien se lo reclama, y en quien la película va centrándose poco a poco, desde el retrato coral del inicio a sus primeros planos del final, mientras contempla desde el otro lado del río como unas vacas cruzan al otro lado de la frontera, a ese país que ha dejado atrás, aunque muy cerca. Este acercamiento progresivo implica también dejar fuera de campo a personajes y tramas, de tal modo que O corno se va volviendo más abstracta, pero no por ello menos política.
Por supuesto, en The Royal Hotel, la nueva película de la directora de The Assistant, Kitty Green, el discurso feminista aflora por todos sus poros. En realidad, aunque pudiera no parecerlo, The Royal Hotel tiene muchos puntos en común con la película anterior de Green, particularmente su retrato de un ambiente tóxico para las mujeres. Lo que varía es su formulación, más cercana a Chantal Akerman en The Assistant y jugando con los planteamientos del terror en The Royal Hotel, que no es una película de terror, aunque su premisa (también su final, pero eso importa menos) se diría enfocada a ese tipo de cine de violaciones, torturas, asesinatos y hasta descuartizamientos tipo Hostel: dos norteamericanas de vacaciones por Australia acaban de camareras en el interior del país, allí donde los mineros acuden al único bar del lugar a desahogarse con el alcohol y, si puede ser, con las camareras que van rotando detrás de la barra. El clima es sin duda peligroso, sin las sutilezas de The Assistant, una película sobre la que planeaba en todo momento el caso Weinstein. No es el caso de The Royal Hotel, en la que Green juega con las expectativas de los espectadores, que esperan cuando menos un descuartizamiento, a partir de la ambigüedad de sus personajes masculinos: ninguno es lo que parece, ni para bien ni para mal. Lo que no quita para que el escenario constituya una verdadera pesadilla para las dos mujeres, en verdad terrorífico aunque no como nos tiene acostumbrados el cine de terror.
No descubro nada si digo que las dos películas de Kitty Green entroncan directamente con el discurso del #MeToo. Estaría bien confrontarlo con una película tan incómoda para el espectador de hoy en día como The Red Angel, de Yasuzo Masumura, cuya restauración se presentó en la sección de Clásicos. Primera colaboración de Masumura con la actriz Ayako Wakao, esta interpreta a una enfermera, Sakura, que es enviada al frente, durante la guerra chino-japonesa. Una suerte de Nazarín, Sakura intenta hacer el bien, más allá incluso de toda lógica racional, pero sus actos desembocan en la muerte de esos a los que quiere ayudar: el soldado que la violó, ese otro soldado sin brazos que busca el alivio de su dolor y su deseo sexual… Incluso se podría decir del doctor del que se enamora, pero que parece demostrar más interés en la morfina que en ninguna mujer. Película claustrofóbica y de una rara intensidad, The Red Angel es una de esas películas que nos interpelan como espectadores, que nos preguntan cómo, desde la perspectiva actual, se puede juzgar un personaje como el de Sakura y una película rodada en 1966.