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#72SSIFF | El llanto

#72SSIFF | El llanto

Dos edificios idénticos, uno en Madrid y el otro en La Plata. O el mismo edificio en dos ciudades separadas por 10.000 kms y por veinte años de diferencia. Sean uno o dos, el edificio acoge una maldición, algo que pasó allí tiempo atrás y que se manifiesta en forma de un llanto que escucha primero Andrea y después Camila. O ese es el orden que nos propone el debut en la dirección de Pedro Martín-Calero, la forma en la que estructura El llanto partiendo del presente (Madrid) para llevarnos en la segunda mitad de la película al pasado (La Plata), un viaje en el que asoman los ecos tanto de Tesis, la ópera prima de Alejandro Amenábar, como los de los relatos de Mariana Enriquez.

Porque hay algo de Nuestra parte de la noche en El llanto, particularmente todo lo que tiene ese edificio, o el apartamento, que parece estar en dos ciudades y en dos épocas distintas. La referencia a Amenábar guarda menos relación con el género que con la utilización de las cámaras. Aquí no hay ninguna película snuff ni nada que se le parezca, solo que las cámaras nos llevan a otro mundo mucho más siniestro. En el presente, con Andrea, son los móviles o las pantallas de los ordenadores las que desvelan otra realidad, una amenaza inmanente. Martín-Calero nos viene a decir que las cámaras y las pantallas nos desvelan una realidad desconocida que solo se vislumbra cuando comenzamos a grabar. De repente es una sombra que se asoma por una puerta, después un misterioso anciano que ataca al novio de Andrea que realiza una videollamada desde Sydney, como conformando un triángulo que conecta la ciudad australiana con la española y la argentina. La distancia en este caso no importa, las pantallas acercan a los personajes y los hace más indefensos, los pone al alcance de una maldición que solo parece afectar a un linaje familiar.

Lo que no quiere decir que no conlleve víctimas colaterales, caso del novio de Andrea. Pero, mientras, cuando la película nos lleva hasta el pasado, descubrimos en La Plata a una estudiante de cine, Camila, que se obsesiona con una mujer algo mayor que ella, Marie. Es una obsesión puramente hitchcockiana, motivada en parte por sus cortos fallidos, pero también por los celos, la que le lleva hasta esta chica a la que sigue con su cámara. Es una cámara analógica, de las de principios del siglo XXI, pero es una cámara que también descubre esa otra realidad que acecha a Marie y que, quizás, también está en la causa de la muerte de su madre. Son esas imperfecciones de la imagen, mucho menos nítida que la digital, la que le proporcionan un aura incluso más verosímil, más cercano a lo real y, a un tiempo a lo siniestro.

El llanto es una película que saca partido de esta fragilidad de las imágenes, a su realización directa y sin excesivos efectos de postproducción. Al reducir “lo otro” a las pantallas, logra un efecto muy parecido al de Cloverfield, como si en este caso esa verdad solo se pudiera revelar a partir de una mise en abyme, de una mirada en la que el cine no es lo que nosotros espectadores vemos en pantalla, sino lo que nos muestran las pantallas dentro de la pantalla. Como si nos asomáramos al abismo.

(España, Francia, Argentina, 2024)

Dirección: Pedro Martín-Calero. Guion: Pedro Martín-Calero, Isabel Peña. Elenco: Mathilde Ollivier, Ester Expósito, Àlex Monner, Lautaro Bettoni. Producción: Pablo Bossi, Nacho Lavilla, Juampa Miller, Jérôme Vidal, Eduardo Villanueva. Duración: 107 minutos.

 

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