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FESTIVALES

#FICIC2019 | Crónica en la tierra de los perros. Parte II

Empecemos diciendo una obviedad: hay películas hechas para ser largas y otras para ser breves, brevísimas incluso. La selección de cortos de FICIC tuvo como característica que la gran mayoría de estas películas parecían muy conscientes de que su potencia y efectividad sólo podían lograrse a partir de su brevedad. Una de ellas, llamada ¡Allá vienen!, de Ezequiel Reyes Retana, consistía en un conjunto de imágenes de la vida cotidiana mexicana que se sucedían una detrás de otra mientras sonaba de fondo el recitado de unos versos de protesta de la poeta María Rivera. El efecto era demoledor porque las imágenes que mostraba Retana parecían contrastar con la violencia y la angustia que expresaba la poeta. Así es como la denuncia de masacres e injusticias chocaba más de una vez con la imagen de felicidad cotidiana de algunas personas captadas por la cámara (acaso víctimas de la violencia de la que hablaba el poema). El viejo y querido Bazin decía claramente que la cámara, a diferencia de la pintura, atrapaba no tanto la esencia de la persona sino el tiempo que la rodeaba, y en algún punto podría decirse que ¡Allá vienen! es tanto un film de denuncia a la violencia omnipresente en México como a la capacidad de la cámara de atrapar tiempos (en este caso mejores). Es un film terrible y desgastante, que sería imposible de digerir en otra duración muy superior a sus 8 tremendos minutos. Una película, digamos, cuidadosa con sus imágenes, que ilustra un poema extremadamente cuidadoso con las palabras.

Hubo otros cortos en este festival de gran calidad. Allí está esa suerte de comedia sutil y minimalista llamada El largo brazo de WA (capaz de hacer humor con una expresión mínima que se repite cada tanto) de Martin Farina, la hipnótica Hojas berlinesas de Alejo Franzetti, la visualmente bellísima Los rugidos que alejan la tormenta de Santiago Reale o la provocadora Yo maté a Antoine Doinel de Nicolás Prividera. En algunos de estos casos incluso se trataba de cortometrajes hechos por directores que ya tenían largometrajes y que vieron en el cortometraje la posibilidad de hacer algo nuevo. Un caso claro de esto fue Cairo Affair, una de las películas más notables de este festival, dirigida por Mauro Andrizzi. Andrizzi es un caso raro dentro del cine nacional. Sus películas previas como Iraqui Short Films, La novia de Shangai y la excelente Accidentes gloriosos muestran la creatividad visual y el espíritu lúdico de un cineasta que logra hacer películas a las que se les podría atribuir una “espectacularidad casera”. Films que se plantean temas ambiciosos o que viajan por el mundo y que son al mismo tiempo un ejemplo de cine de bajo presupuesto.  Cairo Affair está compuesto por una serie de tres historias de espionaje que se narran con imágenes filmadas por Andrizzi o tomadas de otras películas, mientras abajo se suceden subtítulos que nos van contando un cuento. Película que parece influida narrativamente por los relatos de espías y formalmente por el cineasta experimental Chris Marker, y que se encontró entre las cuestiones más curiosas de este festival. Es justamente a partir de esta película y también a partir de la visita de Andrizzi al FICIC que surgió esta entrevista.

@ Hernán Schell, 2019 | @hernanschell

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