A Sala Llena

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Las tardecitas de Buenos Aires tienen ese no se qué…

Las tardecitas de Buenos Aires tienen ese no se qué…

La tarde de ayer, día miércoles 14 de diciembre, estaba destinada a quedar en mi memoria. Cuando me levanté, no sabía que iba a ser uno de esos días en los que la vida tiene reservadas para nosotros cosas sorprendentes. Me había levantado relativamente temprano, como siempre,  había ordenado la casa, había trabajado en mi nueva novela, había almorzado sobras de la noche anterior y había quedado con Tina, mi hermana,  en irme para su casa tipo cuatro y media a tomar la merienda. Me contó que irían Bridget, una amiga de Estados Unidos que se vino para Buenos Aires y Aga (a quien yo no conocía) una chica polaca, ex novia de un amigo, con la que Tina está entablando amistad y se está llevando la mar de bien.

A eso de las cuatro, más o menos, me pegué un bañito, me entalqué  las partes, me perfumé y me encaminé para lo de mi querida sister.  Iba medio sobre la hora, así que me tomé un taxi. El tachero era bastante parlanchín y ya a una cuadra de estar en el auto, no me pregunten cómo, estábamos hablando de piletas pelopincho, y que él tenía una de las que vienen con filtro y barrefondo y no sé cuántas cosas más, y que su hijo y un amiguito se la habían reventado hacía unos días, y que se tiraban de bomba y se colgaban de los caños, y que la tenía que coser a mano con tanza de pesca, y que los muñecos flotadores, y que un dinosaurio, una orca y un cocodrilo, y que la pelopincho en verano era la panacea pero los amiguitos del hijo le comían todo y le tomaban toda la leche de sachet. Meta hablar, meta hablar, el tachero se pasó de Sucre y tuvimos que retomar (en contramano) por Juramento. En síntesis, llegué tarde. Me despedí del tachero que me hizo descuento por la perdida, toqué el timbre y mi hermana me tiró la llave por la ventana.

Cuando subí, Aga ya estaba allí.

Agnieszca Makuszevuska, (Aga), una chica de 27 años, probablemente una de las más bellas que yo haya visto, se dio vuelta y me saludó sonriente. Menuda, de ojos claros, pelo dorado, largo y tupido y rasgos asombrosamente simétricos. Su sonrisa, blanca y maravillosa, me deslumbró a penas la vi. _ ¡Uf qué hermosa sos!_ le dije dos frases después de haberla conocido. Ella me miró y volvió a sonreir.

Cargamos la pava, el mate, mi taza de mate cocido, los alfajorcitos de chocolate y unos scons a la mesa del living de Tina y nos sentamos las tres a charlar. Faltaba Bridget que se había atrasado bastante y después nos contaría que la cosa se le había complicado con el tema de los subtes. Así que Aga, Tina y yo, arrancamos con la merienda. Mi hermana iba y venía trayendo cosas de la cocina y, para romper el hielo, en una de sus idas y vueltas, largó desde el espacio off: _ Aga estuvo en La Lista de Schindler, Lau… Hizo de extra.

Automáticamente me interesé y le pregunté a Aga en qué escena había aparecido, esperando que me contestara algo así como “en una multitud, arriba y a la derecha, soy aquel puntito que ves allá” y me incliné para escucharla. Cuando me dijo con su voz increíblemente musical, “Yo soy la nena de la torta” casi me caigo de la silla.

_ ¿¡La nena de la torta!? ¿La que le lleva la torta en la escena del beso por el que después lo meten preso? ¿Estuviste con Liam Neeson? ¿Spielberg te dirigió??????????

Aga, sin perder la sonrisa, iba asintiendo a todas mis preguntas con su cabecita, alegrándose con mi creciente entusiasmo y con mi cara de sorpresa. Mi hermana regresó de la cocina como tromba, se sentó a la mesa con los ojos muy abiertos, musitando algo así como “¡Boluuudaaa, yo pensé que habías sido extra nomás!” y, dicho esto, arrancó el interrogatorio. Le expliqué que escribía esta columna y que, obviamente, quería que me chusmeara absolutamente todo lo que se acordara del rodaje.  Aga accedió contenta, aunque me advirtió que solo tenía nueve años por esos días y que había vivido aquella peculiar experiencia como un juego, chocha por haberse salvado dos semanas de ir a la escuela.

Ella estuvo en rodaje durante las escenas en un barrio Judío de Cracovia, en una usina a las afueras y en el final, en Israel. Interpretó a dos personajes: una sobreviviente real del Holocausto, llamada Bronislava Karakulska, quien estaba en el set trabajando como asesora de Steven y que es hermana del popular fotógrafo Ryszgard Horowitz, residente en Estados Unidos; y al final, en la escena de la tumba en Israel, a su nieta. Ambas van de la mano en el cementerio.

Aga contaba que ni ella hablaba inglés en ese momento, ni Spielberg polaco pero que, no sabe como (tal vez por lo mágico del entendimiento de los niños) él le hablaba y ella comprendía inmediatamente. Me dijo que el celebrado director era extremadamente dulce, casi como un niño, que siempre estaba sonriendo, al menos mientras ella trabajaba, y que tenía muchísimos asistentes. Comentó que ni siquiera se había alterado cuando, en una de las tomas de la torta, ella le manchó a Neeson la chaqueta del traje con chocolate y hubo que parar por largo rato la filmación hasta que la mancha salió o, ella piensa, le fueron a buscar al tipo otra chaqueta. Mi hermana preguntó si había una sola torta para todas las tomas y, llamativamente si, había una sola. No podía recordar demasiadas cosas más sobre Spielberg porque, me dijo, la mayoría del tiempo ella estaba con Liam.

Según Aga, Liam Neeson es un hombre encantador y un excelente compañero de trabajo. Le propinó muchísimo tiempo a ella, tratando de divertirla y de que la pasara bien en rodaje. Me dijo que le prestaba mucha atención y que la ayudaba con las escenas, dándole algunas indicaciones que resultaron valiosas.   Además (y esto es off the record) Aga me chusmeteó que, por esa época Liam estaba saliendo con Julia Roberts. Steven sabía que la niña estaba deslumbrada por su actor estrella, así que le dejó una nota de despedida que rezaba: “Para Aga, sos mas linda que Julia Roberts, Steven Spielberg”.

Para el final, un equipo reducido viajó a Israel en un avión solo para ellos. Aga, que jamás había viajado en avión, quedó maravillada con todo el asunto. Me dijo que, debido a la caída reciente del comunismo, ella todavía no había experimentado demasiado la vida “occidental” por lo que la comida de rodaje, la ropa de la gente, el avión y todo el despliegue de la producción, significó para ella el descubrimiento de un mundo verdaderamente nuevo en muchos sentidos. Recuerda que observaba a los sobrevivientes disfrutar de las comidas opulentas que se servían en el set y me contaba que, aún cuando era muy chica, ella notaba como degustaban todo, como disfrutaban, como sonreían con una intensidad diferente y mucho más profunda. Aga había quedado en verdad sensibilizada por eso.  De hecho, todavía es muy amiga de la mujer a la que interpretó en la película y siguen escribiéndose asiduamente.

“Bronislava lloraba cuando veía mi pelo largo” dijo Aga. “A ella se lo raparon en el gueto cuando era muy chiquita. Yo usaba una peluca para que pareciera que lo tenía corto”. Agregó que Bronislava no miraba el gueto cuando pasaban por allí. Daba vuelta su cabeza porque no podía verlo. Un día fueron juntas a la playa y le mostró su tatuaje. Aga era muy chica, pero lo entendió todo. Cuando le pregunté si le habían permitido ver la película cuando se estrenó, me contestó que no, que a la premiere fueron sus padres solos y que cuando fue algo mayor se la dejaron ver en video.

La lista de Schindler, film de visión obligatoria, se estrenó en el año 1993 y, por supuesto, se merece una columna completa aparte. Esta que está terminando solo cuenta las peripecias livianas de la columnista en una tarde de té con amigas. Nada más que eso. Vi la cinta en el cine, en el 94, cuando me vine a vivir a Buenos Aires. Recuerdo que era domingo y que, cuando salí, supe que no olvidaría absolutamente nada de lo que me habían mostrado.

_ ¿Y Ben Kingsley?_ le pregunté.

_ Seguramente estaba allí, pero no le presté atención… Yo estaba todo el tiempo con Liam_ dijo Aga y yo me eché al coleto la taza de mate cocido caliente.

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