A Sala Llena

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Volver

Volver

Volver… Volver significa muchas cosas. Volver es mi palabra por estos días.  Volver a este espacio, volver a Buenos Aires, emprender la ruta de vuelta, volver a mi casa, a mi cama, a mi baño, a mis sábanas… Estar, regresar, sentir de nuevo los lugares de uno. Volver a la ciudad, a sus imágenes, a sus compases, a sus olores, a sus juegos y a sus gentes.  Pero sobre todo, volver implica abandonar otro lugar. Y en mi caso, ese abandono fue cercano a lo desgarrador.

¿Me extrañaron? Yo los extrañé muchísimo.  Hacía ya tres años que no nos separábamos amigos y la ausencia se hizo sentir, por lo menos en mi corazón.  Aun sabiendo que se trataba de poco tiempo y que volvería a verlos prontamente, se me hizo triste y melancólico el distanciamiento. Por supuesto, eso de “sabiendo” es relativo. Uno nunca sabe nada realmente y, a veces, el destino se interpone entre lo que uno cree saber y lo que sucede. Trato de nunca perder de vista esto y, por eso, los extrañé todavía un poquitito más de manera dulce y distante, tratando de imaginar sus caras y sus sonrisas.

Volver es re-conocer…

Fueron dos semanas de ausencia, que parecen años. Tal vez porque cuando se está tan compenetrado en lo que se está haciendo y se encuentra gente formidable con quien llevarlo a cabo, la civilización a lo lejos se desdibuja y pierde espesor. Tal vez porque el esfuerzo que conlleva removerse de los lugares conocidos y queridos es tan enorme, que la mente y el espíritu se arrancan de raíz y, a la hora del retorno, demoran doloroso tiempo en volver a hundirse en los espacios familiares, en las aguas normales,  en la tierra fija de la rutina de todos los días.

Volver es cambiar milimétricamente el espacio viejo de las cosas…

A veces me pregunto qué Laura es la que regresa. De hecho, estoy en el medio de esa pregunta en este preciso momento. VER cine modifica,  HACER cine gesta nuevamente y da a luz algo nuevo dentro del capullo vivo de la naturaleza de siempre.  ¿Quién es Laura ahora que ha regresado? ¿Cuáles son sus rincones preferidos de la casa, en este día en que parece tener una cara diferente pero inquietantemente familiar? El cine es el principio y el fin, el yin y el yang, el sentido, la respuesta que otros encuentran en los hijos y le reclaman, infructuosamente, a los padres.

¿Volví?

Mis gatos andan por la casa y se refugian de la tormenta que amenaza con desatarse. En mi living todavía cuelgan decoraciones navideñas…

Empezamos un ciclo nuevo ustedes y yo hoy, ¿verdad? Un ciclo bueno, más íntimo todavía que antes y mucho, pero mucho más apasionado si cabe. Me encantaría saber de ustedes. Me haría infinitamente feliz que escribieran a esta columna, contándome cosas: quienes son, qué hacen, qué películas vieron, si me extrañaron, de qué tienen ganas que yo hable, cómo son sus familias, en qué se les diluye el tiempo, sus esperanzas, sus temores, algunos chistes… Sería maravilloso.

Hoy recordé una película que vi en mi adolescencia. A mi vieja le encantaba y la alquiló como mil veces, así que yo la terminé viendo más o menos a la par.  Recuerdo que me había gustado mucho, pero que, en un punto, me había desesperado verdaderamente.  Y, ahora que la repaso, la sensación me embarga nuevamente.  En el film, un hombre regresaba de la Guerra Civil americana a su casa y a su mujer, luego de que lo dieran por muerto tras seis años de ausencia.  Volvía… Y muy cambiado. En el pasado había sido un imbécil, brutal y despótico; en el presente, un hombre culto, sensible, apasionado, justo y, sobre todo, muy enamorado de su esposa. Todos disfrutaban y amaban la nueva personalidad del muchacho pero, tarde o temprano, la pregunta se abría paso: ¿Es él quien volvió o es un extraño?

Y esa es la pregunta que todos nos hacemos al volver.

Sommersby: El regreso de un extraño, de Amiel, se estrenó en el 93 y era (paradójicamente) la remake de una cinta francesa de 1982 que no vi.  Aún la cinta se las ingenió para volver, con otra forma (creo que la original tenía guion de Carriere) pero con la misma savia. La protagonizaban Richard Gere y Jodie Foster y la crítica la recibió de manera ambivalente, aunque mayormente de forma positiva. Por aquellos años, hormonales y sensuales, me gustó. Los protagonistas tenían una química extraña que me conmovió muchísimo y acabó por perturbarme. Pero, sin dudas, lo más inquietante de film, era su pregunta constante. Me enojé y despotriqué. Además, como corresponde, lloré a moco tendido, porque el final es TREMENDO.  Sería bueno que la rescataran de algún lado y se las ingeniaran para verla. Sin ninguna culpa puedo decirles que, Richard Gere, estaba como papa caliente en el pico de su sensualidad y, por eso solamente, ya vale la pena. Y Jodie Foster no se quedaba para nada atrás; era maravillosa y estaba sumergida en esa ambigüedad tan excitante que la caracteriza…

Volver es meterse en la piel vieja, que destila olor a nueva.

En la película, como les decía, había una pregunta fatal que subyacía a la trama, una pregunta universal que, hasta el día de hoy no desculo pero sé, sin dejo de dudas, tiene un sentido trascendente. Esa pregunta me rodea, me asfixia, me adormece y me retuerce. Me deja suspendida.  Sé que es solo cuestión de tiempo y que, más tarde o más temprano, me liberaré de ella y volveré a mi faena habitual. Pero ahora solo escucho su susurro en mi oído…

¿Quién volvió? ¿Quién volvió? ¿Quién volvió?…

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