(Estados Unidos, 2013)
Dirección: Steven Soderbergh. Guión: Scott Z. Burns. Elenco: Jude Law, Rooney Mara, Catherine Zeta-Jones, Chaning Tatum. Producción: Lorenzo di Bonaventura, Gregory Jacobs y Scott Z. Burns. Distribuidora: Diamond Films. Duración: 106 minutos.
Otra vez, Soderbergh y su luz amarillenta, ya vista en Contagio. Otra vez, Soderbergh y Chaning Tatum, aunque el rol del actor es muy menor comparado al de Magic Mike. Con la misma pretensión de siempre, Soderbergh intenta indagar en el mundo de la psicofarmacología o al menos eso quiere vendernos con este thriller. Pero luego de varios giros y vueltas de tuerca -una más ridículo que la otra- , se olvida de darle al espectador, información clave para comprender la trama que pretende ser “compleja”.
Elizabeth (Rooney Mara) es una chica aparentemente depresiva, casada con Martin (Chaning Tatum). Cuando él sale de la cárcel luego de 4 años, ella no sabe cómo adaptarse a esa nueva situación y comienza a ver a un psiquiatra, Jonathan Banks (Jude Law). El psiquiatra, para poder ayudar a su paciente, contacta a su anterior psiquiatra, Victoria Siebert (Catherine Zeta Jones), y le receta una nueva droga, conocida como Ablixa.
La estructura narrativa del film es caprichosa, pretensiosa y se cae a pedazos, por falta de consistencia. Soderbergh fuerza a su antojo los móviles de los personajes, que son chatos y carentes de complejidad o profundidad alguna. Pierden humanidad, comportándose como robots manejados por su director. Rooney Mara mantiene durante todo el metraje la misma expresión facial de “soy una chica con problemitas” y la actuación de Catherine Zeta-Jones es lamentable, poniendo ojitos de malvada cada vez que aparece. Las vueltas de tuerca -que ya bordean el ridículo- combinadas con la música de película softcore, puestas de cámara extrañas y un guión con diálogos irrelevantes, hacen de ésta película, el peor mamarracho en la filmografía de Soderbergh. Y esperemos, el último.
Por Elena Marina D’Aquila
Jugando a querer ser De Palma.
La cuestión del suspenso casi siempre redime a Alfred Hitchcock, pero luego hubo alguien más quién supo dominar el género: Brian De Palma, que con su estilo manierista y repleto de cinefilia, le dio un nuevo giro a esta clasificación de cine. Efectos Colaterales, nuevo y ¿último? film de Steven Soderbergh, narra una historia sobre un asesinato, engaños, relaciones amorosas, locura y algún que otro secreto. Emily (Rooney Mara) sufre constantes ataques de depresión, y a pesar de que Martin (Channing Tatum) – su marido – acaba de salir de prisión nada cambia hasta que Jonathan (Jude Law) – su psiquiatra – le receta un nuevo medicamento, el cual le recomienda Victoria (Catherine Zeta-Jones) – la ex terapeuta de su nueva paciente -. A partir de todo esto se desarrolla la película, que propone diversas consecuencias en torno a ciertos personajes.
El inconveniente del film – a pesar de ser correcto – es que pareciese que Soderbergh intentó hacer un thriller muy a lo De Palma, sólo que sin las diversas alternativas que el cine de éste propone para producir ese clima de suspenso a partir de distintos golpes de efecto cinematográficos y narrativos, ya sea con los sigilosos movimientos de cámara, la música, el sonido o los collage con el montaje y la imagen en sí.
A pesar de distintos baches en su narración – y manteniendo la premisa anterior -, Efectos Colaterales está lejos de la complejidad de films como Vestida Para Matar, Doble de Cuerpo, Mujer Fatal o la reciente Passion. No sería acorde subestimar a un realizador como Soderbergh – uno de los que más ha filmado en Estados Unidos en las últimas décadas -, pero su virtuosismo cinematográfico está lejos de el de De Palma, aunque a pesar de ciertas falencias, se puede decir que construye un film efectivo, que junto a Contagio resultan los mejores que ha realizado últimamente. Con la bella Mara como estandarte y con una historia que termina siendo de a poco atrapante, Efectos Colaterales termina siendo una película llevadera, que a pesar de no resaltar dentro de lo que es el género del suspenso, deja a esta nueva obra de Soderbergh con un saldo más positivo que negativo.
Por Tomás Maito
El juego de los “engaños”.
“El mejor truco que el diablo inventó fue convencer al mundo de que no existía.” Verbal Kint.
¿Realmente piensan que Steven Soderbergh se va a retirar de la pantalla grande? O sea, habiendo conseguido una prolífica carrera de films personales, comerciales, experimentales, oscarizables, cuesta creer que Steven Soderbergh diga “Adiós” con un thriller tan convencional; que el tipo que se creyó el rey del mundo con la sobrevalorada Traffic, y que fue completamente obviado por Vengar la Sangre, que se animó a realizar una adaptación estadounidense de la novela Solaris, compitiendo ni más ni menos con Tarkovsky, que puso a los galanes y figuras más rutilantes de Hollywood a reírse de sí mismos – y un poco del público – con la saga de Danny Ocean, se vaya a retirar del mundo del cine con un producto que solamente se deja ver un sábado a la noche en el cable cuando no hay ninguna otra opción decente para entretenerse.
El pretencioso Soderbergh se retira. Claro, queda la supuestamente polémica biopic sobre la vida del pianista Liberace con Michael Douglas en la piel del controversial músico y Matt Damon como su pareja. Pero es para HBO. Efectos Colaterales confirma la mediocridad y falta de imaginación del realizador. No es que se trate de un producto malo, sino que se trata de un thriller “que ya se hizo antes”, que pretende sorprender con el truco más viejo de todos: las vueltas de tuerca, engañar los ojos del espectador que se “enamora” de un personaje y después lo va revelando como un mentiroso, un fabulador, que va en pos de una meta concreta: ganar dinero y poder.
Quizás, Efecto Colaterales, sea la declaración de Soderbergh, confirmar que él, al igual que su protagonista son personajes engañosos, capaces de hacernos creer cualquier cosa gracias a la manipulación que produce el montaje. Porque el guión de Scott Z. Burns tiene lo suyo. En principio parece que estamos ante un film político, de denuncia contra las empresas farmacológicas, pero no, a medida que el protagonista masculino, el psiquiatra que interpreta con bastante soberbia Jude Law, va revelando el misterio de la paciente que le tocó en suerte analizar, nos vamos encontrando con un clásico thriller psicológico… sobre psicólogos dicho sea de paso. Los efectos colaterales de una droga, no solo repercuten en el cuerpo de la protagonista, sino en la vida de todos los que están a su alrededor. Y así, combinando elementos de Cuéntame tu Vida de Hitchcock, La Verdad Desnuda, de Gregory Hoblit – film donde descubrimos el talento de un joven Edward Norton – o cierta sensualidad de Brian De Palma – obsesiones que parecen calcadas de Hermanas Diabólicas o Femme Fatale – este último film se convierte en una caja de sorpresas, donde nada es lo que parece… excepto el personaje de la psiquiatra interpretada bastante fallidamente por Catherine Zeta Jones, que revela su personalidad desde un principio.
Y aún así, aunque el truco sea viejo, aunque las mentiras terminen teniendo una explicación forzada, hay que admitir que también se trata de uno de los films menos pretenciosos de su director. O sea, no se trata de una obra que ande buscando un Oscar, ni que busque el éxito de taquilla. Sus figuras, más allá de ser bastante reconocidas, no consigue un status de “estrellas” que garanticen un rotundo éxito de taquilla. Visualmente la foto y cámara de Peter Andrews (seudónimo del propio realizador) ayudan a crear una atmósfera extraña, sostenida por un clima tan oscuro como las nubes que constantemente están sobre la cabeza de los protagonistas. La música, también enfatiza esta densidad, y el suspenso está bien dosificado. Como guión de David Mamet, lo que pensamos que puede tratar de una historia de amor, deriva en un crimen, que deriva en una estafa, donde la bolsa de valores y la crisis del 2008 están también involucradas a modo de excusa.
Puede ser que muchos espectadores se sientan estafados, con algunas de las vueltas de tuercas, sin embargo el guión está bien estructurado. El problema, la mayor falla es el tono. Si Soderbergh no hubiese querido hacer algo tan “correcto” y “serio”. Si se lo hubiese tomado en forma más lúdica, pensando en el espectador, en el efecto colateral que produce en la psiquis del espectador el engaño, aludiendo al género negro – un poco en la línea de Hitchcock, De Palma, Mamet o el Bryan Singer de Los Sospechosos de Siempre – y no prestando tanta atención a lo discursivo, a explicar el argumento al espectador en forma lenta para que nadie se quede afuera, posiblemente estaríamos ante un producto más trascendente.
Pero a Soderbergh el humor no le sale en forma natural, y en su pretenciosidad consigue… esto. Un film medianamente entretenido que podría haber firmado cualquier director con un poco de oficio. Sí, en este caso, el guión de Burns se destaca sobre la dirección y aporta mucho la participación de Rooney Mara, el maravilloso descubrimiento que hizo David Fincher en La Red Social y que consiguió atención con su sensible Lisbeth Salander de La Chica del Dragón Tatuado (versión USA). La joven actriz consigue con éxito seducir a los intérpretes y a espectador con su inocencia, carisma y belleza. Esos ojos que ocultan todo un mundo, pero que proporcionan convencernos que estamos ante una joven inocente, son parte esencial del “engaño Soderbergh”.
Y así, este thriller que combina psicólogos jugando a los detectives – digamos que Jude Law interpreta una variante contemporánea de su Dr. Watson – denuncia económica y juegos de espejos, se deja ver. Sin embargo, el mayor engaño no pasa tanto por el argumento, sino por una sensación final, de que no estamos frente al último film de Soderbergh y todo se trata de un efecto secundario de una droga llamada Hollywood, que nos obliga a creernos cualquier chimento que ande dando vueltas. Lamentablemente, tenemos Soderbergh para rato.
Por Rodolfo Weisskirch