Queridos lectores: esta columna tiene como cometido, además de la charla que siempre nos convoca, ponerlos en autos sobre la nueva dinámica de la columna. La vida va cambiando y el sitio acompaña.
No ha salido últimamente porque a veces hay que laburar. Es decir, yo sé que mi vida es una sucesión de cajas de bombones y bebidas espumantes pero, a veces, hay que arremangarse. Por lo cual, la columna ha estado un poco intermitente los últimos meses. Sin embargo, gracias a este sitio que siempre me ampara y al que le debo tanta alegría, podremos seguir viéndonos cuando nos pinte. Y yo, con todo el corazón, espero acepten esta nueva forma y me sigan acompañando.
Dicho esto: ¿qué tal si hablamos un poco de la nueva temporada de True Detective?
En particular soy de las que amaron la segunda temporada incluso más que la primera. Y creí en extremo injustas las críticas que recibió. Críticas que además se centraron en la desidia y en la búsqueda y anhelo de la repetición estéril de fórmulas. Y como la cadena de televisión premium se hizo eco, el resultado es una tercera temporada, digna, buena, tal vez hasta muy buena, pero totalmente de plantilla.
La serie está moldeada formal, argumental, tonal y performáticamente a imagen y semejanza de la primera temporada. El uso de tres líneas de tiempo, las entrevistas, las proyecciones en las ventanillas durante los largos viajes en auto, el personaje del detective rastreador, emparentado con algo misterioso, casi mágico. Un talento que parece provisto por una entidad supra terrena. Así, Rust y Hays son, esencialmente la misma persona: Un detective con pasado doloroso, que se vuelve la pieza clave en el proceso de investigación de asesinato.
Los puntos de contacto son casi totales. Mientras la temporada dos abrevaba en un policial californiano sofisticado, elegantísimo, cerebral y de acción coral, la tres vuelve al dúo dinámico de detectives del interior profundo de Estados Unidos. El retrato de la rural bestial, salvaje y oscurantista. Temporadas uno y tres, no solo son hermanas, son la misma. Queda entonces en una desconexión de hijo del medio, la temporada dos: distinta, altiva, soberbia y provocativa. Más distante y menos efectista que sus compañeras de camada, pero infinitamente más garbosa y compleja.
Me gusta la serie, me gusta mucho. Y quiero esperar a ver completa esta temporada antes de quejarme en ruleros. Pero esto que les cuento ya salta a la vista y es innegable. Y a no ser que el misterio se devele de manera brillantemente original, no voy a poder tomar esta temporada tres como otra cosa que un corte de manga a los haters de la dos. Una trampa de premeditación, polvo de hornear refrito y oropeles destellantes.
Como siempre, está bien actuada y bien rodada. Vamos a ver qué pasa de ahora en más.
¡Qué lindo es estar aquí! Nos vemos en la próxima entrega.
© Laura Dariomerlo, 2019 | @lauradariomerlo
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