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CRÍTICAS - CINE

El Club de los Desahuciados, según Emiliano Fernández

Guerrilla antirretroviral.

Al igual que 12 Años de Esclavitud (12 Years a Slave, 2013), El Club de los Desahuciados (Dallas Buyers Club, 2013) analiza con una enorme eficacia un tópico muy importante que excede cualquier criterio pasatista de reflexión cinematográfica. El film tiene por contexto aquellos primeros años de la epidemia del SIDA, léase década de los 80, cuando el lobby salvaje de las corporaciones farmacéuticas permitía la aprobación sólo de medicamentos propios como el AZT, vía homologación del corrupto organismo gubernamental encargado de tales devenires, la Administración de Alimentos y Drogas, dejando fuera a los primeros cócteles de fármacos que comenzaban a surgir mediante pequeños traficantes que los distribuían entre los enfermos, bajo la amenaza de prisión por vender drogas no aprobadas.

La historia se centra en Ron Woodroof (Matthew McConaughey), un electricista texano, mujeriego y homofóbico que suele participar en rodeos y apostar “más de la cuenta” en ellos. Luego de desvanecerse sin preaviso, le diagnostican VIH y su vida cambia de manera progresiva: sufre la discriminación y el hostigamiento de sus compañeros de trabajo, quienes lo tachan de “homosexual” en función de los prejuicios del momento, en el hospital local se le niegan los tratamientos experimentales con AZT, gracias a un “convenio” firmado entre el estado y las empresas productoras, y luego de probarlo mediante la compra ilegal, termina cruzando la frontera en busca de una última esperanza. En México encuentra los primeros cócteles y el gran éxito de los mismos lo lleva al contrabando y la distribución.

El canadiense Jean-Marc Vallée, a partir de un excelente guión de Craig Borten y Melisa Wallack, construye un retrato coyuntural muy meticuloso que describe la transformación escalonada del protagonista, desde un típico ejemplo de la “white trash” norteamericana hasta una suerte de mártir del movimiento por la apertura del mercado en lo que hace a la “materia prima” de los tratamientos antirretrovirales, las drogas y suplementos específicos. Cabe destacar la maravillosa dedicación de McConaughey, un actor que entrega el cuerpo a su personaje y que -por cierto- está en lo mejor de su carrera, recordemos para el caso Culpable o Inocente (The Lincoln Lawyer, 2011), Killer Joe (2011), Mud (2012) y su participación en la sobrevalorada El Lobo de Wall Street (The Wolf of Wall Street, 2013).

Prácticamente a la par en cuanto a desempeño general, encontramos al imprevisible Jared Leto interpretando a Rayon, el socio travesti y adicto de Woodroof, quien eventualmente se convierte en su “cable a tierra” cuando la persecución se pone cada vez más álgida. La propuesta no sólo funciona como un “recordatorio” de aquella primera masificación del virus y el conjunto de arbitrariedades que padecieron sus víctimas, sino que también habilita un paralelismo entre lo acontecido durante el período y nuestros días, ya que aún hoy suelen ir de la mano los lobbies de la industria farmacéutica y las tácticas corruptas de la cleptocracia enquistada en el poder. Entre canciones de T. Rex y frases como “no escuchen a esos chupapijas”, la obra es un estudio fascinante de una guerrilla antiestatal…

calificacion_5

Por Emiliano Fernández

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