No sé hasta qué punto resultan útiles las recomendaciones sobre un festival de las dimensiones del Bafici, sobre todo cuando éstas no son las primeras, ni serán las últimas, ni, sobre todo, pueden valorar la cantidad de películas inéditas y estrenos que se presentan. A veces pienso que, más que despejar el camino, la acumulación de recomendaciones provocan más confusión. Y puede ser que, tras el primer día de proyecciones, surjan otras películas que tener en cuenta, más valiosas que las mismas recomendaciones, esas películas que, probablemente, definirán y serán identificadas en el futuro con esta vigésima edición del Bafici. Pero entiendo que hay que comprar entradas con anticipación, así que ahí van unas cuantas pistas, once en total, una por cada día de festival y recorriendo distintas secciones (con dos advertencias: no he visto nada del cine argentino de las competencias, salvo la primera parte de La flor, suficiente para que me lo considere a priori como uno de los grandes acontecimientos de este Bafici; y prescindo de recomendar aquellas películas sobre las que escribo en el catálogo, lo que de por sí ya podría conformar otra lista de recomendaciones).
Enpecemos entonces por Village Rockstars, el segundo largometraje de la india Rima Das, que se puede ver en la Competencia Oficial Internacional, aunque también podría haber estado en Hacerse Grande. Una película sobre eso, sobre hacerse mayor, aunque en este caso sea sinónimo de sobrevivir, una película que rehúye el sentimentalismo y el miserabilismo y en la que la influencia de Terrence Malick es indudable, si bien es un Malick mucho más pobre, un Malick sin Lubezki, un Malick en potencia en el que el talento supera ampliamente a los medios que Das tiene a su alcance. En realidad Village Rockstars es una película sobre aprender a tocar una guitarra, sobre aprender a vivir y sobre el mismo aprendizaje del cine.
En la Competencia Vanguardia y Género podremos ver The Disappeared, de los israelís Gilad Baram y Gilad Kaplan. Eso de que podremos ver es un decir, en realidad en The Disappeared no se puede ver nada pues trata sobre una película desaparecida. El ejército israelí se propuso realizar una película de propaganda para mitigar el incremento de los suicidios entre los reclutas, una gran superproducción de ficción que, pocas semanas antes de su estreno, se retiró y de la que nunca más se supo. De ahí que, en su indagación a base de entrevistas y fragmentos de guión, Baram y Kaplan procedan a la única reconstrucción posible en base a las huellas que han logrado sobrevivir. Es paradójico que el ejército israelí optase por censurar allá por 1999 una bienintencionada producción propia mientras, ahora mismo, se filtran el vídeo de uno de sus francotiradores disparándole a un civil indefenso, por la espalda y por puro placer.
Si The Disappeared se encuadraría en la parte de Vanguardia de la Competencia de Vanguardia y Género, la iraní Pig es Género puro, una comedia absurda y desopilante firmada por Mani Haghighi, el mismo de A Dragon Arrives, solo que ahora en un registro muy diferente. Me gustaría conocer mucho más de las interioridades del cine iraní para disfrutar todavía más de las claves de esta película sobre un prestigioso director caído en desgracia y un asesino en serie para quien, precisamente, los directores de cine son sus víctimas predilectas. Este es solo el punto de partida de una película que incluye impagables versiones iraníes de Deep Purple y AC/DC.
En Trayectorias, espacio para los consagrados, dos películas aparentemente menores. O menores a secas, como si eso tuviese alguna importancia: las películas menores son a menudo más grandes que las aparentemente grandes porque son conscientes de sus limitaciones o, más bien, tienen más definidos sus objetivos. Imagino que Grass es la primera película de 2018 de Hong Sang-soo, otra vez con Kim Min-hee como protagonista o inductora de una serie de historias (conversaciones) que se suceden en pocas horas y que tienen como centro de operaciones un pequeño café de Seul. Le lion est mort ce soir es la vuelta al cine después de ocho años de alguien que se prodiga mucho menos que Hong, el japonés Nobuhiro Suwa, que rueda en Francia una película que congrega tanto a los fantasmas de toda una tradición del cine francés (Jean-Pierre Leaud) como a su futuro, encarnado en ese grupo de niños que juega a hacer cine, o que hacen cine jugando, que es la mejor manera de disfrutar y, al tiempo, trasmitir ese placer de los descubrimientos y las primeras veces a los espectadores.
Se podría encuadrar la película de Suwa en Películas sobre Películas, la sección en la que sí está The Green Fog, de Guy Maddin, Evan & Galen Johnson, obviamente una película sobre otra película, Vértigo, de Alfred Hitchcock, nada más y nada menos, pero también sobre una ciudad, San Francisco. Como replicando Los Angeles Plays Itself, de Thom Andersen, Maddin y los Johnson se sirven solo de imágenes de películas rodadas y ambientadas en San Francisco, solo que en lugar de darle la forma de un ensayo, configuran un remake frankensteiniano de la película de Hitchcock, cuya trama es perfectamente reconocible (llegando incluso a canibalizar la propia Vértigo, solo que descontextualizando sus imágenes).
Alberto García-Alix. La línea de sombra, de Nicolás Combarro y en Artistas en Acción, es el retrato del hombre que retrató toda una generación madrileña, la del tránsito de los setenta a los noventa y la Movida, la subcultura del barrio de Malasaña, de las drogas y los tatuajes. García-Alix es un superviviente, alguien que ha visto morir a buena parte de esa generación, pero también alguien tremendamente lúcido capaz de urdir un relato fascinante que Combarro sirve con tanto pudor como rigor, es decir, con inteligencia, poniendo sobre la mesa las imágenes inmarchitables del fotógrafo, pero también, o sobre todo, su voz, rota y seductora.
De las distintas retrospectivas, uno de los conjuntos más completos que haya ofrecido nunca el Bafici, me voy a quedar con tres nombres. En primer lugar con los más conocidos, Philippe Garrel, con una de sus películas más simples y directas, una suerte de screen-test de sus actrices, Les hautes solitudes, puro deleite para la mirada, y James Benning, con el que no me puedo resistir a recomendar dos de las tres películas que programa el Bafici (la tercera también es muy recomendable, pero eso implicaría saltarme todas las normas que me había autoimpuesto): su primer largometraje, recientemente restaurado, 11×14, algo así como un book de lo que será todo su cine, solo que con un sentido del humor que con los años se irá mitigando pero que en 1977 aún le permitía jugar y reírse de las expectativas de los espectadores, y su último mediometraje, L. Cohen, película en la que conviven tanto un eclipse como una canción de Leonard Cohen, claro, los dos acontecimientos sobre los que pivota una película tan parca en recursos (un único plano) como generosa en el horizonte que nos regala.
Finalmente, creo que si hay una retrospectiva que es merecedora de toda la atención, y no son tantas sesiones, aunque sí muy intensas, es la del mexicano Teo Hernández (1937-1992). En largometrajes como Lacrima Christi está condensado todo su mundo, pero puestos a recomendar solo un título me quedaría con su cortometraje Pas de ciel, en el que durante media hora filma al bailarín Bernardo Montet en una terraza al borde del Mediterráneo. Véanla y luego pregúntense si su concepción del montaje ha cambiado. Más aún, si su concepción del cine sigue siendo la misma.
© Jaime Pena, 2018 | @jj_pena
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