Dirección: Ayelen Rubio. Autor: Walter Carbonell. Asistencia y Coreografía: Mauro Ibarra. Vestuario: Javier Cardini, Ayelén Rubio. Diseño de iluminación: Damián Monzón. Música Original: Gabriel Estarque. Diseño y realización de escenografía: Juan Pablo Villasante. Producción ejecutiva: Rebeca Kohen. Actúan: Gustavo Pérez Lindo, Dalma Portero. Prensa: Gustavo Pérez Lindo.
Como si se tratara de un cuento de ciencia ficción, la obra teatral Monigotes de Walter Carbonell nos traslada a un tiempo apocalíptico donde la civilización parece haber quedado en ruinas, solo hay vestigios de algunos objetos materiales y dos personajes, perdidos, aislados, refugiados, a los cuales ya casi nada les queda, ni siquiera el lenguaje verbal.
Un hombre y una mujer parecen haber encontrado un espacio, cada cual dentro del suyo, no saben que están tan próximos uno del otro, él abajo, ella arriba, en esa especie de construcción donde solo quedaron los cimientos. La obra comienza a tener intensidad cuando el registro de la existencia de otro comienza a apoderarse de los personajes. Allí la puesta sabe reflejar muy bien el temor, la amenaza y desconfianza que representa lo ajeno y especular como objeto rival.
No queda otra que comunicarse, vincularse, hacer lazo con las palabras enmudecidas pero con un cuerpo y un pequeño grupo de pertenencias que sirve como modo de expresión para entablar relaciones de poder y competencia. La naturaleza humana está a la orden del día, las primeras pulsiones que salen a la luz son las agresivas, defensivas, dominantes y el egoísmo inherente ante ese intento de neutralizar al otro.
Para ello la directora Ayelén Rubio, se vale de una puesta en escena muy acorde; una escenografía que incluye una estructura de dos pisos, como metáfora de una arquitectura en ruinas pero un símbolo de cómo se dan algunas relaciones humanas. Un juegos de luces que sabe transmitir el climax preciso de lo que se vivencia en el escenario y las sólidas actuaciones de sus intérpretes, Dalma Portero y Gustavo Pérez Lindo, quienes con oficio logran encarnar el abanico de afectos que atraviesan sus personajes sin apelar a la palabra hablada, claro que no es necesario porque el lenguaje teatral desborda por toda la obra, a través de la escenografía, el vestuario, y los detalles actorales muy minuciosos por medio de gestos, exclamaciones, miradas, juegos y coreografías. Todo eso dice mucho más de lo que se podría llegar a verbalizar.
Un detalle más que interesante es que una de las pocas palabras que se enuncian en toda la puesta es “mamá”, a modo de grito desesperado como pedido de ayuda. Un intento tal vez, que simboliza la indefensión primitiva ante el peligro que implicaría el miedo a la impotencia de sentirse gozado o atropellado por un otro extraño.
Estamos ante un relato atrapante, que prescinde de clichés y lugares comunes, que con una amplia gama de recursos teatrales logra ofrecer una experiencia intensa, movilizadora donde el espectador debe ser activo y creador de sentidos ante una realidad hostil, oscura y opresora que metaforiza muy bien de modo apocalíptico como se dan los vínculos humanos en épocas actuales donde el consumo (del otro), es el paradigma de las relaciones interpersonales.
Teatro: El Galpón Multiespacio – Dean Funes 1267.
Funciones: Viernes 21:30 hs.
Entrada: 100 $, jubilados y estudiantes 80 $.
Por Emiliano Román