A Sala Llena

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À la mode

À la mode

Estoy sentada en mi sillón comiendo ñoquis y la FOX está pasando El diablo viste a la moda.

Debo decir que, desde que salió en 2006, es una de mis comedias favoritas. No solo porque adoro la moda, si no también porque está estructurada de manera virtuosa, realizada con ajustada precisión y actuada sin mácula. Ahora bien, cabe preguntarse qué cosas de la película ya no son tolerables o, por lo menos, cuáles debemos observar con espíritu crítico y deconstructivo.

Una de las cosas de las que me di cuenta es que el estilo de Andy antes del makeover no tiene nada de malo. De hecho lo adoro.  Su look preppy es glorioso. Si bien los talles, algunos sweaters y los odiosos zapatos ortopédicos son espantosos, su imagen general es maravillosa. Es decir, el mundo se enamoró de Jenny Cavilleri en Love Story y lo único que las diferencia es la habilidad para entrar en un talle 0.

Entonces: ¿es el cambio de look de Andy necesario? Los zapatos debían irse, sin lugar a dudas, y había que ayudarla a que no se comprara ropa dos talles más grande, pero de ahí a convertirla en una fashionista enferma… ¿Es eso lo que quería la cinta decir sobre las mujeres? ¿Es nuestra mejor versión la que viene en stilettos?

Algunos puntos ya son intolerables:

-Andy es llamada “gorda” una y otra vez en la película. Eso es terrible. No solo porque nadie tiene el derecho de decirle eso a una mujer, si no porque ella es delgada. Durante la secuencia en París, Nigel (Tucci), la felicita por haberse vuelto talla 4. Un comportamiento ofensivo y reñido no solo con la corrección política, si no también con la salud.

-La mujer como figura es denostada por su peso varias veces: “Te arrojaré a las modelos” dice Nigel refiriéndose a que van a devorar a Andy por el hambre que pasan. Hambre que viene adosado al trabajo. “¿Perdió Gwyneth su peso de maternidad?”, pregunta Miranda. “Anda, toma el riesgo, contrata a la chica gorda, me dije…” Aún hace algunos años, eso ya no debió causarnos gracia.

-El novio demandante y poco colaborador ya no se aguanta.

-La ambición de la mujer, encarnada en el rol de Miranda (Streep), es castigada duramente. No solo con una caracterización cruel y despojada de compasión, si no también con el sacrificio de la vida personal de manera humillante.

-La banalización del amor por la moda: Si bien Nigel la describe como “arte en el que las personas viven a diario”, la cuestión se queda en la superficie. No se ahonda en lo que significa, en lo que conlleva y en lo que es capaz de expresar. Nos quedamos, como dice Nate, el novio cumpleañero, con “zapatos, carteras, cinturones…”

Entiendo que una sátira lleva todo al extremo. Pero lo que resulta extraño y perturbador en la película, es que esos extremos no son satíricos. No lo son. Están jugados, representados, ilusionados, maquillados como sátira.

Amo la moda, no la consideró banal. De hecho, a veces vestirme es lo que hace que me levante de la cama. Tengo un ciento de pares de zapatos, sin exagerar, y una marca de carteras y bolsos. Pero la pregunta que me hago mientras me zampo los ñoquis frente a la película es si de verdad hemos cambiado. Con todo lo que hemos vivido las mujeres en estos años en el país y en el mundo: ¿hemos realmente cambiado?

La pregunta queda flotando. Camino a la cocina a buscar turrón y me digo: “¿de verdad vas a comer eso?” Siento que la respuesta al interrogante es del mismo material del que estoy hecha.

© Laura Dariomerlo, 2018 | @lauradariomerlo

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

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