Abrir Puertas y Ventanas (Argentina, Suiza, 2011)
Dirección y guión: Milagros Mumenthaler. Producción: Violeta Bava, David Epiney, Rosa Martínez Rivero, Eugenia Mumenthaler. Elenco: María Canale, Martina Juncadella, Ailín Salas, Julián Tello . Distribuidora: Primer Plano. Duración: 99 Minutos.
Algo que no cierra
Ingmar Bergman es el mejor exponente que existe a la hora de hablar de relaciones íntimas en espacios cerrados. Por eso, lo primero que pienso cuando veo a tres hermanas, prisioneras de una casona antigua repleta de fantasmas de familiares, es justamente en la obra maestra del realizador sueco: Gritos y Susurros (1971).
Bergman no solo era un verdadero genio de la creación de climas y de tensión, sino también un dramaturgo consumado, capaz de crear los diálogos más potentes a partir de situaciones cotidianas. Diálogos en los que los personajes -generalmente reprimidos- expresaban sus dudas existenciales. Otras obras como Persona o El Silencio también muestran situaciones similares.
En todas estas películas, además, Bergman contaba con la fotografía de Sven Nyqvist. Ambos diseñaban planos y encuadres que generaban metáforas y simbologías. Sin embargo, en ningún caso estos recursos provenían de un capricho, y por eso su inclusión no resultaba forzada. El resultado final impactaba y estimulaba la reflexión.
En Argentina muchos realizadores tratan de emular a Ingmar. Será porque nos identificamos con su filosofía o porque entendemos los climas fríos o simplemente porque nos seduce su estética (o todo esto junto). El problema es que se lo emula mal. El teatro de los años 80, moralista, con necesidad de dejar un mensaje, es muy bergmiano. La excelente repercusión de los textos creados en estos años llevó a que en los ‘90 la estética teatral de los ‘80 se trasladara al cine. De ahí sale ese espanto cinematográfico llamado Convivencia, que desperdicia el talento de Luis Brandoni y José Sacristán en una puesta aburrida y obvia.
Abrir Puertas y Ventanas me hizo acordar a todo eso. Sentí que salté 20 años al pasado del cine nacional. De hecho, hasta que no vi un reproductor de DVD y un calendario de 2006, pensé que la acción sucedía en los años 90.
Sofía, Marina y Violeta son tres hermanas que viven en una casa de Olivos (justo frente a la residencia presidencial, ¿tendrá algún significado?) que pertenecía a su abuela, recientemente fallecida. La única que vemos que sale, trabaja y estudia en la facultad es Sofía. Marina se ocupa de la casa y Violeta deambula. La comunicación entre las tres no es la mejor y hay un vecino codiciado que impulsa la líbido de las protagonistas.
El problema principal del film es su pretenciosidad y el hecho de que los diálogos son más ampulosos de lo que verdaderamente pretenden ser. Claro que acá lo que importa es lo que no se dice. El conflicto es que la ausencia y el duelo no parecen generar tanta tensión, no conmueven tanto como uno podría llegar a imaginarse. Esto es consecuencia de una puesta en escena demasiado fría y distanciada. Hay un destacado uso de la fotografía (especialmente la post producción de imagen) y utilización de lindos colores que vuelven al film visualmente atractivo. El problema es que los encuadres no tienen demasiado ingenio. El recurso de que cada escena empiece en una puerta y cada plano contenga una ventana de fondo se agota muy rápido. Ya entendimos, la película se llama Abrir Puertas y Ventanas. Hay puertas y ventanas por todas partes y se puede pensar en una relación metafórica, de hermandad entre puertas y ventanas, relacionada con las protagonistas; pero algo no cierra en este concepto que muestran los encuadres, que son obvios y poco profundos.
Hay críticos que la compararon visualmente con el cine de Lucrecia Martel. Más allá de que no soy demasiado fanático de dicha realizadora, no puedo dejar de admitir que los encuadres, la fotografía y el clima que genera Martel están mucho mejor realizados, justificados e intelectualizados que los de esta obra. De hecho, tal vez lo único que une a ambas directoras es el meticuloso diseño de sonido de sus películas: poder escuchar cada detalle pero en diferentes niveles, que cada sonido infiera, de alguna forma, en el clima, en la narración. Igualmente, el mejor trabajo nacional realizado hasta la fecha es La Rabia de Carri.
En Abrir Puertas y Ventanas, por otro lado, las escenas se suceden conforme el conflicto va in crescendo. Sin embargo, la acción es reiterativa, monótona. Entiendo que eso es parte de la intención del film de Mumenthaler, pero algo no funciona. No se logra la empatía, la emoción necesaria, y todo parece artificio. Ni siquiera los trabajos más esterilizados de Bergman me generaron esta sensación.
Mumenthaler no oculta una fuerte inspiración teatral en la puesta en escena. Las interpretaciones de Canale y Juncadella hacen énfasis en este tono. Ambas tienen momentos realmente intensos y profundos. El conflicto entre las dos genera un poco de tensión, pero los diálogos, que son demasiado literales, y el ritmo que le imponen a la acción, le quitan credibilidad a las escenas. Falta espontaneidad y eso también se traduce en la puesta.
Es como si la directora hubiese hecho una película con puntos en común con el cine de Bob Rafelson. Después de todo, este realizador también es un notable ejemplo del uso de personajes con conflictos dentro de espacios cerrados. Sin embargo, la transparencia en la narración de las películas de este director estadounidense permite que el ritmo y los climas generados sean más efectivos y dinámicos.
Fría, obvia, pretenciosa, Abrir Puertas y Ventanas encontrará seguramente un público más intelectual que aprecie aquello que a mí no me cerró.
Por último, una curiosidad. En un momento dado del film, las protagonistas piden que les traigan una película a la casa. Dicen: “cine argentino no”. Yo me preguntaba, ¿por qué los personajes rechazan el cine nacional? En el contenido del film se puede encontrar la respuesta.