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Alejandro Tevez | Space Jam

Alejandro Tevez | Space Jam

Cometí un sacrilegio. Quizás muchas de las personas que estén leyendo sentirán que estoy profanando una de las películas de su infancia. Creanme que estoy de su lado porque Space Jam es una de las más importantes de mi vida y fue la iniciación a dos de mis grandes amores como lo son el cine y la NBA. Dirigido por Joe Pytka y protagonizado por Michael Jordan, el film estrenado en 1996 no es más que eso: la unión de dos potencias, hasta el momento poco ensambladas, de la cultura popular (sobre todo estadounidense). Aun así, Space Jam está un escalón por debajo en esa extraña conjunción entre el live action y los dibujos animados que tuvo a ¿Quién engañó a Roger Rabbit? como máximo exponente. Los blockbusters de los años siguientes sepultaron a este tipo de producciones pero, al menos, Space Jam nos permitió festejar una anotación del mejor jugador de todos los tiempos luego de una asistencia del conejo más famoso de la historia.

En el film, los Looney Tunes están a punto de ser esclavizados y convertirse en unas atracciones de un parque de diversiones pero, al ver que los extraterrestres captores son de baja estatura, deciden desafiarlos a un partido de básquet a cambio de recuperar su libertad. Para el enfrentamiento, los alienígenas viajan hacia la tierra, asisten a un partido de la NBA y le roban los poderes a varias estrellas del momento. Mientras tanto, la contrarespuesta de Buggs Bunny y compañía es secuestrar a Michael Jordan para que sea la figura y el capitán del Tune Squad.

¿Por qué mala? Desde el minuto cero, no escatima en clichés del género deportivo y los congrega a todos juntos. Space Jam podrá ser divertida pero todo lo que no es Jordan en el parquet está llevado con la desidia propia de un product placement de la NBA. No es casualidad que el ignoto director haya sido el responsable de gran parte de los comerciales del basquetbolista. Como si fuese poco, la música no es de ayuda a la hora de buscar argumentos para defenderla y solo basta con observar a los artistas (Seal, R Kelly, 2 Unlimited o Coolio) que formaron parte del disco que acompañó a la película y cuyas canciones continúan siendo cortinas de todo material deportivo que vemos en televisión. Lo más triste es pensar que uno de los máximos legados de Space Jam en Argentina fue regalarle a Marcelo Tinelli el acompañamiento musical perfecto para patear pelotas a la tribuna.

A pesar de todo esto, Space Jam me fascina. Por nostalgia, claro, aunque un gran atractivo de la película que encontré en la revisión fue el deseo por la derrota del adversario. En su crítica de Toy Story 4 para este sitio, Javier Porta Fouz marcó un punto clave para analizar el mainstream infantil actual: hay miedo en incluir villanos. Por el contrario, la película de Jordan tiene a los “malos más malos”, quienes llegan a ser asquerosos, delincuentes (roban, secuestran y amenazan) y totalmente nocivos para los héroes, a quienes alentamos no sólo por su libertad sino también para que esos alienígenas mañosos sean los derrotados.

Acaso el principal sacrilegio fue revisitar algo tan formativo y querido. Pero no voy a mentirles: qué emoción cuando, en uno de los deus ex machina menos construidos de la historia del cine, Jordan advierte que está en un mundo de fantasía en la última jugada del partido y comienza a estirar su brazo hasta que su extremidad alcanza una longitud de 15 metros y así puede volcarla desde mitad de cancha. El recurso es una extensión de la película: tan malo que lo amamos.

 

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