A Sala Llena

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CRÍTICAS

Amar

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Amar

Dirección: Alejandro Catalán. Iluminación: Matías Sendón y Alejandro Catalán. Musicalización, Diseño Sonoro y Operación: Bruno Luciani. Asesoramiento Sonoro y Musical (efecto mar): Sergio Catalán. Vestuario: Ana Press. Realización Escenográfica: Mariano Sivack. Elenco: Edgardo Castro, Ximena Banús, Natalia Di Cienzo, Miguel Angel Bosco, Federico Liss, Paula Manzone. Prensa: Simkin y Franco.

Amar en (meta)lenguaje teatral

Podríamos decir de Amar que expone de manera sórdida las miserias de tres parejas, que a su vez ilustran diferentes estadíos de una relación, cuyo denominador común yace en la infelicidad de los protagonistas. También podríamos agregar que la construcción de cada rol es realizada por los actores con una profunda sutileza, dejando en claro que con pequeñas expresiones, emociones contenidas y desatadas sólo en pequeñas dosis, y acciones inteligentemente orientadas por una clara dirección, alcanza y sobra para crear un mundo por demás expresivo. Pero decir todo lo anterior de Amar no hace justicia a la obra, pues su propuesta excede lo meramente dramático.

La obra, dirigida por Alejandro Catalán quien junto a Matías Sendón es responsable por una brillante iluminación, trabaja en un espacio liminal entre la representación y la reflexión de ésta sobre si misma.

Utilizando sólo una rama de árbol, dos sillas, dos trípodes, linternas y unos trastos que simulan grandes palos de agua de plástico pero que contienen arroz, propone un espacio en espera y casi despojado. Espacio que se convierte en universo ficcional en cuanto es abordado por los seis actores, a través de sus cuerpos y de las luces manipuladas por ellos mismos, incluso cuando están en el espacio escénico. La estructura central de la obra se funda sobre el juego entre la escena y la extraescena que siempre están a la vista del público, por lo que la sala teatral, lejos de la habitual convención, se divide en tres espacios: La platea (donde se ubica el público), el espacio escénico en el que se ubica la ficción de la extraescena (actores en el papel de iluminadores que operan sobre los compañeros que actúan), y el espacio de representación de la escena misma (actores que actúan su rol, valga la redundancia).

El juego entre los últimos dos espacios mencionados es el que hace que la representación vuelva la mirada sobre sí misma, dando cuenta de su propio proceso de construcción, en una autorreferencialidad que invita a la reflexión sobre el hecho teatral, las posibilidades de creación de mundo a través de la improvisación y la centralidad del actor no sólo como aquel que establece la teatralidad a través de la encarnación del personaje sino como aquel que puede establecer sus propios límites en escena; una escena que puede componerse con diversos recursos, algunos en franca sintonía con el lenguaje cinematográfico. Alejandro Catalán logra a través del juego que los actores realizan con las linternas, minimizar o amplificar el espacio escénico, emulando la relación imagen /espectador establecida por la pantalla de cine, en donde nuestro punto de atención es direccionado por la cámara. Cabe mencionar que el mismo efecto se logra con la variación de volumen en el sonido, en tanto este disminuye si se quiere crear el efecto de que la escena transcurre lejos del lugar en que se escucha música, para luego aumentar cuando el efecto buscado es dar a entender que la escena se representa en el mismo sitio en que la fuente sonora se encuentra.

Los actores Edgardo Castro, Lorena Vega, Natalia López, Toni Ruiz, Federico Liss y Paula Manzone, todos de un impecable desempeño (saludamos a Edgardo Castro por mantener la misma sutileza que ponía en juego en la obra Interiores) trabajan una actuación en apariencia algo desprolija, pero de una gran verdad y organicidad en escena; y es de este modo que aportan a la reflexión sobre el trabajo del actor; pues este último, también y a tono con la propuesta general,  aparece expuesto en su carácter procesual.

Amar es una invitación a reflexionar sobre el trabajo del artista como proceso de investigación y búsqueda, como un recorrido cuyo valor radica en el trayecto a realizar y aunque pareciera no haber primado el interés en obtener un producto clausurado, el obtenido por Catalán, brilla por la fuerza que lo sostiene.

 

Por Larisa Rivarola (Esta reseña corresponde a la primera temporada de la obra con su elenco original)

Tres parejas, una rama de árbol, sillas; nada más por escenografía. Amar no necesita mucho despliegue para contar todo lo que esa pequeña (pero enorme a la vez) palabra es capaz de disparar. La falta de compromiso, el miedo, la desconfianza, la búsqueda de la felicidad en lugares ajenos; todo estos tópicos se tocan y abren el mundo interior de los personajes en una obra que, sin dudas, provoca, incomoda y perturba hasta el límite.

Seis personajes en una fiesta giran alrededor del mismo tema: el amor. Sus edades van desde los veintipico hasta los cuarenta, y cada uno de ellos junto a su pareja atraviesa etapas diferentes. Sin embargo, están unidos por sentimientos de frustración y crisis, además de una gran amistad que viene de hace tiempo. Amar refleja de manera poco convencional las relaciones de pareja actuales, con sus logros y fracasos. El no asumir compromisos, los miedos a perder la libertad individual, el no aceptar lo que interiormente se desea con todas las fuerzas y el miedo a afrontar una nueva relación van apareciendo en una escena en la que la apuesta del director es fuerte y clara.

La iluminación es un protagonista más; los mismos actores, con linternas, van creando ambientes y modificando la tensión de cada momento. Las luces se prenden y apagan, cambian de color, acompañan, escarban en el interior de unos personajes que sufren, se amargan, disfrutan, se tensionan, se seducen. Las linternas se mueven y marean; otras veces recorren los cuerpos junto con las miradas; el cine parece aquí mezclarse en la escena.

La música es un elemento clave para construir la atmósfera necesaria en cada escena; al aire libre, adentro del boliche, en el corazón de los protagonistas. Bruno Luciani es preciso y agrega valor a la puesta.  Por otro lado, cada uno de los actores, absolutamente interiorizados en sus papeles, se lucen en un juego escénico difícil y complejo. Despiertan curiosidad, conmueven, provocan risa. Logran un equilibrio entre la gracia y la ironía descarnada. Está claro desde el comienzo de la representación que el director, Alejandro Catalán, sabe que su apuesta es grande, pero está seguro de ella y logra un resultado intimista y perturbador.

Por María Eugenia D´Alessio (Esta reseña corresponde a la segunda temporada de la obra con su elenco original)

Lo que Ocultamos bajo las Ramas

Alejandro Catalán no es un director más. Tampoco es un profesor de teatro más. Recientemente, junto con amigos y colegas del rubro, se llegó a la conclusión de que Alejandro Catalán es uno de los pocos profesores que no solamente tienen una escuela, sino que hacen escuela. ¿Cuál es la diferencia? La búsqueda de un enfoque propio de actuación, no por una cuestión de diferenciarse o tener una identidad distinguida, sino por la búsqueda de actualizar los métodos.

No se puede agarrar el manual de Stanilavsky al pie de la letra. Los avances tecnológicos y la búsqueda de nuevas maneras de narrar, trajeron como consecuencia, que se desarrollaran otras formas de tomar la interpretación. El cine ha cambiado al teatro moderno. Lee Strasberg fue uno de los primeros en aprovechar los recursos visuales para profundizar el método Stanilavsky y Catalán es conciente, también, de esta fusión. Como el teatro se ha nutrido del cine y viceversa. El teatro estadounidense moderno (Miller, Williams) ha cambiado el drama en el cine. Esa correspondencia, Catalán la toma para explorar e investigar cada músculo, cada expresión del actor encima del escenario. Catalán no necesita de una pantalla, que agrande el rostro del actor, sino focalizar una luz, generar un clima que aproveche las expresiones.

En Amar, Catalán muestra su enfoque, lo expone al público a través de una observación realista y clásica, al mismo tiempo, de las relaciones sentimentales contemporáneas.

Tres parejas en una fiesta junto al mar. Rafa y Laura están cerca de los 40 años, pero no tienen hijos. Christian y Carolina llevan varios años viviendo en pareja, pero su relación está en la cuerda floja porque a él le va mal con el negocio y se quiere ir a Barcelona, pero a ella le va bien en su empresa. Sebastián y Ana salen hace 8 meses solamente. Él dejó su vida de mujeriego y quiere sentar cabeza, ella siente que es muy pronto.

Estos conflictos son clásicos. Catalán los desarrolla con una narración de estructura clásica: la llegada de Ana al grupo de amigos, desencadena que todas las parejas se replantearan como seguir sus relaciones. Los conflictos tienen una progresión natural que llevan a un desenlace clásico.

Ahora bien, lo que Catalán busca no es revolucionar el modo de narrar. El realizador usa la historia como mera excusa para explorar las emociones internas del actor/personaje y como dar pistas sobre lo que los mismos intentan ocultar pero terminan desnudando a través de una mirada, un ojo, un mordedura de labios. El gesto mínimo. En cine podemos observarlo fácilmente si el director eligiera hacer un primer plano o un plano detalle. Pero Catalán recurre a una escenografía minimalista (tres sillas, las ramas de un árbol) para encerrar a los personajes en un espacio claustrofóbico: debajo de un árbol. Aun, estando al aire libre, lo que se genera es una tensión constante, porque los espacios son reducidos, los actores se tocan, rozan, se abrazan, porque no tienen opción. No tienen escapatoria.

Pero este no es el único espacio. Catalán lleva a sus personajes, desarma a su grupo creando micro escenas dentro de un boliche o el interior de la casa, con la música a todo volumen e iluminación reducida que termina encerrando a los protagonistas en un espacio mínimo. Catalán usa linternas, simplemente, para transportar al público a otro espacio. Y los personajes están ahí.

Los mismos, se transforman a lo largo de la narración y cada músculo de su cuerpo cambia junto a su rostro. Es muy importante la forma que influye el alcohol, el cigarrillo en el metabolismo de los personajes, de los actores. Nada es fortuito en Amar, ni en la narración ni en la puesta en escena. Todo modifica la acción.

Aun cuando la base no presenta originalidad, los diálogos son inteligentes, incisivos, reales. Y todo el crédito en escena se lo merecen los actores. Tras una capa de dureza, los mismos logran transparentar sentimientos con sutileza. No se desnudan de una. Es una evolución. En este aspecto, los más sólidos, son aquellos que pertenecen al elenco original y vienen trabajando en forma más meticulosa con el enfoque Catalán: Edgardo Castro, Federico Liss y Paula Manzone. Ximena Banús, Miguel Ángel Bosco y Rita González (en reemplazo de Natalia Di Cienzo) se acomodaron muy bien al resto del elenco, pero sus personajes se destacan más a medida que avanza el drama.

Bastante atrapante y con ritmo regular, Amar es una obra oscura, pero optimista. Así como la puesta en escena, donde la oscuridad domina el escenario, pero pequeños focos (linternas) iluminan a los intérpretes.

Para conocer la búsqueda de Catalán o simplemente para reflexionar sobre las relaciones de pareja (imagino que muchos se van a sentir identificados), Amar es una gran obra, que por suerte se repone continuamente en la cartelera porteña por tercer año consecutivo.

Dejo este cometario del propio Catalán acerca de su método:

“En esta obra continúo profundizando la problemática en torno a la que constituí mis proyectos anteriores: El imaginario actoral. Esta profundización implica dos aspectos; uno es el desalojo de referencias totalizadoras, centralizantes o pre-estructurantes que identifico en la práctica escénica habitual y descubro escondida en mis trabajos anteriores. El otro aspecto fue, consecuentemente, el compromiso con una mayor apertura e indeterminación en el proceso de búsqueda a realizar con los actores, abordando a la actuación como un juego mágico y radical. Mágico porque a ojos vista está el truco y lo que hace aparecer. Radical porque lo que hace aparecer busca estar tan allí como los que lo presencian. Amar es un malabarismo actoral y es una obra. Es el truco de unos magos que revelan que actuar no oculta nada.” Alejandro Catalán

Teatro: El Camarín de las Musas – Mario Bravo 960

Funciones: Jueves y Viernes a las 22hs.

Entrada: $ 50,00 y $ 35,00.

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[email protected] (Esta reseña corresponde a la tercera temporada de la obra con su último elenco)

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