PADRE E HIJO
Mucho se ha hablado de la supuesta osadía de la película escrita, dirigida y protagonizada por James Morosini, quien recrea la historia real de su relación con un padre ausente (que aquí se llama Chuck y está interpretado por Patton Oswalt; su padre en la vida real se llama Claudio y ¡es argentino!) que, luego de que su hijo lo bloquea en redes sociales, abre una cuenta nueva y se hace pasar por una chica para seducirlo y así acercarse a él. El punto de partida parece osado (y totalmente disparatado, sí), pero los recursos que Morosini emplea para llevar esta empresa a cabo no lo son tanto: para hacer más “cinematográfico” un relato que consiste prácticamente en dos personas chateando, Morosini convierte esos chats entre su Franklin y Becca en conversaciones cara a cara: la hace aparecer a ella al lado de él, a veces de manera inventiva y otras de forma un tanto torpe, para entablar esas conversaciones que lo van enamorando. Al igual que sucede con el personaje de Jack Black en Amor ciego, acaso la película más floja de los hermanos Farrelly, el punto de vista que se adopta es el de Franklin, y entonces a quien vemos interactuar con él es a la chica de las fotos (que en realidad es la camarera de un bar al que suele acudir Chuck y cuyo perfil él clonó) en lugar del verdadero Chuck. O sea: en una película que se vende como osada, y que tiende a ser recibida como eso mismo, su director/protagonista toma la decisión menos osada, la más “fácil”, “cómoda”, “digerible”, y los únicos momentos en que realmente se vira al homoerotismo incestuoso que es el centro de la trama son un beso que es pura caricatura y un par de pantallazos en una secuencia de montaje sobre el final de la película. Si bien es verdad que tiene algunos momentos de una incomodidad genuina (que terminan siendo de lo más destacable de la película) y que cuenta con más de un hallazgo, como aquella secuencia brillante en el Laser Tag musicalizada con una partitura que parece sacada de un policial clásico pero que en realidad pertenece a la banda de sonido de Bob Esponja, Amo a mi papá termina siendo bastante menos de lo que cree ser.
Es prácticamente imposible no pensar en World’s Greatest Dad, la extraordinaria película de 2009 dirigida por el subvalorado Bobcat Goldthwait y protagonizada por Robin Williams y Daryl Sabara, mientras vemos Amo a mi papá. Si bien sus tramas son bastante diferentes entre sí, ambas son historias de padres que llevan mentiras demasiado lejos por el supuesto bien de sus hijos. Ambas también juegan a generar una incomodidad constante en el espectador. Pero vistas una al lado de la otra, las comparaciones terminan siendo odiosas, porque es claro que Goldthwait sabe resolver las cosas con ideas siempre brillantes e inteligentes, muy lejos de la chatura visual de Morosini, y sin un ápice de su obviedad: si en la película de Morosini tenemos un personaje que prácticamente sirve para recordarle a Chuck, una y otra vez, que lo que está haciendo está mal, Goldthwait confía en el espectador lo suficiente como para dejarnos las valoraciones a nosotros. Morosini, en cambio, subestima tanto su público que incluye tres instancias diferentes en las que mete flashbacks de cosas que habíamos visto cinco minutos atrás para sobreexplicar lo que estamos viendo.
(Estados Unidos, 2022)
Guion, dirección: James Morosini. Elenco: Patton Oswalt, James Morosini, Claudia Sulewski. Producción: Daniel Brandt, Dane Eckerle, Sean King O´Grady, Patton Oswalt, Sam Slater, Bill Sterz. Duración: 96 minutos.