¿Existen todavía las películas de juicio? Tal vez se filme alguna de tanto en tanto, pero el género pareciera que se extingue sin que notemos su desaparición. La directora Justine Triet elige un género que no quiere ni comprende: Anatomía de una caída es una película de juicio pero también un thriller pero además un drama familiar pero también la historia de la destrucción de una pareja. Todo vale más o menos lo mismo, no hay un género que domine a los otros y que imponga una visión del mundo: el courtroom film queda revuelto en una mezcla que diluye los aromas y sabores que le son propios. Las pasiones (de la investigación, de la culpa) están contenidas; el juicio se filma de manera técnica y sin placer; la verdad no existe, en su lugar queda una pobre moraleja sobre la imposibilidad del conocimiento. Triet entiende la película de juicio apenas como una plataforma hacia otra cosa. No es el gusto por la vitalidad de la pesquisa, la transformación de los temperamentos durante el proceso o la incertidumbre del resultado (¿le creerá el juzgado?), sino algo bastante más módico, más precario, pero que tal vez con cotice mejor.
Anatomía de una caída cuenta la historia de una familia que se hunde. Todos están mal con todos: él carga con la culpa del accidente que deja ciego al hijo y con sus frustraciones como escritor, ella no lo tolera a él y sus mohínes, él resiente la frialdad de ella y le recrimina infidelidades con mujeres, ella se defiende recordando que fue él que llevó a la familia a vivir al medio de la nieve en las afueras de Grenoble, aunque no hablen francés (ni alemán, el idioma de ella) sino inglés, algo que él le reprocha. De fondo, el bajo continuo del hijo cegado con su perro lazarillo que se pasea melancólico por el bosque o que asume una tristeza sobreactuada para llamar la atención de la madre. La película está condensada en la primera escena, cuando ella conversa con una estudiante de literatura sobre sus libros. Las dos toman vino, ella está doble ancho y coquetea con la estudiante. Del piso de arriba llega el ruido atronador de una música espantosa: es él, el hombre que sobra en la escena de kas mujeres, subiendo el volumen para importunarlas y cortar la entrevista. Ella explica suavemente la situación y le promete a la estudiante continuar la conversación en la ciudad. Una escena después, él, a quien nunca se vio, aparece muerto afuera de su casa: el hombre que estaba de más ya no existe, se volvió la excusa narrativa que echa a andar el relato.
Lo que sigue es la narración gélida del drama de la viuda y su hijo y del proceso judicial que está por empezar. Triet necesita de ese clima desafectado, en eso se va una buena parte de lo que Anatomía tiene para ofrecer: la distancia narrativa, el tono discreto de las actuaciones, la contención de las emociones y, sobre todo, la ausencia de pistas concretas que indiquen cómo murió él (¿se suicidó? ¿Se cayó? ¿Lo atacó ella?), ofrecen un espectáculo lunar del que se espera que se desprendan cosas lindantes con la distinción, la elegancia o el misterio. La película de juicio que conocemos, la que vale la pena, es estadounidense, y Anatomía es una película europea. Pero no se trata del origen, mayormente francés, sino de la imagen que busca generar Triet con los cambios de idiomas, las mudanzas que marcaron la vida de la protagonista (de Alemania a Londres a Grenoble), como si la película se propusiera emitir una especie de vaho de europeidad que le garantice el paso por los principales circuitos del mundo (ganó la Palma de Oro en Cannes). No hay señas nacionales sino marcas de un internacionalismo for export: la protagonista es alemana (el resto son casi todos franceses), las afueras de Grenoble son un lugar casi de frontera sin signos identitarios, la casa y el entorno tienen un aire más nórdico que francés.
El mismo clima de diseño se nota en el relato. La búsqueda de la verdad, el tema eterno de los courtoom films, exige cierto derroche de energía: en los giros narrativos, en las actuaciones, en las maneras de mover el cuerpo durante el juicio, en las formas en las que se argumenta ante el jurado o los jueces. Triet desecha todo eso y apuesta todo a apenas un par de ideas magras, en especial a una: la pareja es un barro del que nunca podrá conocerse todo, lo mismo que con los hechos. Ante la imposibilidad de llegar al fondo de los acontecimientos, se cansa de explicar Anatomía en muchos diálogos, solo queda la toma de posición, el inclinarse por una opción en vez de por la otra. Así se lo explica una trabajadora del juzgado a Daniel, el hijo, antes de testificar. El momento no deja de tener algo de gracia: la empleada está ahí para impedir que la madre o cualquier otra persona trate de dirigir lo que Daniel dirá en el estrado. Y es justamente ella la que le explica cómo son las cosas: no hay verdad, solo sospechas, inclinaciones. Es que la explicación no está dirigida tanto al hijo como al espectador, al que se trata de terminar de hacer comprender (por si las dos horas previas no hubieran sido suficiente) el verdadero tema de la película. Todo se reduce apenas a esto, entonces.
La escenificación de la ambigüedad paga mejor que el descubrimiento de la verdad, es un gesto destinado a convencer al público de su propia inteligencia y dejarlo pensando, cavilando no solo sobre si la muerte de él fue un accidente o un crímen, sino también sobre la idea misma de la verdad imperfecta y el saber fatalmente incompleto. Triet adereza estas cosas con otros ingredientes bien vistos, aunque ejecutados con una torpeza incomprensible: una escena que revela las dinámicas secretas de la pareja, pero sobre todo el carácter despótico de ella (y que invita al espectador a replantear su identificación con la protagonista: otro jueguito de inteligencia); un momento de crueldad animal, un truco despreciable pero que rindió bien a directores de ese talante (como Haneke o Inárritu); una “polémica” literaria sobre las tensiones entre realidad y ficción que no es más que otra tontería destinada a sellar la estampa de intelectualismo.
(Francia, 2023)
Dirección: Justine Triet. Guion: Arthur Harari, Justine Triet. Elenco: Sandra Hüller, Swann Arlaud, Milo Machado Graner. Producción: Marie-Ange Luciani, David Thion. Duración: 150 minutos.
4 comentarios en “Anatomía de una caída (Anatomy of a Fall)”
Una pena que no abandonaste también la carrera de crítico de cine….pero siempre estás a tiempo de librarnos a los lectores de disgustos como el que acabo de leer. No entiendes nada ni del cine ni de la vida .
Que burrazo imponente el crítico.
Bochornoso análisis de una gran película.
Por favor, Diego, tienes que dedicar tu vida a otra cosa. De las renuncias que aún no has llevado a cabo, la de retirarte de ‘Crítico’ de cine es algo que debes hacer cuanto antes, por tu propio bien y el de cualquier lector.
Qué soberbia para hablar de semejante obra; pluma pedante y simplona de alguien sin ojos y sin alma para el cine. Definitivamente no eres más que un renunciante.
Por cierto, si alguien ve este comentario y no ha visto aún la película: vale cada fotograma. Saludos.
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