UNA QUE SEPAMOS TODOS
Leos Carax es un director difícil. No por complejo sino por jodido. En general, Carax no cree que el cine sea una ocasión para el disfrute sino para otro tipo de sensaciones como el disgusto, el malestar, la confusión o la vergüenza. En el cine de Carax no se disfruta, no se la pasa bien, a lo sumo se toleran los golpes y los giros y las trampas del director y, una vez superada la prueba, se reflexiona sobre lo visto tratando de extraer alguna especie de placer a posteriori (si tal cosa es en verdad posible). Lo que es lo mismo que decir que las de Carax son películas intelectuales, creadas mediante un sistema de ideas que esperan, del lado del espectador, el mismo esfuerzo mental e interpretativo. Annette no es la excepción.
Como la premisa de Carax es evitar por todos los medios el disfrute sensorial, sus películas proceden destruyendo las convenciones de los géneros que invocan: la comedia romántica en Boy Meets Girl, la película de mafia en Mala sangre, etc. Por eso mismo, Annette puede ser vista como una suerte de meta que el director se da a sí mismo: lo que hay que desarmar y romper esta vez es un género como el musical, identificado históricamente como un lugar para el artificio, el exceso y la felicidad. Claro, pasó mucho tiempo desde que Hollywood perfeccionó el musical. Hubo transformaciones, reinvenciones y todo eso, incluidas las recientes apropiaciones realistas, como Jeannette, de Bruno Dumont, que comparte con Annette casi todas las letras del título y el hecho de que su director también está empeñado en que el cine no sea oportunidad de disfrute, aunque sí de goce, a veces retorcido y malsano.
Esta vez Carax trabaja con los hermanos Mael, del grupo Sparks, que escriben la historia y componen. El resultado es un musical contemporáneo, afectado de los tics rupturistas del cine que continúa en el presente el proyecto de la modernidad. Se mantiene el artificio, entonces (piedra de toque de cualquier musical que se precie), pero todo está visto desde un prisma deformante: por ejemplo, los monólogos del show de standup Henry McHenry (Adam Driver) son largos y tediosos, no buscan provocar en el espectador la gracia que los chistes generan en su público en la ficción. La relación con Ann (Cotillard) es perfecta primero y tortuosa después, pero el cambio narrativo no significa que el tratamiento sea diferente: Carax filma la pareja con el mismo tono enrarecido de principio a fin. La elegancia tanto física como vocal del musical está evocada, pero el director se dedica a interrumpirla cada vez que puede: bailes truncos, cantos de tonalidad extraña. El vínculo que la película trama con el público, entonces, se parece bastante al doble vínculo del que hablara Bateson: como una madre balinesa con su bebé, Carax nos acerca a la película prometiéndonos la seguridad y la calidez del musical, y una vez que entramos, que empezamos a sentirnos levemente cómodos, nos expulsa, nos aleja, nos devuelve a la intemperie del gesto contemporáneo, del quiebre que no conduce nada más que a su propia inanidad.
Como estamos en el territorio del musical autorreferencial, es decir, que trata a su vez de un show (como Nace una estrella o Cantando bajo la lluvia), la trama desemboca en algún momento en el conflicto entre estrellas y en las miserias del mundo del espectáculo. Pero el dispositivo que Carax diseña para contar esto quiebra las expectativas incluyendo una muerte fatal y una premisa fantástica. Porque, como debe imaginarse el lector, de lo que se trata es de producir la ruptura, la falla, el desgarro, y en indicar convenientemente el gesto.
En consecuencia, como el asunto se reduce a contar un musical destruyendo el género, la película termina dirgiéndose a dos espectadores bien distintos: a uno que acepta de buen grado la huída del horizonte vital del género y consiente el desagrado (guiado quizás por la rareza de la transformación, o buscando tal vez la adrenalina de la tragedia forzada por el relato); y a otro que abjura del musical, o bien lo desconoce, y que disfruta entonces con el derribo de un monumento despojado (para él) de sentido, una rémora del pasado. En suma, masoquistas o demoledores, Carax les habla a ellos.
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(Francia, Bélgica, Alemania, Estados Unidos, Japón, México, Suiza, 2021)
Dirección: Leos Carax. Guion: Ron y Russell Mael. Elenco: Adam Driver, Marion Cotillard, Simon Helberg.