Martes 21 de abril.
Es una de las más galardonadas intérpretes francesas. Fue dirigida por maestros del cine. Es admirada en cada rincón del globo. Y se dio tiempo para venir al BAFICI 2015. Y no, la presencia de Isabelle Huppert no pasó desapercibida.
A las 17, en el Teatro Colón, dio charla junto al artista argentino Guillermo Kuitka. Como era de esperarse, la aparición de la actriz dio lugar a fuertes aplausos por parte de periodistas y cinéfilos que desbordaban el salón.
El director Andrés Di Tella moderó el evento, y comenzó con una completa presentación de ambos. Las primeras palabras de Huppert estuvieron relacionadas con sus orígenes en el teatro y cómo en las tablas se dio cuenta de la resonancia de una obra artística y de cómo, a través de eso, podía existir por sí misma. “La gente piensa que los actores sufrimos con los personajes, pero son ellos quienes sufren”, dijo.
Luego, la charla derivó sobre cine, pintura y teatro, y cómo esas tres artes pueden llegar a juntarse, como la abstracción aplicada a la actuación. La intérprete de La Profesora de Piano destacó que, a diferencia del pintor, que trabaja solo, en el cine y el teatro y hay otros factores que juegan en el trabajo del actor. Y agregó una frase del polaco Jerzy Grotowski, fundador del denominado Teatro Pobre (por su carencia de maquillaje y otros elementos): “Actuar no era un dialogo consigo mismo o su partenaire, sino con algo más allá de uno”. El resto de la charla siguió en ese estilo, tal vez demasiado intelectual, pero siempre fascinante.
Un detalle interesante es que, para que los espectadores pudieran entender a la actriz, cada uno dispuso de auriculares especiales que permitían oír en simultáneo la traducción a nuestro idioma.
El BAFICI 2015 se va acercando a su recta final, y los cinéfilos no piensan dejar de aprovecharlo hasta las últimas consecuencias.
La Obra del Siglo, de Carlos M. Quintela (Cuba / Argentina / Alemania / Suiza, 2015 – Comp. Int.), por Matías Orta
No es noticia que Cuba y la Unión Soviética mantenían una fuerte relación política en los tiempos de la Guerra Fría. De hecho, durante los ‘80, en la provincia cubana de Cienfuegos, trataron de construir un reactor nuclear; el primero de doce, en teoría. Un proyecto ambicioso, que contó con recursos de origen soviético, y que también implicó la construcción de una ciudad dependiente de esa planta. Pero una serie de sucesos –la tragedia de la central de Chernobyl y la caída del Muro de Berlín, con la consecuente extinción de la URSS- impidieron la concreción de la prometida obra. Ahora sólo queda un pueblo abandonado, gris, en el que tres generaciones representadas por un abuelo, un padre y un hijo, cada uno con sus propios tormentos, deben arreglárselas para llevar una vida lo más normal posible en ese olvidado agujero del mundo.
La película bien podría haberse quedado en un enfoque decididamente depresivo y serio, pero el director Carlos M. Quintela supo agregar una buena cuota de humor –humor amargo, pero humor al fin- y metáforas evidentes pero efectivas, como la del pez mascota del trío protagónico. La trama principal, filmada en blanco y negro, es complementada con imágenes de archivo de la televisión cubana, donde, de manera entusiasta, se narran los pasos de la construcción. La mezcla de recursos genera un interesante resultado entre la ficción y el documental.
Tan irónica como el título, La Obra del Siglo es la historia de sueños rotos: el de una empresa, los de una familia, el de un país.
Victoria, de Sebastian Schipper (Alemania, 2015 – Vanguardia y Género), por Guido Pellegrini
A esta altura del partido, hacer una película en una sola toma es casi un cliché, aunque la audacia de la propuesta no deja de sorprender, más cuando, como en este caso, no se trata de distintas tomas encadenadas digitalmente (como fue el caso de Birdman) sino de un verdadero recorrido continuo de más de dos horas. La hazaña no es novedosa –ya la lograron, con aun mayor audacia, Timecode, de Mike Figgis y El Arca Rusa, de Alexander Sokurov– pero todavía conserva la emoción del funambulismo: ¿podrán llegar los intérpretes hasta el final del metraje, o se caerán en el vacío de un error? La toma interminable se convierte en un repositorio de incertidumbre y angustia, a medida que los minutos apuntalan nuestro nerviosismo.
El director Sebastian Schipper aprovecha este efecto para contar una historia de cinco jóvenes europeos, quienes se sumergen en los bajos fondos del crimen. La protagonista, Victoria, es una joven e ingenua española que atiende una cafetería berlinesa. Durante una noche de fiesta, conoce a cuatro alemanes, con los cuales, bajo la luna, comparte tragos y anécdotas en la terraza de un edificio. Pero el pasado criminal de uno de ellos, cuando despunta el sol, termina por enredarlos a todos.
No es un film destacable por su trama o sus personajes, todos funcionales al genérico esquema narrativo. Ni la española ni los alemanes dejan de ser envases más o menos vacíos, capaces de ser resumidos en pocos adjetivos –el simpático interés romántico, el iracundo ex convicto– y que existen antes que nada para girar los engranajes de la historia, que tampoco le agrega mucho a la tradición de películas sobre atracos. Pero es indudable la habilidad con la que Schipper y su camarógrafo Sturla Brandth Grovlen ponen su única toma al servicio de las exigencias del género: la llegada de la hora señalada, la euforia del instante de felicidad, el peligro de una fuerza policial omnipresente, la agonía de un viaje hacia un destino incierto. Lugares comunes de este tipo de películas, dinamizados por el simple hecho de que no podemos escaparnos de la toma por la puerta de atrás del corte…
Una Jeunesse Allemande, de Jean-Gabriel Périot (Francia, 2014 – Comp. Int.), por M.O.
El objetivo principal era convertirse en un ejército revolucionario “a la latinoamericana”, pero devino en la organización terrorista más violenta de la Alemania posterior a la Segunda Guerra. La Fracción del Ejército Rojo (RAF) ya tuvo su película de ficción: Der Baader Meinhof Komplex (por Andreass Baader y Ulrike Meinhof, los cabecillas del movimiento), pero el documental francés Una Jeunesse Allemande permite una aproximación aún más cercana a los hechos.
Valiéndose de imágenes de archivo, Jean-Gabriel Périot muestra el nacimiento de la RAF -durante las intensas protestas estudiantiles de los ’60- hasta la toma de prisioneros en Stammheim, creada para contener a los miembros de este grupo marxista. Filmaciones de Baader y Meinhof que permiten adentrarse en la ideología de dos líderes de accionar discutible y nefasto, y también registros de los testimonios de los mandatarios que condenaban sus actos. Además del rescate de tan importantes documentos de época, Périot también acierta en darle al film un pulso digno de un thriller político de ficción, que la vuelve en algo más que una sucesión de metraje con declaraciones y momentos fuertes.
Una Jeunesse Allemande invita a saber más sobre las RAF y sobre otro período turbulento de la historia alemana y mundial.
El Paseo, de Flavia de la Fuente (Argentina, 2014 – Panorama), por José Tripodero
En la sección Panorama se suelen esconder grandes películas que pasaron por otros festivales, en especial por los de Clase A y que dudosamente tendrían un estreno comercial, hasta incluso algún paso por una cartelera alternativa. El gran problema de El Paseo -que integra tal sección- no es que no cumpla con esto de ser una gran película, sino que es muy difícil clasificarla como película, sería más apropiado utilizar otra etiqueta: ¿ejercicio audiovisual?, ¿relevamiento arquitectónico?, ¿ejercicio y relevamiento etnográfico? La cuestión es que lo que vemos durante 67 minutos es una sucesión de planos del mismo tamaño y de frente de diferentes fachadas, terrenos y espacios exteriores de San Clemente del Tuyu, lugar de residencia de la directora y del productor Eduardo Antín (más conocido como Quintín, ex director del BAFICI y de la revista El Amante).
Sin música, sin matices y con un cordel arbitrario, el trabajo de De la Fuente limita el espacio, tanto el campo como el fuera de campo, porque la banda sonora solo se nutre de posibles (el sonido emitido por un televisor, un diálogo trivial de un barrendero, un viento, etc.) que sí articulan un juego de contrastes con la tristeza de los frentes estratégicamente seleccionados. No se puede decir que El Paseo es fallido porque casi no hay producción propia en plantar una cámara en un trípode y luego montar el registro, el sentido del montaje aquí aparece críptico pero no por ocultarlo, más bien por animosamente endilgarle esa responsabilidad a un público, probablemente siendo de un Festival de Cine Independiente – es decir, acostumbrado a la vanguardia y al experimento- puede mostrarse más condescendiente ante tal desafío.
The Look of Silence, de Joshua Oppenheimer (Polonia / Dinamarca / Finlandia / Noruega / Reino Unido, 2015 – Panorama), por G.P.
Como lo hizo en su multipremiada The Act of Killing, el director estadounidense Joshua Oppenheimer reflexiona sobre el genocidio indonesio de 1965, una brutal purga de comunistas, opositores, líderes sindicales, agricultores y descendientes de chinos, entre otros objetivos señalados por el ejército, que llevó a cabo la matanza de un millón de personas con la ayuda de grupos paramilitares. Pero mientras el film anterior se enfocó en los culpables, esta “secuela” se centra en la figura del hermano de una de las víctimas, un optometrista que se convierte en el colaborador de Oppenheimer, en el verdadero conductor del documental, y quien con la excusa de prescribirles lentes, visita a los asesinos, incluso a los responsables directos de la muerte de su hermano.
Las entrevistas, por obvias razones, son insoportablemente tensas, más cuando el optometrista está dispuesto a revelar el pasado de su familia (aunque no su identidad, para evitar represalias) y dialogar abiertamente con los genocidas, quienes admiten sin pelos en la lengua cómo descuartizaron y bebieron la sangre de sus víctimas. Que puedan hacerlo ante la cámara, sin temor a sufrir consecuencias legales, sugiere el nivel de impunidad que disfrutan. Lo que sí prefieren callar es cualquier discusión política o planteo ético, para despojar sus actos de su sentido profundo, convertirlos en meros hechos perdidos en el pozo del tiempo.
El silencio al que se refiere el título es doble: engloba tanto a lo que no se dice como a lo que no se quiere escuchar o ver, aunque se lo diga o muestre. Los familiares de los genocidas, sus hijos y esposas, horrorizados al descubrir la verdad, eligen concluir la entrevista, amigarse con el optometrista o tomar distancia de lo sucedido, cualquier cosa menos enfrentarse a los hechos. Ignoran que el futuro del que tanto prefieren hablar está signado por los crímenes del pasado, y que la confrontación con la Historia, como muestra The Look of Silence, es una asignatura pendiente.