Pese a su carácter alegre y simpático, los payasos siempre dieron un poco de miedo. La ropa, el maquillaje, el pelo, la risa demasiado estridente, todo produce una sensación de inquietud, de terror. Como si detrás de esa caracterización tan chillona se encontrara alguna clase de bestia hambrienta. Tan serio es esto, que hasta existe un nombre para la fobia a los clowns: coulrofobia.
La cultura popular supo darnos varios payasos malvados. Todos gritamos cuando el niño de Poltergeist es atacado por su muñeco de payasito. Una generación entera se aterró con Pennywise (Tim Curry), el ente demoníaco que acechaba a un grupo de niños en la miniserie It, basada en una novela de Stephen King. Y no nos olvidemos que el Guasón (en todas sus versiones), el más famoso archivillano de Batman, también luce como un pagliaccio.
Para contribuir a este subgénero, Alex de la Iglesia nos presenta una de sus mejores obras: Balada Triste de Trompeta.
La acción empieza en 1937, en plena Guerra Civil Española, cuando el Payaso Tonto (Santiago Segura, quien no trabajaba con De la Iglesia desde Muertos de Risa) y otros artistas de circo son reclutados por el Ejercito Popular Republicano. Y así, con indumentaria circense y un tremendo machete, combate contra los soldados de Franco. Claro que los hombres del General logran apresarlo con fines oscuros. En 1973, Javier (Carlos Areces), el hijo de aquel Payaso Triste, empieza a trabajar en un circo. Allí queda alucinado por Natalia (Carolina Bang), trapecista, bailarina y estrella del show. Lamentablemente para Javier, la chica es la pareja de Sergio (Antonio de la Torre), el arrogante y sádico payaso principal del espectáculo. De todos modos, Javier y Natalia comienzan a salir en secreto. Pero Sergio se entera. Sergio, quien minutos atrás dice “Si no fuera payaso sería un asesino”. Claro que, en esa misma escena, Javier dice “Yo también”. Como no podía ser de otra manera, lo que sigue es un frenesí de obsesión, violencia y muerte que parece no terminar jamás.
Salvo en Los Crímenes de Oxford, cada vez que Alex de la Iglesia se metió con géneros como el terror, la ciencia-ficción y el suspenso, lo hizo en clave de humor negro. En Balada… hay algunos momentos que sacan una sonrisa, generalmente por parte de los estupendos actores secundarios. Pero ahora el tono es de horror puro y duro, que llega a niveles extremos y delirantes. La brutalidad dentro del ámbito en el que se mueven los protagonistas funciona como una metáfora de la que se vivió en España durante los tiempos del Franquismo. Como si el clima violento, de desesperación, de locura, impregnara a todos.
La película remite a la mencionada Muertos de Risa. Otra vez tenemos dos personajes que compiten entre sí, con las peores consecuencias. También hay otra excelente reconstrucción histórica, de los ’30 y de los ‘70. Para lograr mayor realismo, el director mezcla imágenes de archivo y sucesos de la vida real con la historia de ficción. Además, hay constantes referencias a personajes de la cultura popular de aquel entonces. El más destacado tiene que ver con el nombre del film: el cantante Raphael. En una escena, Javier entra en un cine donde proyectan Sin Un Adiós, en la que El Niño, maquillado como payaso, en un circo, canta “Balada de la trompeta”, tema musical que en la Argentina fue popularizado por Estella Raval y los Cinco Latinos. Un tema que habla de sufrimiento y del pasado que se niega a desaparecer.
De la Iglesia es muy cinéfilo, y cada vez que homenajea o parodia a otros films, lo hace lo más disimuladamente posible. Una vez más, hay recursos y secuencias hitchocokianos, y también reminiscencias a Fenómenos, esa genialidad de Tod Browning, en la que también había una historia de amor con final nefasto.
Es cierto que ninguno de los protagonistas entra en la categoría de buena persona, pero a quien el espectador podrá entender más es a Javier. Carlos Areces genera compasión, lástima y miedo en el rol de Javier, un hombre atormentado por los traumas infantiles relacionados con su padre, y al que las circunstancias lo llevan a canalizar su miedo, su dolor y su rabia por la vía más sangrienta. Antonio de la Torre no se queda atrás como Sergio, uno de los seres más desagradables y enfermos del cine moderno. La sensual y sexual Carolina Bang (esposa de Alex y su reciente actriz fetiche) encarna a Natalia, una femme fatale masoquista que pretende jugar con los dos hombres que la desean, y que podrá terminar muy mal. Y el enorme Santiago Segura, en los pocos minutos que aparece, compone a un payaso nada gracioso, pero inolvidable.
Balada Triste de Trompeta es la película más trágica, más política, más psicológicamente retorcida y más perturbadora de Alex de la Iglesia, además de una de las mejores de su ya muy rica filmografía. Y, no pudiendo con su genio, logra que volvamos a —o que nunca dejemos de— temerle a los payasos.