Diario de un observador (2017), de Jaroslaw Migon, es la ocasión perfecta para revisar las obras más impactantes del pintor polaco Jacek Sroka, pero no desde la mirada de otro, sino desde la suya propia. Esto es lo más fascinante del documental. El artista disecciona sus pinturas a partir de las anécdotas de donde surgieron y atendiendo a los colores y formas utilizados, en pos de un estilo constituido en más de tres décadas. Todo esto se halla además atravesado por la vida cotidiana de Sroka, donde las anécdotas son buenas excusas para captar su visión del mundo.
La selección de las obras, trasladadas en escena a una sala exclusiva para nuestro disfrute a través de la cámara, está teñida por un par de criterios de relevancia con respecto a la formación del artista. Por un lado, la paleta de colores frecuentes en su estilo incluye el azul y el amarillo. Por otro, hay dos temas constantes en los que se detiene el autor: la vigilancia y el encarcelamiento. Esta poética surgida en torno a la inspección ajena asoma reflexiones interesantes con las que trabaja el pintor.
Resulta paradójica la sensación de que Sroka está siendo vigilado en su propia casa durante el documental. Ciertos planos estudian su rutina. Hay recurrencia en torno al enclaustramiento en su hogar, que puede durar días. Como si el acercamiento a su vida mediante un diario implicara un método de vigilancia, lo que haría pensar, por lo menos, en el Foucault de Tecnologías del yo. Pero aquí el marginado no es un loco, ni un preso, ni una raza, sino un artista que decide vigilarse a sí mismo.
El pintor también aprovecha para hablar un poco de su historia personal, y allí sobresale la presencia constante de su esposa. Ella no es mencionada sino hasta más allá de la mitad del documental, pero aparece varias veces en escena desde el comienzo. Y cuando entran los dos en la sala de los cuadros, cargando una pintura donde ella es protagonista, se desarrolla un segmento dedicado a la relación emocional y laboral de la pareja. Nos enteramos de que muchas veces ella se ha encargado de las exposiciones de su marido. Es muy probable que esta pintura en particular donde ella está presente haya sido premonitoria de su función dentro de la obra pictórica de Sroka: una mujer que ve más allá de la ventana, más allá del confinamiento de un artista.
Es una lástima que el final apresure un cierre sin siquiera una reflexión valiosa sobre la vida de Sroka. El formato diarístico puede dificultar la posibilidad de un final menos abrupto. Pero lo cierto es que cuando ruedan los créditos, queda la impresión de que algo faltó para cerrar el recorrido.
© Eduardo Alfonso Elechiguerra, 2018 | @EElechiguerra
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