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CRÍTICAS - CINE

Berberian Sound Studio

(Reino Unido, 2012)

Dirección y Guión: Peter Strickland. Elenco: Toby Jones, Antonio Mancino, Guido Adorni, Tonia Sotiropoulou, Cosimo Fusco, Fatma Mohamed, Eugenia Caruso. Producción: Mary Burke y Keith Griffiths. Distribuidora: Zeta Films. Duración: 92 minutos.

Gilderoy, tímido ingeniero de sonido británico, camisacolorpastelychalecoverdeinglés, viaja a Italia (en los 70) a trabajar en una película giallo (no hay Argento, Bava ni Fulci, si un tal Santini). La camisacolorpastelychalecoverdeinglés se choca con cueromarrón, pantalonesclaros, gominaenelpelo -contrastando con el peinado clásico, natural y británicamente prolijo de Gilderoy- del equipo técnico: secretaria sexy, inutil y amargada, contador invisible, productor más invisible aun, director mujeriego, violento y peligroso. La incomodidad de quien entra a un lugar que no le pertenece: de eso se trata Berberian Sound Studio en sus primeros cinco minutos. Después es otra cosa. Y después otra.

Con la primera parte(cita) establecida, el film muestra cómo este técnico de sonido trabaja en la posproducción de The Equestrian Vortex haciendo efectos, doblajes y lo usual en cualquier película. Nunca vemos lo que sacomarrónycorbatamarrón ve sino que observamos cómo se machacan verduras para generar la decapitación de una bruja. Interesante el trabajo de Peter Strickland, generando rechazo y hasta miedo sin mostrar sangre, sino el jugo de un tomate siendo aplastado por un martillo.

Jugo de tomate, de repollo, de naranja, de seso. El cerebro de Gilderoy comienza a ser presionado en cámara lenta por un martillo gigante recubierto con celuloide y cintas de grabación. Y ahí es cuando camisadescuidadaypelomojadoconsudor deja de ser el señor inglés del comienzo para ser algo distinto, como Berberian Sound Studio, que en su segunda mitad adquiere un matiz onírico (o lyncheano, digámoslo de una vez). Lo real y la fantasía (y aunque se piense lo contrario) siempre estuvieron delimitadas por una descuidada frontera. Berberian Sound Studio es la evidencia de que el hombre está a un solo paso de la ficción para volver nuevamente a la realidad. O viceversa.

calificacion_4

Por Luciano Mariconda

 

Macro parodia y abulia profesional.

Resulta francamente increíble que llegue a la cartelera porteña una película como Berberian Sound Studio (2012), todo un conglomerado de características que casi nunca encontramos en los desastres mainstream y los bodrios indies que suelen ser ensalzados por crítica y público. Esta anomalía absoluta retoma el pulso y algunos tópicos de la mítica Blow-Up (1966), de Michelangelo Antonioni, poniendo en perspectiva la previsibilidad de la industria cinematográfica en general y la enorme necesidad de realizaciones revulsivas, tanto en el plano temático como formal, capaces de patear el tablero y molestar a los desprevenidos (el inconformismo debería ser el sustrato ideológico de toda obra que se dice “contracultural”).

Así las cosas, el film que hoy nos ocupa está atravesado por la angustia laboral/ existencial de Gilderoy (Toby Jones), un ingeniero de sonido -especializado en programas televisivos infantiles- que es contratado por un equipo de producción italiano para lo que parece ser un giallo satanista símil Suspiria (1977), de Dario Argento. Desde el vamos, la puesta en escena es por demás claustrofóbica: la historia nunca sale del estudio de grabación del título, el desarrollo narrativo sigue una estructura cíclica y los destellos surrealistas/ oníricos a la David Lynch pueblan la trama. El excelente desempeño de Jones apuntala este calvario gradual y refuerza la concepción de un purgatorio extremadamente pesadillesco.

Sin embargo, aquí el director y guionista Peter Strickland, responsable de la interesante Katalin Varga (2009), aquel opus de venganza con un fuerte dejo bergmaniano, no utiliza las ensoñaciones para oscurecer aún más el relato ya que de por sí éste maneja un tono sobrecargado y cuasi experimental. De hecho, el británico nos muestra cómo el productor, el realizador y hasta sus asistentes denigran sistemáticamente a Gilderoy en su trabajo cotidiano, dentro de lo que parece ser una parodia contextual centrada en el “mundo del espectáculo” y su costado menos “colorido”; léase los egos inflados, la explotación, los abusos de poder, los delirios profesionales, la extorsión, la mediocridad prototípica, etc.

Más allá de la ausencia de un catalizador y/ o “válvula de escape”, resulta innegable que Berberian Sound Studio es un verdadero misterio que puede ser leído como un homenaje agridulce al horror italiano, un thriller psicológico que nunca termina de estallar, un drama irónico de atropellos laborales, una comedia negra de tendencia autorreflexiva, o una aproximación demoledora a las miserias del ambiente artístico (en este sentido, el reclamo por el reembolso del pasaje aéreo es muy eficaz). La abulia procedimental, el derrumbe de la ética particular y un tormento cercano a la esclavitud conforman el núcleo de una propuesta visceral, exasperante, capaz de trazar un mapa preciso de la estupidez humana…

calificacion_4

Por Emiliano Fernández

 

La técnica como horror.

El cine es un arte y una industria que implica una serie de habilidades y técnicas: de observación de detalles que definen su espíritu. La técnica como conjunto de procedimientos artificiales define al arte como representación y al cine como una forma de ficcionalizar la realidad o representarla, transformando la realidad y la percepción en el proceso, borrando así los límites entre ambas.

Berberian Sound Studio es la segunda película de Peter Strickland, el guionista y director inglés. Mientras que en su ópera prima, Katalin Varga, indagaba sobre la venganza, aquí analiza la relación entre los artistas y la técnica a partir de la figura del ingeniero de sonido, una pieza clave en la construcción de un film.

Así las cosas, un afamado ingeniero de sonido, Gilderoy (Toby Jones), es contratado para participar de un giallo en la década del setenta basado en la historia real de unas mujeres acusadas de brujería, torturadas y asesinadas en la Edad Media. El hosco, taciturno e inseguro ingeniero se entera del carácter de terror de la película apenas arriba al Berberian, un famoso estudio de sonido equipado con todos los avances de la época. Durante la grabación de las cintas de sonido y los efectos de El Vórtice Ecuestre, Gilderoy debe soportar la prepotencia y la arrogancia de Francesco Coraggio (Cosimo Fusco) y Giancarlo Santini (Antonio Mancino), productor y director respectivamente, mientras su silencio lo convierte en confidente de las intrigas y el enfado de la voluptuosa protagonista, Silvia (Fatma Mohamed).

El guión de El Vórtice Ecuestre nos incita a adentrarnos en el terror a través de los diálogos, las anotaciones y descripciones de las escenas que podemos imaginar a través de los sonidos y la podredumbre de las frutas y verduras utilizadas para generar los efectos que se acumulan al ritmo de las cintas y los maltratos. Encerrado en una atmósfera opresiva entre el estudio y su habitación, Gilderoy vive la película como una situación irreal, dolorosa, que se va tornando una pesadilla y perdiendo el sentido en cada escena y resignificándolo en algo terrible.

El terror ficticio se convierte en un horror real con el transcurrir del film a partir de un trabajo de metacine que examina la técnica de la grabación en detalle desde todos sus ángulos, incluyendo las variantes humanas de las voces y la pericia y agudeza del ingeniero. Como una tela de araña invisible, Berberian Sound Studio convoca a sus víctimas al terror como técnica, como la pretensión de cine de autor de Santini o como el rigor machista de Coraggio, e invoca asimismo el terror en su forma de temor a lo desconocido, al estar en el lugar incorrecto. Lo único que nos permite mantener la cordura ante tanto horror de la técnica es el silencio.

calificacion_4

Por Martín Chiavarino

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