1.
Las películas que se estrenan en los festivales de cine son como esos extraterrestres que vienen a invadir el planeta Tierra y se llevan puesto todo por delante hasta que algún elemento irrelevante de la naturaleza los destruye de manera casi ridícula. Ese elemento para las películas es la realidad del estreno. (Casi escribo la vida real). Es muy difícil de entender, o saber, a qué tipo de público o audiencia están pensados algunos títulos que se muestran en los festivales de cine y que, por unos días, viven su momento de gloria para luego desaparecer entre las páginas de un catálogo. (Aunque ya ni siquiera eso, hoy en día -en nombre de la ecología pero en realidad por la falta de dinero- ya nadie imprime catálogos). Pero peor aún es el caso de aquellos títulos que incluso desaparecen durante el festival y que son condenados luego su primer pase para la prensa. La cantidad de films que estrena un evento como la Berlinale es tan grande que casi obliga a que algunas películas pasen desapercibidas u ocultas. Y esto también ocurre porque las malas películas contagian y al irse acumulando le quitan las ganas al más entusiasta y dispuesto de los críticos. Hace unas horas, recién nomás, incluso una película con Adam Sandler de protagonista, Spaceman, un título para “el público”, terminó siendo otra desilusión. Pero también ocurre con películas en las antípodas al producto de Netflix. What Did You Dream Last Night, Parajanov?, debut de Faraz Fesharaki, (director de fotografía de What Do We See When We Look at the Sky? y Arthur & Diana), es una película que más allá de su valor, que lo tiene, nos hace preguntar por los motivos que estamos viendo lo que vemos. ¿Qué vemos cuándo vemos películas en los festivales de cine? ¿Cuál será el público, una vez finalizada la Berlinale, dispuesto a pagar una entrada para ver una obra que nos cuenta la vida de una familia iraní, armada con charlas de zoom y material de archivo? Hoy en día entre la película de Sandler (el cine comercial, malo o bueno) y la obra de un ignoto opera primista iraní (el cine arte, malo o bueno), ya no hay ningún tipo de conexión ni diálogo. Excepto cierto desprecio por el público, uno por darlo por descontado, el otro por ni siquiera considerarlo.
2.
Dice el comediante Bill Burr que vemos documentales para enterarnos de cosas que después repetimos en las reuniones de amigos, y decir que las leímos en un libro. Los documentales sobre temas cinéfilos, como las restauraciones de clásicos del cine, suelen ser un bálsamo dentro de la programación de los festivales. La mayoría de las veces este tipo de documentales suelen ser formalmente cuadrados, meramente didácticos y no sumar mucho, pero otras ocurre un milagro y alguno se termina transformando en una gran película. Como es el caso de Henry Fonda for President, del crítico Alexander Horwath. Horwath supo ser parte del mítico libro “Movie mutations”, director artístico de la Viennale y, si bien es cierto que los austríacos cometieron muchos crímenes a la humanidad y a la historia del cine (sin ir más lejos, aquí se presenta en la competencia una película producida por Ulrich Siedl titulada: The Devil’s Bath), también hay que reconocer que a la hora de la cinefilia suelen ser exquisitos. La película parte de un episodio de un olvidado sitcom titulado Maude (década de los 70) en donde la protagonista del título intenta convencer al ya anciano Henry Fonda a postularse como presidente de los USA. A partir de ahí Howart se dedica a recorrer la vida del icónico actor y su carrera, desde sus antepasados holandeses a sus díscolos hijos: Jane Fonda y Peter Fonda, y en el camino nos traza una historia del cine (y sus mitos) y también de la historia de norteamérica, lo que fue, lo que pudo haber sido y lo que es en la actualidad. Ronald Reagan es uno de los personajes protagónicos, pero también Travis Bickle, el protagonista de Taxi Driver, como también los directores que supieron marcar la historia actoral de Fonda como John Ford y, más tarde, Sergio Leone. Horwath, esta vez director, es un ensayista brillante que asocia ideas de manera siempre original, aunque a veces dispersas y caprichosas, pero sin caer nunca en las obviedades biográficas de este tipo de trabajo. En la película, que no es todo archivo y recuerdo de películas clásicas, lo acompaña el cineasta experimental, y también austríaco, Michael Palm (autor de Cinema Futures y Low Definition Control – Malfunctions #0, títulos vistos en festivales locales), para agregarle imágenes (algunas tan arbitrarias como bellas) a una película que es una verdadera clase de cine, en el buen y verdadero sentido de la expresión.
Made in England: The Films of Powell and Pressburger de David Hinton también es una clase de cine pero en las antípodas, ya desde su aclarativo título, aunque también tiene su interés y buenos momentos. Digamos que una es una lección para niños de secundaria y la otra para universitarios. La película está narrada por Martin Scorsese, presente y premiado en el festival, quien desde la butaca de un microcine y registrado en un plano medio nos cuenta sobre la vida y las películas de la dupla y también de la relación personal que supo tener con Michael Powell. Godard decía que los ingleses no sabían qué hacer con el cine y parece que tampoco saben qué hacer con sus grandes cineastas. Powell & Pressburger terminaron siendo dejados de lado por la industria británica y recién con el paso de los años les llegaría el reconocimiento. En parte gracias a Scorsese y el resto del New Hollywood. Su relación con el director italoamericano comenzó a partir de una carta de Powell en la que, luego de ver Calles salvajes, le escribe que le gustó mucho la película, pero “me cansó mucho el rojo”. Michael Powell, quien siempre aparece riéndose, pasó sus últimos años en USA, en donde continuó pensando en películas y escribiendo guiones que nunca pudo llegar a realizar y también ese fue el país en el que se casó con Thelma Schoonmaker, montajista histórica de Scorsese, y en el que vivió felizmente sus últimos años. La última escena de la película, disculpen el spoiler, es una antigua filmación de un reportaje a Powell y Pressburger en donde un periodista fuera de cámara les pregunta si creen que no fueron lo suficientemente reconocidos por los ingleses, a lo que Powell responde: “¿Qué gran personaje de su historia fue reconocido por los británicos?”, ante lo cual Pressburger agrega un “corten, espero que esto lo saquen de la película”.
3.
El director argentino Alejandro Agresti, en un histórico reportaje realizado por la revista El amante/cine, refiriéndose a las películas de Jim Jarmush (y quizás a algún otro autor de estética similar) decía que son películas que suelen gustarle mucho a cierto público porque funcionan como un lienzo incompleto que los espectadores (sensibles) terminan de completar. La cita no era exactamente así pero esa era más o menos la idea, disculpen por la imprecisión. Con los dos largometrajes de Mati Diop ocurre algo parecido pero, en vez del público, esto sucede con los críticos. Y más aún con los de paladar negro. Los cortometrajes y medios de la directora son realmente buenos, tan buenos que hicieron que todo el mundo espere su debut en el largo, que llegó en el 2019 con el título Atlantique, y tuvo su estrenó nada menos que en la Selección oficial del Festival de Cannes. A pesar de los halagos recibidos en su momento, hoy es difícil tratar de recordar aquella película con buenos ojos. O simplemente recordarla. Con su nueva obra, Dahomey, Diop vuelve a la competencia de uno de los grandes festivales. Esta vez la película es un documental de poco más de una hora de duración y trata sobre la devolución del gobierno francés de unas estatuas a la República de Benin en África. Algo que podría ser un documental de pura observación, o uno más tradicional con los personajes hablando y explicando la situación a la cámara, en las manos de la directora francesa se transforma en una especie de artefacto que acumula una serie de recursos formales para lograr un objeto más portentoso que las dos formas del documental comentadas anteriormente. Diop no es tonta y sabe que con esos viejos recursos, cabezas parlantes, observación pura, ya no se llega a los grandes festivales. Y menos aún se los gana. Entonces, una de las estatuas habla. Con voz entre cavernosa y metálica, contándonos cosas del pasado y de la vuelta al lugar de origen. Un grupo de jóvenes hablan y dan su parecer sobre la situación, como los opinólogos de la TV argentina y ahí nos enteramos que los imperialistas franceses sólo devolvieron 200 piezas de un total de 2000. Todo esto se completa, para llegar a los 67 minutos, con imágenes del transporte de las estatuas, los especialistas que las revisan y catalogan y una serie de, suponemos, autoridades del gobierno de Benin asistiendo al evento oficial de recuperación de las obras. Y aquí volvemos al comentario de Agresti del principio. Los críticos encuentran en esta película un lienzo en donde ver y admirar cosas que apenas si son planteadas por la autora, o lo son de una manera simple y superficial. Y algo similar ocurre con DIRECT ACTION (así en mayúsculas), la nueva película de Guillaume Cailleau y Ben Russell producida por el festival coreano de Jeonju. ¿Se trata, acaso, de malas películas? Claro que no. En ambos casos son de lo mejor que se vió en el festival. Aunque esto no signifique mucho. Mi sospecha, y leve queja, es que últimamente los directores quieren tener un pie en cada lado. Ser artistas formalmente sofisticados, pero sin abandonar los temas actuales y relevantes, siempre seguros de sus ideas y opiniones, sin lugar para las dudas o faltas de certeza, y en esa búsqueda (o mezcla) el cine termina perdiendo. O quizá el problema seamos nosotros, los críticos y programadores y nuestra necesidad de ver objetos sofisticados y obras maestras en lo que simplemente son películas en la que los realizadores hicieron lo que pudieron hacer o mejor les sale.
4.
Los festivales también son una timba. Y no solamente a la hora de los premios. Quedan pocos días para el final de esta nueva edición del evento berlinés y en pocas horas ya se comienzan a conocer los ganadores. En una próxima nota analizaremos lo que vimos del palmarés final, así que por ahora vamos con algunas apuestas antes de la premiación.
En la competencia Encounters hay más para elegir. La ganadora podría ser DIRECT ACTION, por lo dicho anteriormente, la película contiene lo mejor de los dos mundos: arte y relevancia social. También los argentinos, o casi argentinos, podrían aspirar a algo, me refiero a Tu me abrasas de Matías Piñeiro y Dormir de olhos abertos de Nele Wohlatz, una película que también puede leerse como una despedida de su autora a la Argentina. El documental Favoriten de Ruth Beckerman, tiene posibilidades. Y lo dudo pero también sería justicia que no se vayan con las manos vacías el rom-com canadiense Matt y Mara, ni el eterno Travis Wilkerson, un cineasta político de verdad, con su Through the Graves the Wind Is Blowing.
Nos vemos.