Caballo de Guerra (War Horse, EE.UU., 2011)
Dirección: Steven Spielberg. Guión: Lee Hall y Richard Curtis, basado en la novela de Michael Morpurgo. Producción: Steven Spielberg, Kathleen Kennedy, Frank Marshall. Elenco: Jeremy Irvine, Emily Watson, Peter Mullan, David Thewlis, Tom Hiddleston, Benedict Cumberbatch, Niels Arestrup, David Kross, Celine Buckens, Toby Kebbel, Eddie Marsan, Liam Cunningham. Distribuidora: Buena Vista. Duración: 146 minutos.
Según sus detractores —y también algunos fanáticos, pero en un sentido menos despectivo—, Steven Spielberg parece tenerlo todo bien planeado: hace una película “para llenarse de plata” y otra “para llenarse de premios”. A veces, en un mismo año, estrena una y una, como en 1993 (Jurassic Park y La Lista de Schindler), en 1997 (El Mundo Perdido y Amistad) y en 2005 (La Guerra de los Mundos y Munich). En todos los casos, más allá del tono y la temática, el director nunca deja de contar bien una historia. Y en 2011 lo hizo de nuevo, con Las Aventuras de Tintín y la que hoy nos ocupa: Caballo de Guerra.
Inglaterra, 1914. Los Narracott, una familia de granjeros, adquiere un caballo para trabajar la tierra. Albert (Jeremy Irvine), el hijo del matrimonio, se encariño rápido con el animal, al que bautiza con el nombre de Joey. Pero la situación económica es alarmante y el padre (Peter Mullan), pese a haberlo comprado, se lo vende al ejército británico, que se prepara para combatir en la Primera Guerra Mundial. A partir de allí, Joey irá pasando por diferentes manos, y en cada grupo humano, pese al clima de violencia, encontrará un alma bondadosa que lo ayudará a sobrevivir. En tanto, Albert se convierte en soldado sólo para buscar a su gran amigo.
A partir de la ida del caballo, la película adquiere una estructura episódica, ya que los personajes con los que se cruza guardan diferentes historias y puntos de vista sobre la contienda bélica: dos jóvenes soldados alemanes desertores, un anciano francés y su nieta… De hecho, Joey es una gran excusa para mostrar varias miradas sobre la Primera Guerra Mundial, conflicto con el que el realizador se mete por primera vez luego de sus enfoques sobre la Segunda Guerra Mundial en Rescatando al Soldado Ryan y las series Band of Brothers y The Pacific.
Como en todas sus obras, Spielberg nos presenta personajes comunes envueltos en situaciones extraordinarias que los llevarán a perder la inocencia (aunque el enfoque del director es casi siempre optimista). Puede apreciarse en Albert, que pasa de ayudar en el campo a sus padres a matar enemigos en el Frente. Lo mismo Joey: un caballo de casa que debe soportar que lo usen para fines crueles, como llevar soldados y cargar cañones. Pero ninguno de los dos se rinde nunca, a pesar de los bombardeos y de la muerte y de la desesperación.
Y, una vez más, Steven S. vuelve a dar cátedra de cómo hacer cine y cómo conmover al espectador sin ponerse sensiblero. Basta con chequear escenas como la de Albert y Joey tratando de arar un terreno pedregoso, la partida de Joey a la guerra y la de los dos soldados enemigos que se unen para liberar al caballo de los alambres de púas.
Como en sus films “serios”, hay momentos fuertes, principalmente cuando la acción se traslada a las batallas. Sin embargo, la violencia es más contenida que en Rescatando… y Munich (Nada de sangre ni cuerpos desmembrados). Algo buscado desde el vamos, debido a la naturaleza ATP de la historia.
Nuevamente, el director supo reunirse de guionistas a la altura del proyecto. Por un lado, Lee Hall, famoso por escribir Billy Elliot, y Richard Curtis, el mejor guionista inglés de las últimas cuatro décadas, con una mano maestra para la comedia, el drama y el romance. Ambos se basaron en la novela de Michael Morpurgo, que también tuvo su versión teatral.
Todo esto, ayudado por otra soberbia música de John Williams (en el Top Ten de las composiciones más memorables realizadas para Spielberg) y una fotografía exacta a cargo de Janusz Kaminsky, con muchos colores marrón y verde.
La principal influencia de la película puede rastrearse en la obra —épica e intimista al mismo tiempo— de John Ford. Las relaciones entre los personajes y el clima rural británico remiten a las maravillosas Qué Verde era mi Valle y El Hombre Quieto. Pero también hay conexiones con Más Corazón que Odio: también hay un personaje que es separado de la familia, y un grupo de valientes (encabezados por John Wayne) debe ir en su rescate, lo que toma varios años. Otra referencia cinematográfica poderosa es la película de 1930 Sin Novedad en el Frente, de Lewis Milestone, en la que se mostraba el sufrimiento de los pobres caballos durante la Primera Guerra Mundial (Actualmente se está preparando una nueva versión, protagonizada por Daniel Radcliff).
Si bien el protagonista es Joey, lo acompaña un excelente elenco de actores humanos, mezcla de veteranos y talentos en ascenso, todos de Europa. Jeremy Irvine es la revelación, en un papel de joven luchador, que nunca se rinde, pero que deberá soportar terribles golpes. Emily Watson y Peter Mullan interpretan a sus padres (Curiosamente, en la premiada producción inglesa Tyrannosaur, Mullan hacía un chiste relacionado con Jurassic Park). Por su parte, David Thewlis es Lyons, el casero que siempre reclama el dinero de la renta y quien primero se interesa por adquirir a Joey. Tom “Loki” Hiddleston y Benedict “Sherlock” Cumberbatch hacen de dos militares ingleses a los que querríamos ver más tiempo en pantalla. Pero el que se roba todas sus partes es el francés Niels Arestrup, actor fetiche de Jacques Audiard, que lo dirigió recientemente en Un Profeta. Arestrup encarna al anciano que debe cuidar a su nieta y que será de ayuda para Joey.
Caballo de Guerra está destinada a ser amada por los incondicionales de Spielberg, así como odiada por quienes todavía lo consideran un “pocholero pro-yanqui”. Sus nominaciones al Oscar son más que merecidas. Si bien fue ignorada en el rubro Mejor Director, el Gran Steven vuelve a demostrar por qué el más grande cineasta vivo y un narrador como los que están escaseando.
Eso sí: antes de ingresar a la sala, no dejen de comprar paquetes de Carilina.
El Hijo Pródigo Regresa
Y un día, el verdadero Steven Spielberg decidió dejar de lado aquello que todos esperan ver de él, para hacer el cine que realmente admira y ama.
Y cuando el director de El Imperio del Sol recobra esa mirada de niño inocente, curioso y soñador que lo impulsaron a convertirse en realizador cinematográfico, se pone detrás de una cámara haciendo gala de toda su inteligencia, conocimiento cinéfilo, magia narrativa, estilización audiovisual, meticulosidad en la puesta en escena, pulcritud en la elección de un elenco, donde lo que principalmente amerita es la calidad interpretativa y no el nombre, donde los efectos se ponen en función de la historia, y el dramatismo se combina con el humor y la aventura, para generar un producto reflexivo, espiritual y sentimental, entonces podemos considerarnos afortunados de estar frente a una obra maestra.
A diferencia de lo que consideran muchos, exceptuando la trilogía de Indiana Jones y E.T., mis obras preferidas de Steven, son aquellas que no tuvieron tanta repercusión inmediata, y que hoy en día gozan de admiración. Tales son los caso de Inteligencia Artificial, su obra más metafórica y personal, en donde realmente le importó poco y nada, la reacción del público, y El Imperio del Sol. A estas 6 obras, agrego Encuentros Cercanos del Tercer Tipo. Es imposible no reconocer al pequeño Steven en cada una de ellas. Caballo de Guerra se suma a este grupo de películas.
Más allá de las apariencias, no habla sobre la Primera Guerra Mundial. O sea, no es una excusa la trama para poder hacer una película de la guerra con superproducción, sino por el contrario, la guerra, al igual que Rescatando al Soldado Ryan, sirve de metáfora para hablar del tema por excelencia de la filmografía Spielbergiana: la separación de los hijos de sus padres.
No hay obra, incluso Tintin, que no incluya este tema en mayor o menor medida. Acaso, la más obvia, pero con momentos fascinantes fue Atrapame Si Puedes. En Caballo, lo extraordinario es que lo tenemos por partida doble:
Por un lado, Joey, el verdadero protagonista, un semental admirable y hermoso, es separado de la madre al poco tiempo de haber nacido. Por otro lado tenemos a Albert, su joven dueño y entrenador, que debe enfrentarse a un padre alcohólico, veterano de guerra, que no lo respeta por no haber vivido una guerra.
Tanto la historia de Joey como la de Albert se van a ir entrecruzando numerosas veces en la historia, y Spielberg se destaca analizando la camaradería y amistad entre humanos y caballos… en forma separada.
Estamos frente a un Spielberg pura sangre y poético, que aprendió de errores del pasado y prioriza esta vez el poder de las imágenes para contar, más que el de las palabras y diálogos. No sería desacertado mencionar que se trata del film menos hablado de su director. El poder de miradas entre humanos y equinos es admirable. Aquel que conozca la estética visual de Steven podrá reconocer enseguida cada travelling, zoom in o primer plano, provocando emotividad, no solamente por la belleza que genera y simboliza, sino también por lo que rodea al mismo extracinematográficamente hablando.
Janusz Kaminsky se destaca nuevamente y John Williams, a cargo de la banda sonora, son parte fundamental del talento de Spielberg. El montaje de Michael Kahn, la dirección de arte de Rick Carter; acompañado por sus habituales colaboradores, Spielberg nos lleva a la Inglaterra y Francia de la Primera Guerra con un nivel de detalle asombroso. Las capturas y persecuciones aéreas permiten disfrutar el espectáculo panorámico en que fue pensado el film.
Cuánto se ha nutrido Spielberg de maestros del cine épico como David Lean, Akira Kurosawa o John Ford. No hay palabras que describan la belleza de las imágenes de un batallón saliendo en medio del trigo en un atardecer. El film rememora las raíces fordianas, que como bien mencionó mi compañero Matías Orta, nos recuerda a El Hombre Quieto o Que Verde era Mi Valle, pero no solamente los escenarios pertenecen a Ford, también los personajes. El padre de Albert que compone con aspereza Peter Mullan, acaso el actor más subvalorado del año por su trabajo en Tyranosaurio, se puede entender como un Victor McLagen (fetiche de Ford) contemporáneo. Esa brutalidad, violencia, pero a la vez compasión y culpa del irlandés es tremendamente habitual en las sutiles expresiones de Mullan, quien acompañado por la siempre admirable y versátil Emily Watson, componen dos personajes antológicos. Y al igual que Ford y Kurosawa, Spielberg permite infundir humor y cariño hacia los mismos.
A diferencia de algunos de sus últimos trabajos como Ryan, La Guerra de los Mundos, Munich o incluso mi amada Inteligencia Artificial, este Spielberg es lúcido y no tan pesimista. En Spielberg conviven el sentimiento de heroísmo en la batalla (consecuencia de las experiencias de su propio padre en la Segunda Guerra Mundial) con el mensaje antibelicista. Nuevamente esto se presenta en Caballo de Guerra. Pero esta vez, no decide mostrar las muertes. Recurre a diferentes efectos escenográficos, de montaje y fotografía para evadir el golpe bajo y el regodeo sentimentaloide.
Existe el drama, la muerte y la desazón, pero también la esperanza y el sacrificio. Sin recurrir a un discurso obvio ni redundante, Caballo de Guerra impacta porque las imágenes no necesitan más explicaciones.
La presencia humana, nunca genera tanta empatía como la animal. Más allá de contar con Mullan, Watson y un maravilloso Niels Arestrup, los verdaderos protagonistas son los dos caballos. Nunca en mi vida vi un trabajo físico y emotivo tan espectacular por parte de un caballo como es Joey. Ni siquiera El Córcel Negro. Hay escenas que no se pueden juzgar por su verosimilitud sino por su carga emotiva, y en estas, son Joey y su compañero, los que roban la pantalla.
Muchos acusan a Spielberg de demagógico y manipulador de emociones. En varios aspectos es cierto, pero la verdad es que Caballo es una excepción, siendo acaso la más emotiva de todas. Es que las lágrimas no llegan por el forcejeo de crear un efecto, sino porque la historia y la relación entre personajes nos llevan a eso, y porque lo que emociona en este viaje cargado de drama y aventura es lo implícito, el mensaje que nos dan sus autores. Cada soldado es un ser humano, cada muerte pesa en el conciente. En la guerra, son todos peones. No hay verdadero odio entre bandos, simplemente gente manipulado, enviada como carne de cañón hacia la batalla, y ese absurdo es lo que busca imprimir Spielberg. Encontrar la humanidad en aquellos momentos donde se busca la frialdad y la respuesta mecánica. Cada personaje, se enfrenta y reflexiona, piensa dos veces a la hora de mirar a su “enemigo”. No hay buenos ni malos. Solo personas.
No es casual que el personaje más superficial, sea el del casero que compone con una extraordinaria naturalidad David Thewlis. El único villano palpable.
Caballo de Guerra es una obra perfecta de principio a fin. Admito que siempre me interesaron más las películas de la Primera Guerra que de la Segunda. Quizás porque hay demasiadas, pero Caballo me recordó a Sin Novedad en el Frente, La Patrulla Infernal o más cerca, Amor Eterno, un film bastante subvalorado de Jean-Pierre Jaunet, sin duda su mejor obra.
Hay elementos visuales extraños, como por ejemplo, los cielos, generados digitalmente, demasiado perfectos, que parecen robados de los decorados de El Hombre Quieto (cuando el cielo es de un azul nítido) o Lo que el Viento se Llevó (el crepúsculo). Molesta, porque hoy en día sabemos que un cielo así no existe, pero hay tanta poesía en cada fotograma, que es imposible no admirarlo. De la película de Victor Fleming (y George Cukor entre otros), también emula varias secuencias relacionadas con las consecuencias de la guerra.
Caballo es un film episódico. Su protagonista, Joey, es como el Jamie de El Imperio del Sol, corre de bando en bando a través de la guerra en búsqueda de su dueño (¿padre?). Cada persona con la que se cruza, lo ayudan a crecer y madurar. Albert, interpretado por el novel pero talentoso, Jeremy Irvine, también tiene que atravesar el camino del héroe en ese sentido.
La cohesión de la diferentes historias en forma dinámica durante casi dos horas y media de metraje (que se pasan volando) son mérito del poder narrativo de su realizador.
Gracias al inteligente guión de Lee Hall y Richard Curtis, acompañado por una hermosa melodía irlandesa, leit motiv pegadizo como no podía ser de otra manera, de John Williams, imágenes recargadas en sensibilidad, Steven Spielberg, con perfil bajo, menos pretensiones de las acostumbradas, intimista, marginalizando cualquier atisbo de patriotismo, construye una nueva obra maestra, que quedará esperemos, en la memoria colectiva de todo aquel espectador que disfrute de un relato clásico acogedor.
Steven Spielberg ha regresado a casa.
weisskirch@asalallenaonline.com.ar
Spirit Of War
La amistad es un elemento por demás utilizado en la cinematografía mundial, ya sea como eje temático, o bien, como una excusa para generar curvas dramáticas en las progresiones de los relatos.
No es casual que Spielberg, en su labor creativa para con historias que van desde la fantasía pura a la mas cruda representación de la objetivación de una realidad en la que la empatía es el eje central de una cosmogonía de autor; haya utilizado los recursos de las relaciones sociales y vaya un paso más allá en esta rama, para que lo meramente humano quede relegado a la figura animal como simbología de un todo en tensión que avance dramáticamente sin caer en baches de sentido y sin descuidar el séptimo arte considerado en sí propio.
Es así que Caballo de Guerra constituye el cuento que narra la relación de Albert Narracot con su caballo Joey (con metamorfosis en la designación de su denominativo incluída), al que crió desde potrillo.
Narracott padre, en medio de una subasta, compra al joven equino más por capricho que por su capacidad de trabajo en el Devon campesino previo a la Primera Guerra mundial. Albert inmediatamente toma la tutoría de Joey para su crianza y entrenamiento en el labrado de la tierra y las tareas meramente de la subsistencia agrícola. Evolución de por medio en la elipsis de tiempo, llega el reto de poner a prueba todo lo que el caballo, subvalorado por el pueblo, es capaz de lograr mientras se entabla una relación más humana y lacrimógena que cualquiera, entre muchacho y mascota. Pero las deudas, el avecinamiento de la batalla, y la desesperación son inminentes y Joey es separado de su dueño para formar parte de la caballería inglesa en una de las contiendas más encarnizadas de la historia mundial. Separación, road movie, el dolor, el sufrimiento y el reencuentro en el transcurso del combate, sumada a una coralidad interpretante que cumple claves vértices en las relaciones del equino para con el mundo más allá de su dueño, harán de Caballo de Guerra una combinación ideal para la construcción de sensaciones y sentimientos (valga su distinción filosófica) a través del puro lenguaje cinematográfico en potencia nietzcheana y en carencia de un diálogo como excusa en la conformación de la unidad.
1- El espíritu humano-equino. La base de toda relación es la constante disputa entre fuerzas que, si bien no suelen ser opuestas, se manifiestan en relación hegemónica. Caballo de Guerra, como un Spirit (Spirit Stallion of the Cimarron; EE.UU.; 2002) 9 años después, representa el camino del héroe en manifestación de los impulsos y confrontación entre fuerzas para la polimerización de una base de amistad y fidelidad que se reivindica en los últimos minutos de los 146 totales de la pieza, que recuerdan a lo mejor de Hachiko (Hachiko: A Dog Store; EE.UU.; 2009). Pero no es el todo, ya que los cruces interespecies se generan desde todo ángulo dramático existente y desde todos los rincones e ideologías que suman en crecimiento y experiencia a los excelentes 14 caballos que interpretaron al imposible Joey, que, claramente salta más allá de sus imposibilidades fílmicas, a todo lo que se interpone en materia actoral que se crea también de manera impecable.
2- El retrato impostergado. Abriendo el espacio a la óptica concebida desde la experiencia del auteur (en su noción más amplia en términos conceptuales), la técnica artística de Caballo de Guerra es, por demás, excelente en cuanto al retrato y representación del todo. Con ambientes y escenas que se corresponden con una paleta cromática excepcional y de proporciones gigantes en pos de una generación emocional que va más allá del cliche del lloriqueo por la lástima de celuloide.
3- Master of the Filme Universe. Spielberg, ya un genio consagrado dentro del mainstream, enuncia a gritos de fotograma un arte que mejora en cada producción que encara, desde su Jurassic Park (Jurassic Park; EE.UU.; 1993), los guiones y técnicas no han hecho otra cosa que subir de nivel que va desde lo simplemente bueno a lo exageradamente perfecto. Una de las muestras más grandes del arte que generó el recorrido histórico de Steven, es la secuencia donde Joey, escapando de un blindado que arrasa con todo a su paso (muestra clave de la disparidad de la lucha y la confrontación contra el todopoderoso), comienza una huída en plano secuencia a través del campo de batalla, entre lluvias de balas y campos de espadas, bajo una precipitación puramente artística que vira los colores azules y verdes hacia un sumun extrasensorial de lo emotivo, para terminar siendo presa de múltiples redes de alambres que cortan y desgarran su cuerpo, desde un close up hacia un travelling de salida y un fundido a un negro que deja en suspenso todo aquello que aconteció y acontecerá, siempre alimentado de la exquisita banda de sonido original del genial John Williams, recordado por componer aquello que sonaba en la cantina de Jabba el Hut en La Guerra de las Galaxias (Star Wars, A new Hope; EE.UU.; 1977).
He dejado entrever la excelencia de Caballo de Guerra desde distintos tópicos que corresponden a una creación más que fuerte en la industria y que, recientemente nominada a los Premios de la Academia, se manifiesta como uno de los grandes competidores del año y a su vez como una de LAS (si, con mayúscula) películas de el 2011 que pasó. Simplemente, ni bueno ni malo, simplemente Spielberg.
Por Uriel De Simoni
La luz del cine
No es casual que la película empiece con el nacimiento de un caballo al amanecer. Este se levanta y comienza, de forma lenta y dificultosa, a dar sus primeros pasos. Este hecho ocurre bajo la atenta mirada de Albert, un joven que registra, hipnóticamente, cada movimiento desde su reciente llegada al mundo. Más extraño de lo habitual, Spielberg decide no otorgarle espacio a cualquier influencia humana en su crecimiento. Por esta razón, los momentos transcurren con un carácter casi documental, con una distancia que asombra en un director a veces amante de las emociones en primeros planos. De este modo, y durante los primeros cinco minutos, la cámara se limita a capturar sus libres y salvajes acciones. Esta decisión parece encontrar un motivo a partir de la presentación de la trama en la vida del caballo. Es más que interesante este brusco cambio de registro: la paz reinante en las primeras escenas es interrumpida por la llegada de los conflictos, que serán siempre provocados por las personas. La aparición de una familia, con serios problemas económicos, comprará el animal para que se encargue del arado en su granja. Este es el punto de partida para el recorrido que efectuará Joey (así su nombre, claramente humano) más adelante.
Tras una serie de circunstancias –y sobre los albores de la Primera Guerra Mundial- Joey es quitado de sus dueños y llevado al frente británico. Una vez lejos de su hogar, es el caballo quien se encontrará con diferentes personas, inclusive de diversas nacionalidades y posturas bélicas. Lo que sigue a continuación es su viaje, que podría interpretarse como el mismo que recorre Spielberg con su cámara.
Y si hay un eco a Robert Bresson en Al Azar Baltasar, este se debe a la mirada sobre el mundo a partir del uso de un protagonista animal. Y aunque parezca imposible, los estilos opuestos de ambos directores logran aproximarse. Es notorio que por primera vez, no parezca haber un rumbo claro en Spielberg, siempre tan ligado a las convenciones narrativas. Y como el relato está sujeto a cada encuentro del caballo a lo largo de su travesía, en más de una situación, no se conoce con exactitud cuál será su destino. Esto le permite al realizador trabajar de un modo insólito en su cine, lleno de sutilezas y con una paciencia argumental que, inclusive, funciona mejor que en otras películas. Y si en anteriores trabajos, una de las temáticas usuales era la separación entre los seres cercanos, en Caballo de Guerra –al igual que en Rescatando al Soldado Ryan– se le suma un constante enfoque sobre la unión. En el film, las relaciones se tejen a partir de Joey. La unificación comenzará antes de ser arrastrado a la guerra, cuando el animal logra restaurar -a partir de un hecho sorpresivo y épico- el vínculo perdido entre los miembros de la familia. Su paso seguirá conectando a más hombres hasta llegar al lugar menos pensado cerca del final de la segunda parte de la historia. Y como bien retrata una escena, es la fusión entre el humano y el animal lo que permite la continuidad de la vida, resumida en un simple saludo. Por el contrario, es interesante la cuota de humanismo que aporta Spielberg a sus personajes eliminando cualquier rastro de crueldad. De esta forma, cuando aparecen las injustas muertes, estas son tapadas por las aspas de un molino, suceden por detrás de una explosión de gas que deja la pantalla en blanco, o simplemente, con la imagen de Joey corriendo solitariamente.
El film se encuentra dividido entre las escenas que tienen lugar antes y durante la guerra. Lo que transforma a Spielberg en un gran director, de esos que dicen todo con la totalidad del cuadro cinematográfico, es la forma en que retrata el comienzo del conflicto bélico. Mientras marchan los soldados, aparece en pantalla un simple cartel indicativo que hace referencia al tiempo y lugar en donde se mueven los personajes. Mediante una firma histórica, exacta, los hechos cobran vida en el relato, y más allá de tratarse de una ficción, le otorga un carácter realista. El pueblo, por el contrario, no se encuentra sujeto a ninguna marca espacio-temporal. Esto no sólo se evidencia por la falta de una acotación, sino también por la manera en que cada momento es retratado: es un lugar alejado de cualquier circunstancia que lo involucre en la Historia. Y es ahí, en los pequeños detalles, en donde reside el poder de Spielberg: se vale de un elemento, y lo carga de una significación particular.
Mucho se ha comentado sobre las influencias que impregnan el film. Es notoria la presencia de una atmósfera que remite inmediatamente al cine de John Ford. Esto se observa en el delineamiento de los personajes, sus actitudes, sus poses, hasta su forma de hablar. Se evidencia con sólo observar la forma en que es capturada Emily Watson cuando expresa su miedo a quedarse sin hogar mientras este reposa por detrás, alumbrado por el atardecer. Es una bella escena que recuerda a las protagonistas femeninas clásicas, con un paisaje que tiene un correlato claramente fordiano. A su vez, al igual que el gran director de Más Corazón Que Odio, se vale de los escenarios naturales para crear a su gusto momentos que terminan siendo únicos. Por esta razón, una lluvia aparece repentinamente, casi sin sentido lógico, para dotar de mayor emoción una escena que terminará siendo épica. Como también, la creación de un atardecer irreal que demuestra que, ahora, Spielberg hasta puede manejar los ambientes de sus propias películas.
La carrera de Spielberg está llena de grandes obras, de eso no hay dudas. Pero son estas las que dividieron, con los años, a los espectadores, quienes aman u odian su estilo. Caballo de Guerra puede ser ofensiva para los que estén en contra de las características más frecuentes de su filmografía. Por eso, para algunos, la trama estará siempre atada a una desmesurada exageración; para otros, este será el vehículo para emocionarse. Lo cierto es que el modo de alcanzar lo sentimental es a partir de una proximidad de la puesta en escena que está siempre al límite de lo soportable. Hay una barrera que debe cruzarse para entender el trabajo de un director con esperanza, hecho con demasiado amor en tiempos demasiado irónicos. Es un desafío para el público entender el cuadro completo, y no posarse en la crítica fácil de un puñado de escenas. Son admirables algunos momentos que parecen estar creados sin miedo a caer en ciertos lugares comunes, o en riesgosas preferencias estéticas. Lo que habla claramente de la convicción de un profesional, de una persona que se siente en su plenitud artística, la misma que poseía cuando hacía Tiburón, hace cuarenta años. Pero más allá del homenaje al mencionado clasicismo, lo que se confirma viendo el film es la pasión que siente por el cine. Uno que no discrimina géneros, que forma parte de un todo. Es la misma pasión la que se contagia en todo Caballo de Guerra. Y si sobre el final, un terrible color anaranjado proveniente del atardecer (otro en su carrera, luego de Indiana Jones y la Ultima Cruzada) ilumina a unos personajes, esto debe ser entendido como algo más allá de un recurso exagerado y cercano al kitch. Es la poderosa luz que, para Spielberg, sigue irradiando el cine.
Por Luciano Mariconda