Un paseo por el infierno.
Si las primeras líneas que leemos sobre un film es que es desagradable, sórdido, y brutalmente honesto, tal vez repensemos el sentarnos a ver de qué se trata, pero no tomemos esos adjetivos como algo negativo. En un cine donde el empalagamiento está a la orden del día y los argumentos no pueden sostenerse pasada la media hora de metraje, este caminar entre las tumbas resulta una sorpresa satisfactoria y digna de nuestra atención.
El director y guionista Scott Frank utiliza una fórmula que no falló en films anteriores, y no falla tampoco en esta ocasión: convocar a un actor de la talla de Liam Neeson y darle un personaje que pareciera manejar e interpretar casi de memoria. Neeson es Matt Scudder, un ex policía alcohólico, devenido en un detective privado sin licencia (con 8 años de sobriedad en su haber), quien trabaja haciéndole favores a amigos y conocidos, una manera sutil de operar por fuera de ley.
Obsesionado con un error del pasado, llega a su vida un caso donde no pareciera haber “bando bueno”, están los malos, y están aquellos a “encontrar”, cargados de una psicopatía y crueldad que en algunas ocasiones se nos hace difícil de tolerar. Matt es contratado por un traficante de drogas para encontrar a los responsables del secuestro y muerte de su esposa, dos hombres que, carentes de escrúpulos y atestados de violencia, repiten estos crímenes bajo el mismo patrón: secuestrar a esposas de narcotraficantes, pedir rescate, y matarlas despedazando y mutilando sus cuerpos.
Estamos ante un thriller oscuro de los que no abundan, donde los hombres son casi únicos protagonistas, tipos marginados, solitarios, en busca de una redención que no llegará para todos. Con un guión bien estructurado y escenas tensas acompañadas por una excelente fotografía y una mejor elección de la banda sonora, celebramos una elección de personajes secundarios bien elaborados. Quizás el único punto flojo sea la aparición del chico de la calle, que se transformará en el “compañero” de Matt; esto es de lo poco forzado que presenta el guión, aunque en el resultado final no molesta.
El film está situado en una época donde parecía que se venía el fin del mundo, el año 2000, y los miedos sobre qué podría pasar con el cambio de milenio estaban a la orden del día. La mejor frase de la película lo define: “La gente le tiene miedo a las cosas equivocadas”. No quedan dudas en esta entretenida y aceptable película que no hay nada más temible que los demonios que llevamos dentro.
Por María Paula Putrueli