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#CANNES77 | Cannibalismos 06: Pretty Woman

#CANNES77 | Cannibalismos 06: Pretty Woman

Entre tanta película aparatosa necesitada de llamar la atención como sea, ya se trate con sus temas candentes y polémicos, ya con una puesta en escena pomposa o una postproducción ruidosa, encontrarse en Cannes Premiere con Miséricorde, de Alain Guiraudie, es como refugiarse en una isla desierta aislado de la polución visual y sonora. El punto de partida es ya un clásico, el del retorno de un adulto, Jérémie, al pueblo de su juventud, en este caso para acudir al entierro del que fuera su jefe y para reencontrarse con sus amigos de infancia. A partir de ahí todo es puro Guiraudie: Jérémie estaba enamorado de su jefe, un panadero, y es muy probable que la viuda lo esté de él; al mismo tiempo Jérémie intenta restablecer relaciones sexuales con otros dos amigos, uno de ellos el hijo del panadero, pero las sospechas y la desconfianza, quizás también el paso del tiempo, las tornan imposibles. Si le sumamos al párroco, prácticamente hemos reunido a todos los habitantes del pueblo. Guiraudie hace una película con solo siete personajes a los que en la segunda parte se le añaden dos policías… no sé si la expresión “microcosmos” es justificable en estos casos. Así, lo que parecía derivar hacia el melodrama queer, se transforma de repente en una investigación policial a cuenta de un crimen, que sabemos quien lo ha cometido y que, por lo tanto, no hay misterio alguno que resolver. Lo que no quiere decir que a esta película despojada de tensión, de ínfulas de grandeza, de efectos epatantes, en la que todo es tan austero como la propia población en la que está ambientada, no le falte humor. Si este planea sobre toda la película, acaba por estallar cuando el párroco asume todo el protagonismo y se convierte en un actor cómico insuperable. Como lo es, insuperable, la escena en la que la policía llega a la habitación del párroco y lo descubre con… bueno, esto vamos a dejarlo en suspenso para evitar spoilers.

La idea de partida de Marcello mio, de Christophe Honoré, es ciertamente brillante. Un homenaje a Marcello Mastroianni que solo tiene sentido gracias a la participación de su hija, Chiara Mastroianni, de la madre de Chiara, Catherine Deneuve, y de una serie de actores que se interpretan a sí mismos: Fabrice Luchini, Nicole Garcia, Benjamin Biolay, Melvil Poupaud o Stefania Sandrelli. Todo parte de una audición que hace Chiara con la directora Nicole Garcia en la que esta le pide que saque a relucir su lado más “Mastroianni”. Perturbada por la sugerencia, Chiara adopta el papel de su padre, vistiéndose de hombre y siendo más Mastroianni que nunca, una peripecia que le llevará hasta los estudios de la Rai cuando ya ha adoptado el papel que su padre encarnaba en Ginger & Fred. Con sus desvíos, su carácter ciertamente onírico y esa última parte en la playa italiana, Marcello mio va subrayando su carácter felliniano (en realidad, ya muy presente desde la misma secuencia inicial), un tono que trasluce demasiados altibajos y que nunca está a la altura de todo cuanto prometía un proyecto que, a priori, podría parecer imposible.

Anora, la nueva película de Sean Baker, ya instalado en la competición de Cannes, empieza como una nueva versión de Pretty Woman. En este caso la relación es entre Anora (o Ani), prostituta o, como ella gusta de denominarse, “bailarina erótica”, de 23 años, e Ivan, hijo de oligarca ruso, niño de 21 años, que está pasando una temporada en Estados Unidos disfrutando de los privilegios de su padre. Toda la primera parte de la película narra la inmersión de Ani en ese mundo de lujo y dinero, una inmersión narrada a todo gas que culmina con un viaje y una boda en Las Vegas. Aquí comienza otra película, una comedia alocada, nueva versión de la screwball comedy en la que Ani se convierte en un terremoto que provoca el caos en la familia de Ivan, que impone un rápido divorcio. Interviene entonces todas una galería de secundarios, los gansters rusos, que, primero, retienen a Ani, y después emprenden una busqueda por la noche neoyorquina de Ivan, que ha huido, horas antes de que sus padres aterricen en Estados Unidos. Hay algo de The Hangover en este segmento central, lo mejor de Anora, una comedia brillantísima, alocada, llena de gritos y de golpes, una de esas películas que, cuánto menos, deberían de ser de programación obligada en cualquier festival.

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