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CRÍTICAS - CINE

Qué Extraño Llamarse Federico (Che Strano Chiamarsi Federico)

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Qué Extraño Llamarse Federico (Che Strano Chiamarsi Federico, Italia, 2013)

Dirección: Ettore Scola. Guión: Ettore Scola, Paola Scola y Silvia Scola. Elenco: Tommaso Lazotti, Maurizio De Santis, Giacomo Lazotti, Giulio Forges Davanzati, Ernesto D’Argenio, Emiliano De Martino, Fabio Morici. Producción: Eugenia Ricceri. Distribuidora: Zeta Films. Duración: 96 minutos.

Yo recuerdo…

Frente a una realización como Qué Extraño Llamarse Federico (Che Strano Chiamarsi Federico, 2013), uno debe aclarar dos puntos previos. En primera instancia, a pesar de que durante la vida del prodigioso Federico Fellini su obra tuvo una repercusión incalculable y su figura se transformó en sinónimo de desenfreno creativo y una enorme vitalidad, lamentablemente a posteriori de su desaparición física dicha influencia se ha ido reduciendo hasta casi esfumarse. Por supuesto que esta circunstancia pone de manifiesto la sonsera y el analfabetismo cinematográfico tanto de la crítica y el “público promedio” como de las nuevas camadas de directores, en especial si consideramos el bagaje teórico que el propio Fellini dejó a partir de La Dolce Vita (1960) para “comprender” nuestra contemporaneidad.

Más allá de su estatuto dentro del mundillo del séptimo arte, existe un segundo factor a sopesar al momento del análisis de uno de los máximos emblemas de la Italia de posguerra: hablamos del campo de los “films homenaje” que lo han tenido como protagonista de manera implícita o explícita, entre los cuales se destaca Fellini: Soy un gran Mentiroso (Fellini: Je Suis un grand Menteur, 2002), aquella meticulosa y fascinante aproximación a la ética de trabajo del cineasta. Prescindiendo en buena medida de la estructura tradicional del documental expositivo, hoy es nada menos que Ettore Scola el encargado de brindar su perspectiva sobre el que fue su amigo íntimo y colega. De este choque de “pesos pesados” surge una película interesante que sin embargo promete más de lo que finalmente entrega.

En el vigésimo aniversario de la muerte de Fellini, Scola construye un lienzo centrado en su relación con Federico, desde que se conocen en la década del 40 en torno a Marco Aurelio, una publicación satírica del período, hasta sus conversaciones acerca de un sinnúmero de tópicos, cuando ambos ya habían alcanzado la cumbre de sus respectivas carreras. Así las cosas, el director decide combinar ficcionalizaciones de hechos históricos, algunos registros visuales, entrevistas en off, detalles varios de índole surrealista, una multiplicidad de “citas fellinescas”, fragmentos de todos sus opus, un narrador omnipresente que remite a su homólogo de Amarcord (1973) y una arquitectura general en sintonía con los documentales reflexivos, orientados a señalar con sarcasmo los “hilos” del relato que apuntalan la ilusión.

Si bien el enfoque ameno y nostálgico de Scola resulta valioso en lo referido al “retrato humano” y la profusión de anécdotas entrañables, también es cierto que para los que conocemos de sobra el derrotero y el ideario del maestro, Qué Extraño Llamarse Federico no aporta mayores novedades a lo ya trabajado bajo el mote de la “génesis profesional”. Por suerte las buenas intenciones del realizador logran hacernos olvidar que el convite en cuestión es su regreso luego de diez años de ostracismo, el cual a su vez estuvo precedido por una etapa de propuestas fallidas cuyo último eslabón fue Gente de Roma (Gente di Roma, 2003): lejos quedaron los tiempos gloriosos de Feos, Sucios y Malos (Brutti, Sporchi e Cattivi, 1976) y Un Día muy Particular (Una Giornata Particolare, 1977), aunque el automatismo de este Scola octogenario no impide que disfrutemos de un montaje final en verdad maravilloso, sustentado en las remembranzas que despierta tamaña leyenda…

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Por Emiliano Fernández

Tentativas voluptuosas.

El último film de Ettore Scola, Qué Extraño Llamarse Federico (Che Strano Chiamarsi Federico, 2013) es un homenaje a su amigo y colega Federico Fellini a veinte años de su fallecimiento. Aquí Scola  (Un Día muy Particular, 1977, La Noche de Varennes, 1982, La Familia, 1987) saca a relucir su calidez cinematográfica una vez más y decide centrarse en la nostalgia y la emotividad de su relación con Fellini para ofrecer una visión intima y personal no solo de su amigo y del genial director sino de su mundo voluptuoso y extraordinario, poniendo especial énfasis en sus comienzos como dibujante y guionista satírico en el diario de humor Marco Aurelio, donde se conocieron y trabajaron juntos.

De forma tímida, Scola busca recuperar esa vida como festividad que Fellini construía en todas sus películas rompiendo a un nivel conceptual y narrativo con la razón instrumental y la ética protestante para construir una crítica del mundo contemporáneo a partir de la idiosincrasia de la Italia de posguerra. En esta sociedad dividida y confundida que emergía del sueño roto (¿o pesadilla?) de la unidad fascista buscando renacer una vez más de las cenizas, los intelectuales italianos examinaron las costumbres de las metrópolis para encontrar la inspiración que necesitaban para comprender y transformar culturalmente la sociedad en la que vivían.

Recordando algunos inolvidables paseos en auto, castings para algunas de sus películas más galardonadas y la amistad que los unió, Scola traza de forma frugal y realista una visión lejana sobre un cine barroco, pleno de fantasía y sensualidad, que desapareció bajo la lógica de la oferta de cuerpos operados y manipulados quirúrgicamente para el consumo.

Qué Extraño Llamarse Federico busca mezclar ambos mundos desde un panegírico marcado por el paso de los años y la distancia que solo el cine puede recuperar con imágenes de archivo y ficciones de encuentros fraternales entre amigos. El propósito de Scola de resucitar el espíritu cáustico y epicúreo de Fellini en el cine contemporáneo es una utopía que parece aún más lejana que sus recuerdos sobre el director de La Strada (1954) y Amarcord (1973), debido a la falta de visión de las productoras y en muchos casos de la carencia de ideas, sensibilidad y valentía de algunos guionistas y directores actuales. Recuperar a Fellini es ver a través de otra lente para ofrecer otra visión de este mundo que el sentido común instrumental liberal capitalista pretende unidimensional.

El cine de Fellini aún sobrevive como una espina cultural en la historia del cine y como un ejemplo de una forma de encarar la vida como celebración. Es en este sentido que el concepto de fiesta como fuente de creación y creatividad a partir de la voluptuosidad erótica que desarrolló Fellini en muchas de sus obras demuestra que su cine sigue escapando de la muerte y del olvido como sugiere Scola.

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Por Martín Chiavarino

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