Nido de Serpientes
“So many times
It happens too fast
You trade your passion for glory
Don’t lose your grip on the dreams of the past
You must fight just to keep them alive”.
Survivor, Eye Of The Tiger
Cuando pensábamos que los aires ochentosos de las últimas películas iban a terminar por asfixiarnos aparecen tesoros escondidos que delinean un panorama radicalmente diferente y prometedor. Estos pequeños grandes hallazgos – que nadie debería perderse- resultan ser Ash vs. Evil Dead en primer lugar y Cobra Kai a continuación.
Cobra Kai, particularmente, constituye un ejemplo patente de qué se debe hacer con todo un potentísimo capital retro sin que esto signifique apelar a los lugares comunes y al gesto decadente de la farsa. La serie (de)construye una rivalidad visceral e impetuosa mediante el uso de un elaborado registro melodramático y una impecable conceptualización del tiempo.
Johnny Lawrence (William Zabka) ya no detenta esa carita angelical de su juventud. Por el contrario, los años parecen haberse ensañado con él en demasía. De alguna manera, su vida parece haberse detenido en ese maldito momento en el que un recién llegado le arrebató mediante un movimiento el título de campeón en el All Valley Karate Championship. Esa patada demoledora fue el comienzo del fin para Johhny. Es que reveló, de forma descarnada, la infructuosidad de todos aquellos años de esfuerzo y entrenamiento extenuante en un tradicional dojo a fuerza de sangre y sacrificio extremo.
La serie inicia treinta años después del torneo y nos muestra un hombre maduro, divorciado, con un hijo adolescente al que apenas conoce y con un trabajo precarizado que le permite sobrevivir. Al parecer, nada queda de aquella promesa del karate juvenil, terror de los nerds, amante de los autos de lujo y las chicas populares. O si…algo debería quedar…
En el otro extremo, está el hombre exitoso. Ciertamente, como exponente del american dream, para Daniel Larusso –Ralph Macchio- todo marcha sobre ruedas: su negocio, su familia. Utiliza el karate como estrategia comercial o de negocios pero ya lo ha dejado atrás, así como a su novia de juventud.
Hasta aquí tenemos una estructura bastante clásica de la narración del conflicto e incluso podemos anticipar ciertos eventos del relato. Lo cierto es que cuando Lawrence se cruza a Larusso por accidente, las vidas de ambos vuelven a tambalear, como si el periplo del héroe no hubiera terminado del todo y las piezas comenzaran a reacomodarse.
La saga Karate Kid presenta inclaudicablemente el tema del balance como uno de sus núcleos principales. Ambos personajes son solidarios entre sí en tanto representan los lados de una moneda, el ying y el yang en su versión más simple: ni Lawrence es tan patán ni Larusso desborda templanza. Justamente, el segundo mantiene una máscara bastante frágil que un Cobra Kai puede romper sin grandes dificultades. Daniel San aparenta una estabilidad que no necesariamente es tal. La presencia de Lawrence da lugar a la remoción de inseguridades y conflictos no del todo superados, que también delatan cierto apego al pasado. Si Johnny se quedó en el tiempo, podemos decir que Larusso está atrapado allí haciéndole compañía: los dos habitan el tiempo del mito.
En ese sentido, como diría Victor Turner, “el rito actualiza el mito”, y la serie trabaja delicadamente con dicha circularidad. La forma que encuentra Lawrence de escapar de ese pasado es regresar directo hacia él, apropiarse de los símbolos: reabrir el dojo Cobra Kai, desempolvar su uniforme, participar del torneo y reescribir la historia a cualquier precio, aun a costa del sufrimiento de su propio hijo. Johnny es, ante todo, un dinosaurio políticamente incorrecto, un héroe gibsoniano. Habla a los nerds y se burla de ellos así como también se mofa de los físicamente débiles y de las mujeres que entrenan karate porque entiende que la sociedad no tendrá reparos en destruirlos. Su lexicón está poblado de palabras que suenan cuestionables o añejas en el tiempo: badass, pussy[1], etc.
De modo análogo, el insoportable santurrón de Larusso también busca desterrar los fantasmas con el mismo movimiento, como si su vida ejemplar necesitara algo que realmente vuelva a conmoverlo.
Por esto, Cobra Kai construye una mirada del tiempo anclada en una perspectiva bergsoniana. El tiempo –la dureé– es una sensación de progreso que está enlazada con los sentimientos y la memoria. Representa entonces una dimensión subjetiva no medible en tanto no puede pertenecer al espacio, es de naturaleza cualitativa. . Sabemos que han pasado más de treinta años del torneo porque así lo dicta el movimiento del reloj, pero ello no se corresponde con la percepción de Lawrence o Larusso, para quienes los recuerdos son demasiados vívidos y cercanos. De tal manera la narrativa se salvaguarda de los lugares comunes de la nostalgia porque, en oposición a las apariencias, los personajes no van del presente al pasado sino del pasado al presente, del recuerdo a la percepción. Esto conlleva lo más interesante de la serie ya que ambos rivales pueden acumular toda esa experiencia pasada en un fluir que constituye el verdadero motor de los cambios.
Poseedora de escenas memorables, Cobra Kai enamora por su mística intacta pero también por la ineludible continuidad del cambio que posibilita una revisión del pasado y un futuro prometedor para los nuevos/viejos espectadores. Su final lo desequilibra todo.
Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.
[1] Badass podría traducirse como “rudo”, pero como característica positiva. Pussy, en tanto, puede traducirse como “marica/maricón/cobarde” y llevar una fuerte connotación machista.